El pasado 8 de febrero inicié en PROTESTANTE DIGITAL una serie de artículos encaminados a destacar las posibilidades del protestantismo en la España de hoy. He escrito sobre protestantismo en la sociedad del momento, la necesidad de crear iglesias fuertes, llevar la iniciativa en temas de educación primaria, secundaria y universitaria, crear programas para cristianizar a los intelectuales, los licenciados universitarios, los artistas, los deportistas, los políticos; conceder atención especial a los medios de comunicación, desarrollar la economía de la iglesia local.
Naturalmente, han sido ideas sueltas y de poco espacio. El sumario podría ser ampliado hasta convertir cada artículo en capítulo de libro y componer una obra de regulares dimensiones. Esa no es, al menos por el momento, mi intención, cuando trabajo en tres libros al mismo tiempo.
Con el artículo de esta semana pongo punto final a la serie, discurriendo sobre la importancia y necesidad de un protestantismo vivo. Vida es proyección y esperanza. Frialdad es mediocridad y desaliento. Muerte es el entierro de las ideas y de la fe.
Soy consciente de que algunos líderes protestantes, a quienes con preferencia me dirijo, dirán que el programa presentado en los artículos escritos es irrealizable. O dirán otros que no, que es insuficiente. Hay que decir también por qué no. De los optimistas es el reino de los cielos. De los pesimistas es el reino del lamento y de la inoperancia.
El protestantismo español, más apagado que encendido, debe optar por recuperar la energía que tuvo en tiempos pasados, plantear proyectos ambiciosos a la sociedad. Hay que plantar cara al secularismo, al ateísmo, a la indiferencia religiosa que mata el alma del ciudadano. Desde nuestra oposición religiosa –lo somos- se nos abre la posibilidad de plantear un auténtico reformismo en las concepciones espirituales del pueblo. Podría ser un camino para recuperar a las masas alejadas de Dios y de cualquier tipo de iglesia.
Entre nosotros se impone un regreso a las fuentes que iluminaron las estrellas en Belén. Volver al Cristianismo primitivo, el Cristianismo vivo, el Cristianismo de Cristo, porque Cristo es la vida, vida regenerada y regeneradora.
En un encuentro internacional de filósofos celebrado en Murcia se dijo que el Cristianismo está cansado y extenuado, que hay que recurrir al Oriente en busca de sustitutos religiosos. El catalán Eugenio Frías, preocupado por los temas del espíritu, confirmó en su contribución que el pensamiento occidental, sustentado por los principios del Cristianismo, está cansado y si quiere revitalizarse tiene que abrirse al diálogo con Oriente.
¿Es verdad todo esto? Yo grito que no. Que el Cristianismo no se revitaliza acudiendo a las ideas religiosas de Oriente. Esas filosofías, en las que abundan los ídolos y las imágenes, carecen de vida espiritual. No transmiten la energía interior que el auténtico Cristianismo imprime en el alma de sus fieles seguidores.
En España, ¿está agotado el protestantismo cristiano? ¿Ha dado de sí todo cuanto podía dar? ¿Necesita este país otras vías religiosas? ¿Llevan razón quienes dicen que el protestantismo se ha quedado atrás, que ya no puede satisfacer las necesidades religiosas y espirituales del ser humano?
Paparruchas.
La verdad es otra.
El protestantismo, que nació de la Reforma religiosa del siglo XVI, necesita una nueva reforma. Abrirse a las exigencias de los tiempos modernos y dejarse de batallas hermenéuticas como mi interpretación del capítulo tal versículo cual es más acertada que la tuya. ¿Qué se logra con esas trifulcas a bibliazos limpios? ¿Confundir a los sinceros buscadores de la verdad?
La letra mata. El espíritu da vida. Vida espiritual, vida de Dios y de Cristo es lo que los españoles necesitan como el comer, no disquisiciones teológicas que en veinte siglos sólo han logrado convertir la sencilla doctrina de Cristo en un monumental rompecabezas donde una pieza no encaja con la otra. Esta hora no es la hora de un protestantismo excluyente, fanático, monopolizador de la conciencia.
Decimos que nuestro origen está en el pesebre de Belén, en el primer siglo de la era cristiana, y decimos bien. Pero a qué engañarnos. El protestantismo que nos distingue procede de la Reforma religiosa del siglo XVI. Hoy se impone una nueva reforma. Unos 500 protestantes alemanes, miembros de una denominación llamada CRISTIANOS POR LA VERDAD, se dirigieron en 1997 a la ciudad de Wittemberg y clavaron otras 95 tesis en la misma puerta del templo donde Lutero llevó a cabo un gesto similar el 31 de octubre de 1517. Los manifestantes abogaban por una nueva Reforma. Según ellos, “en las iglesias protestantes de nuestros días hay de todo menos Palabra de Dios. Se está comercializando la fe y el culto. El liberalismo teológico está acabando con el impulso evangelístico. La declinación moral del Estado y de la sociedad es una consecuencia de la corrupción doctrinal del protestantismo”.
Miguel de Unamuno era partidario de una Reforma religiosa española. En 1915 escribió una carta al pastor protestante español José María Ripoll, entonces residente en Cuba. Le decía: “En España hace falta una Reforma nuestra, indígena, española, no de traducción, pero que fuera a nosotros lo que la Reforma del siglo XVI fue a los países germánicos, escandinavos y anglosajones. Hay que cristianizar a España, donde aún persisten las formas más bajas del paganismo, sancionadas, de ordinario, por la Iglesia católica”.
Esta nueva Reforma española, esta cristianización o recristianización de España, no puede llevarla a cabo la Iglesia católica. La tarea corresponde a un protestantismo vivo, unido, con las fuerzas espirituales suficientes para cambiar la mente y el alma de los españoles.
No podemos atrincherarnos en las páginas de la Biblia para anunciar ideas milenarias, exceptuando la vida y la obra del Salvador. Se precisa conocer las inquietudes íntimas y el mundo exterior del hombre español. Tanto el norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama en su libro EL FIN DE LA HISTORIA Y EL TERCER HOMBRE, como el también americano Alvin Toffler en LA TERCERA OLA, coinciden en que el hombre del siglo XXI es más digno de misericordia que de castigo, teniendo en cuenta la siniestra historia heredada de siglos anteriores. A éste hombre no podemos martirizarle con los nueve círculos del infierno del Dante. Hay que llegar a él con un Dios humano, humanizado. Hacer del Padre nuestro que está en los cielos un Padre nuestro que se preocupa por los problemas de sus criaturas en la tierra.
Ni frio ni tibio, hoy necesitamos en España un protestantismo de fuego, llamas que ardan en el interior de las iglesias y quemen entre las hogueras de Dios la apatía espiritual de su pueblo.
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