Lo que la adivinación pretende es adivinar el futuro de la persona. Y decir a cada cual lo que quiere oír.
La gente quiere saber cómo será su vida mañana, el mes próximo y el año que viene. Para saciar esta curiosidad explora el ancho campo de la adivinación, donde cree hallar las respuestas.
El ocultista norteamericano Gary Jones dice: “El Cristianismo afirma que el destino del hombre está en las manos de Dios. Sin embargo, mediante las fuerzas sobrenaturales del ocultismo es posible conocer el futuro. El ocultismo ha demostrado que el hombre puede saber lo que será su vida en la tierra en los años venideros. Y puede prepararse de antemano para afrontar los acontecimientos. La adivinación es una ventana abierta al futuro en la tierra y esta ventana debe ser explorada sin miedo y sin complejos religiosos”
[1].
Con esta oferta no es extraño que miles y millones de personas caigan rendidas en brazos de los adivinos.
Conocer el futuro ha sido el sueño eterno del hombre en todos los tiempos. Hace casi tres mil años el salmista David hacía a Dios esta petición: “Hazme saber mi fin; y cuanta sea la medida de mis días” (
Salmo 39:4).
Sería demencial conocer el futuro.
Si el hombre fuera capaz de conocer su futuro en la tierra habría que multiplicar los manicomios, las cárceles, los hospitales, los cementerios. Y reestructurar la sociedad entera. Vagaríamos sonámbulos por las calles. Nos morderíamos y comeríamos unos a otros.
Se haría realidad la conocida frase: “Para cuatro días que voy a vivir…”.
El futuro del hombre sólo lo sabe Dios.
Es curioso, la Biblia, libro que desde su primera a su última página evoca el futuro, no registra ni una sola vez el sustantivo “futuro” aplicado al ser humano:
La razón nos la da Cristo: “Basta a cada día su afán” (
Mateo 6:34).
Santiago lo razona de esta forma: “¡Vamos ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (
4:13-15).
La vida y el mañana de la vida están en las manos de Dios. Cuando Santiago nos enseña a decir “si el Señor quiere”, nos está dando la clave para interpretar nuestro futuro: Dios.
“El futuro de Dios –dice Grabner-Haider- es la promesa de que la realidad definitiva no es la muerte y la destrucción, sino de que hay un ser humano permanente y una vida válida y verdadera, hay un Dios que sale al encuentro del mundo en devenir”
[2].
Nada atrae tanto como lo secreto.
Descubrir secretos es un deporte humano.
A veces hurgamos en lo más escondido de la persona hasta descubrir sus secretos.
El más allá es un mundo cerrado al conocimiento del hombre.
Y el ocultismo pretende descubrirlo.
El francés Juan Tondrian dice a este respecto: “El secreto que ha rodeado y todavía rodea las operaciones del ocultismo es un potente estimulante para la curiosidad. Desde los tiempos más antiguos y en todos los niveles, lo secreto siempre ha ejercido poderosa atracción, una verdadera fascinación, sobre el espíritu humano (….) En el fondo (del ocultismo) existe una inmensa ambición: tratar de llegar a la esencia de lo que más escondido está, alcanzar el secreto de los secretos. El conocimiento total y el poder total. A propósito de esta turbia zona de ocultismo se puede hablar, como Goya, de “monstruos engendrados por el sueño de la razón”
[3].
En este punto en torno a la fascinación que el hombre siente y ha sentido siempre por lo secreto tenemos que remontarnos al paraíso primitivo, a la experiencia de Adán y Eva.
Allí está el origen de la curiosidad y del misterio.
Génesis 2:9 habla de tres tipos de árboles plantados en el huerto del Edén antes de la caída: “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”.
Aquí se mencionan, primero, árboles frutales y árboles destinados a la decoración floral del huerto.
Segundo, el árbol de la vida, que simboliza la inmortalidad según
Génesis 3:22.
Tercero, el árbol de la ciencia del bien y del mal.
El árbol de la ciencia del bien y del mal representa la ciencia completa, la omnisciencia, el conocimiento absoluto de todas las cosas.
Al comer del árbol de la ciencia, la primera pareja humana adquirió un conocimiento superior al de sus limitaciones naturales: “Dijo Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros” (
Génesis 3:22).
En el paraíso, Adán y Eva entraron en posesión de todos los misterios de Dios.
Al igual que los seres celestiales llegaron a participar de “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (
Colosenses 2:2-3).
Después de la caída, Adán y Eva fueron arrojados del paraíso: “Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue formado. Echó, pues, fuera al hombre” (
Génesis 3:23-24).
Tras la expulsión del paraíso, la primera pareja perdió el conocimiento que había adquirido al comer del árbol de la ciencia.
Conservaron la noción del bien y del mal, pero no la ciencia de Dios, ni la sabiduría de Dios.
Y ésta es nuestra condición actual. Pablo dice que “cual el terrenal –refiriéndose a Adán- tales también los terrenales” (
1 Corintios 15:48).
Ahora mismo sólo sabemos del mundo del más allá lo que nos cuenta la Biblia.
Nuestro conocimiento es limitado.
“Conocemos en parte”. Vemos “por espejo, oscuramente” (
1 Corintios 13:12).
Lo que ocurre en el otro mundo, como dijo Jesús a Pedro, no lo entendemos ahora, lo entenderemos después (
Juan 13:7).
Por muchas y muy grandes que sean las pretensiones de los adivinos, nadie puede ir más allá de lo que revela la Biblia.
Entre el cielo y la tierra existe una barrera fronteriza que no podemos traspasar en vida. Lo dice Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (
Isaías 55:8-9).
Moisés es más explicito aún: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (
Deuteronomio 29:29).
[1]Gary Jones, OCULTISM, A WINDOW TO THE FUTURE, Circle Books, Philadelphia 1959.
[2] Anton Grabner-Haider, VOCABULARIO DE LA BIBLIA, Editorial Herder, Barcelona 1975.
[3] Julien Tondrian, obra citada.
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