Desarrollando la economía

O yo ando errado o en toda la Biblia no existe un tratado que se refiera a la economía en la iglesia. El Viejo Testamento es lógico que no discuta el tema. La Iglesia como tal no existía. En el Nuevo sólo encontramos breves referencias del apóstol Pablo.

La primera parte de la Biblia habla del diezmo, en realidad dos tipos de diezmos, uno de carácter religioso destinado a los sacerdotes y al mantenimiento del culto y otro de índole civil, que se entregaba a los reyes y gobernadores como el que Abraham ofreció a Melquisedec del botín cobrado a los reyes confederados. La legislación mosaica somete a diezmo los ganados y frutos de la tierra. Estas especies podían convertirse en dinero con el que poder adquirir lo necesario para el culto (Levítico 27:28-34 y Deuteronomio 14:22-29).

Las iglesias protestantes saben que el Nuevo Testamento no impone el diezmo a los fieles. Para recaudar dinero de éstos suelen leer cada domingo a la hora del culto el texto de 1ª de Corintios 16:1-4. No tienen otro que más se ajuste al propósito de obtener fondos. Por una lectura atenta de este pasaje se deduce que Pablo solicita aquí una ofrenda para los santos, los cristianos de Jerusalén. Nada que ver con la ofrenda dominical que se suele entregar en las iglesias. Su modo de expresarse, “en cuanto a la ofrenda”, da a entender claramente que los corintios estaban ya enterados de los planes de Pablo. La indicación del apóstol establece que “cada primer día de la semana”, es decir, cada domingo, debía ponerse aparte algo de las ganancias obtenidas durante esos días. También parece claro que el dinero reunido no había que entregarlo a la Iglesia, sino guardado en la casa para el día de la llegada de Pablo.

Pero si no recaudamos la ofrenda el domingo para cubrir los gastos de la iglesia, ¿cuándo lo hacemos?, argumentan los pastores. El razonamiento es lógico siempre que no se exija concretamente el diezmo, sino lo que por voluntad de Dios cada cual pudiere, “según haya prosperado”. Unos podrán dar menos del diezmo, otros más, algunos nada, algunos otros mucho. Si Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza los ricos de entre nosotros deben compartir de lo que tienen –no de lo que les sobra- con los pobres.

Una cosa está clara. La iglesia es una comunidad de personas que tiene gastos fijos: comprar o pagar el alquiler del local que ocupa, cubrir las facturas mensuales de luz, calefacción, aire acondicionado, limpieza. Pagar el salario al pastor y, en algunas iglesias, también a secretarios o secretarias, adquirir material de oficina, ofrecer ayuda económica a personas necesitadas, especialmente en estos tiempos tan apurados, destinar dinero a la compra de material didáctico para los estudios bíblicos de adultos y para la escuela dominical, imprimir folletos, contribuir a las misiones internacionales, etcétera, etcétera.

Una iglesia protestante no es una Iglesia católica. Nosotros no recibimos ayudas del Estado, ellos sí. Para quien desee saberlo, el gobierno del Partido Popular ha destinado este año a la Iglesia católica 13.266.216 con 12 euros. Esto sólo “a cuenta de la cantidad que deba asignar a la Iglesia por aplicación de lo dispuesto en los apartados uno y dos de la disposición adicional decimoctava de la ley 42/2006, de 28 de diciembre de Presupuestos Generales del Estado para el año 2007”. Más de 13.000 millones de euros en una primera entrega. La crisis para los curas católicos no existe.

Los pastores protestantes tienen que arreglárselas con lo que ofrendan los miembros de sus iglesias. Años atrás, Estados Unidos principalmente, mucho menos Inglaterra, Francia y otros países europeos, solían contribuir a las necesidades económicas del protestantismo español. Hoy casi nada o nada. En estos países han disminuido las contribuciones a las iglesias y están aumentando los gastos. Lo poco que envían a territorios de misión llega con preferencia a países de África, Asia y la América hispana. Europa ha dejado de interesar a las grandes organizaciones americanas que antes contaban a este continente como destinatario de sus fondos.

El problema económico continúa siendo imperativo. Por muy pequeña que sea una congregación tiene que hacer frente a gastos mensuales fijos. La iglesia de los Evangelios estaba compuesta sólo de trece personas. Jesús y doce miembros de su equipo. La pequeña comunidad tenía gastos. Había un tesorero, por cierto ladrón (Juan 12:6), que manejaba las finanzas de las que dependía el grupo para las necesidades del día a día.

Una realidad negativa que conviene superar es que hay miembros en nuestras iglesias que no contribuyen de acuerdo a sus posibilidades. Pudiendo dar más dan menos. Son tacaños, avaros hasta escatimar el céntimo a Dios, sin tener en cuenta que nada tienen que no hayan recibido de Él.

A estas personas hay que llamarlas en un aparte, hablar con ellas, explicarles los compromisos económicos que enfrenta la iglesia de puertas adentro y de puertas afuera.

Uno de los grandes logros conseguidos por el protestantismo español en los últimos años es la independencia económica de las iglesias. Ni el pastor ni la congregación reciben un solo euro del extranjero. Son autodependientes, autosuficientes, cubren todos sus gastos además de contribuir con ayudas de dinero a otras iglesias más débiles e incluso ofrendar para las misiones extranjeras.

¿Por qué no se constituye a nivel nacional una organización o asociación que integre a empresarios, a hombres y mujeres pudientes, para que al margen de sus contribuciones a la iglesia local creen proyectos destinados a impulsar la evangelización en el país por medio de campañas evangelísticas, literatura y prestaciones a iglesias económicamente débiles?Decirles que si han recibido de gracia, de gracia han de dar. Decirles que si esta misma noche piden su alma, quién quedará con su dinero. Decirles que en palabras de Cristo el objetivo de la vida está más allá de la vida misma. Decirles que preparen en la tierra tesoros para el cielo. Decirles que han de ser ricos para con Dios. Decirles que al rico no le deja dormir la abundancia. Decirles que hay muchos graneros vacíos que pueden llenar con su dinero. Decirles que no sean altivos ni se pavoneen de su fortuna entre sus hermanos pobres. Decirles que puede llegar el día en que el rico se marchite en todas sus empresas. Decirles que no es cosa fácil servir a Dios y al dinero. Decirles, en fin, que no pongan la esperanza en las riquezas, sino en el Dios vivo. “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos, atesorando para si buen fundamento para lo porvenir, que echen mano de la vida eterna” (1ª Timoteo 6:17-19).