Las estadísticas de población que yo poseo, confrontadas con el último padrón municipal, dicen que España tiene al día de hoy 47 millones de habitantes. Para nosotros, protestantes españoles, esa cifra supone 47 millones de desafíos.
Si hacemos frente a estos desafíos concluiremos que nada es imposible. La más grande inspiración que prende nuestra alma tras la lectura de la Biblia es la seguridad de que lo imposible llega a ser posible.
Otra estadística: Los protestantes sumamos en España un millón trescientas mil personas. Aunque algunos disminuyen la cifra y otros la inflan, La Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) la mantiene. Mariano Blázquez, su secretario general, no se equivoca. Es hombre de rigor y escrupuloso.
Surge la pregunta: ¿Qué es algo menos de millón y medio de personas en una población de cuarenta y siete millones?Constituimos una minoría que cuenta para el Estado, para las autoridades políticas y administrativas y también, aunque algo menos, para la sociedad.
En los últimos 45 años, desde la proclamación en 1967 de la Ley que regulaba el derecho al ejercicio de la libertad religiosa, hemos dado un estirón numérico que si en aquella fecha nos lo hubieran pronosticado no lo habríamos creído. ¡Bravo por nosotros!
Pero ¿estamos satisfechos con lo logrado?¿Nos quedamos aquí? Adelante, siempre adelante, era el lema del Caballero de la Triste Figura. Adelante con nuestra tarea, hasta alcanzar no en mucho tiempo los tres millones de evangélicos en España. Otra vez Don Quijote:
“Yo sé que si logro ser fiel
a mi sueño ideal,
estará mi alma en paz
al llegar de mi vida el final.
Y será este mundo mejor
si hubo quien despreciando el dolor
luchó hasta el último aliento
por ser siempre fiel a su ideal”.
Las grandes acciones de la humanidad han sido primeramente forjadas en la mente de personas, hombres y mujeres, con inquietudes. Nuestra inquietud es llegar a los tres millones. Para lograrlo hemos de quererlo. Y para quererlo hemos de programarlo.
En primer lugar necesitamos crear iglesias vivas. Por iglesia no me refiero al local, compuesto de piedras muertas. Hablo de la comunidad de creyentes repartidos en congregaciones locales, las piedras vivas de las que escribe el apóstol Pedro.
Para lograrlo hay que podar todo lo superfluo heredado de la Iglesia católica para que el árbol de la fe tenga raíces sanas en el cristianismo de Cristo y pueda crecer con auténtico vigor bíblico.
Una iglesia viva potenciará el sentido de comunidad. Sus miembros, además de hermanos, deben ser también amigos. Que oren juntos. Que fomenten la unidad y la consagración de sus miembros.
Una iglesia viva no puede descuidar la evangelización. ¿Acaso resulta difícil programar tres o cuatro reuniones especiales de evangelización al mes? Preparar bien estas reuniones. Imprimir folletos anunciándolas. Utilizar todos los medios de que se disponga para darlas a conocer. Concienciar a los miembros de la iglesia a que asistan, llevando consigo, al menos, a una persona no convertida. Si pueden ser cinco, mejor, pero una como objetivo.
Hay otra forma de llegar a la sociedad. Pedir a las autoridades locales que nos faciliten salas culturales y programar conferencias no necesariamente religiosas. En la literatura española de antes y de ahora abundan escritores que pueden ser analizados desde una perspectiva religiosa y bíblica. Será también evangelización, pero otro tipo de evangelización. Yo sostengo que puede predicarse el Evangelio explicando la obra de Antonio Machado, García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Ortega y Gasset y otros. Esos no son nada más que ejemplos.
Si los ayuntamientos no acceden a ofrecer espacios para nuestras actividades, alquilar salas en hoteles o en otros establecimientos públicos.
Una Iglesia viva ha de tener en el púlpito un predicador vivo e inteligente.¿Alguien cree que esta hora es hora de predicar 40 minutos un domingo, aburriendo a la congregación con textos del Levítico, las guerras de David o las hazañas de Moisés? Decimos que somos cristianos, pues prediquemos a Cristo y dejemos de lado la Cábala judía. En los 27 libros del Nuevo Testamento hay contenido para estar predicando, sin repetir, todos los domingos que dure nuestra vida.
El hombre que ocupa el púlpito de una iglesia que desee ser avivada debe ser un hombre inteligente, consagrado, pendiente de las idas y venidas de la sociedad, atento a todo lo que sucede fuera de la iglesia. Que lea un mínimo de tres periódicos diarios. Estos periódicos le contarán las enfermedades que aquejan al hombre de nuestros días y la Biblia, bien aplicada, le ofrecerá el remedio para esas enfermedades.
Una Iglesia viva concederá atención especial a niños y a jóvenes. Es frecuente leer, ver y oír en medios de comunicación diatribas contra los jóvenes de hoy. ¡Cuidado! Sus padres vivieron una época cambalache, donde todo era trueque, mentira. Ellos son los herederos de un siglo negro. Dos grandes guerras mundiales que se iniciaron en 1914 y en 1939. Revoluciones en la Unión Soviética y en China, que dejaron millones de muertos. Explosión atómica sobre Japón. Estos jóvenes, perdidos en el seno de una sociedad que no les proporciona trabajo, que no les ofrece perspectivas inmediatas, son más víctimas que culpables. El hombre del púlpito debe analizar fría y concienzudamente el estado actual de los jóvenes españoles y ofrecer las soluciones que estén a su alcance. Esto evitará que jóvenes, hombres y mujeres, abandonen la iglesia y logrará incorporar a la misma a los que nosotros llamamos jóvenes del mundo.
Hasta aquí mi bien intencionado, no sé si bien logrado análisis de una situación que a todos debe concienciar si queremos ver pronto tres millones de evangélicos en España.
Este tema lo continuaré en un próximo artículo.
Si quieres comentar o