Fue publicado en el diario EL MUNDO el 29 de enero último. Desde entonces lo he tenido entre papeles, dejándolo dormir el sueño de la indiferencia y el olvido. Ahora lo releo y lo comento.
Sostres es injusto con los jóvenes españoles de esta generación. Los machaca. Dice de ellos cosas arbitrarias, injustificables, muy parciales. Además, generaliza, con lo que ningún joven se salva de sus incorrecciones. (Iba a escribir
exabruptos, pero no me salió a tiempo).
He aquí algunas perlas del mencionado artículo:
“Es normal –y hasta lógico- que ningún joven tenga la sensación de que es necesario trabajar para poder vivir. De hecho, no hace ninguna falta. Está todo pagado. Absolutamente todo. Y lo que no esté pagado, no te preocupes. Pide una beca o una subvención o un subsidio y podrás igualmente comprártelo. Si estos chicos se tuvieran que pagar –o copagar, por lo menos- el médico o el hospital, seguro que tendrían un poco más la sensación de que tal vez no sería mala idea ponerse a trabajar. Si estos chicos se tuvieran que pagar o copagar la universidad, seguro que sus resultados académicos serían más brillantes”.
Ahí queda eso. Hay más:
“La última encuesta de población activa refleja que cada vez hay más jóvenes en el paro. Siempre he pensado que
en el paro es un eufemismo
buenista de no hacer nada; de ser un vago, de tener una jeta infinita y de pretender vivir sin trabajar. Especialmente cuando hablamos de personas de esta edad. La crisis será económica, pero el drama es moral. A la luz de estos últimos datos se empieza a hablar de “generación perdida” y, aunque entiendo el concepto, esta denominación tiene algo de mítico. Sería mejor decir sin embudos que tenemos a una generación de jóvenes atontados y holgazanes”.
“Es la consecuencia de tanta subvención, de tantos derechos adquiridos, de tanto servicio público, de tanta manifestación, de tanto Estado del Bienestar, de tanto relativismo. Y de tan poco orden y tan poca disciplina, de tan poca espiritualidad y de tan poco temor de Dios, de tan poca exigencia y de tan poco rigor, de tan poca ambición, de tan poco compromiso, de tan poco sacrificio, de trabajar tan poco”.
¡Qué rosario de acusaciones más engañosas! Este hombre alucina.
Me gustaría que Salvador Sostres se tomara la molestia de reflexionar sobre la herencia que las dos últimas generaciones han dejado a los jóvenes de hoy. Si lo hiciera los culparía menos, los exculparía un tantico.
El siglo XX ha dejado a los jóvenes de hoy una herencia nefasta. Uno de los tangos más conocidos de Carlos Gardel es el titulado Siglo XX, Cambalache, que empieza así:
¡Siglo XX,
cambalache,
melancólico y febril..”.
La palabra “cambalache”, de poco uso, es un sustantivo que familiarmente expresa cambio, trueque de objetos.
El autor del tango, cuya música desgarraba las gargantas de aquellas gramolas antiguas, estaba muy lejos de imaginar que en su verso doliente definía las características de un siglo que por entonces alboreaba.
Nietzsche decía que “es preciso llevar en sí el caos para alumbrar una estrella danzante”. La estrella que alumbrará el siglo XXI está aún por ver. Pero el caos, desde luego, lo lleva dentro.
El XX fue, efectivamente, un siglo melancólico y febril. Pero, sobre todo, fue
un siglo cambalache. El trueque de valores fue real y constante. Vivimos –si esto es vivir- sobre las ruedas de una noria. Los valores y las personas se hallan en movimiento continuo, en permanente traslación. Los hechos y las situaciones de signo negativo que han tenido lugar a lo largo del siglo XX darían material para una obra de muchos tomos.
El siglo XX, lo repito, nos ha dejado una herencia nefasta: dos grandes guerras mundiales, de 1914 a 1918 y de 1939 a 1945. La Primera ocasionó diez millones de muertos. La Segunda, cincuenta millones. Casi todos jóvenes. La revolución soviética de 1917 y la revolución comunista china dejaron veinte millones de muertos. Hiroshima y Nagasaki, ciudades bombardeadas por EE.UU., inauguraron la era atómica.
Y después de superar el trauma de la guerra, el siglo XX nos legó la sociedad de consumo, el clima de violencia y de inseguridad que impera en todo el mundo y, al final, la crisis económica que afecta a todos los países de la Tierra.
La falta de oportunidades se ceba en la juventud. El paro juvenil es dramático en todas partes. Los jóvenes terminan la universidad y no encuentran el trabajo que les gustaría realizar. Y, lo peor de todo, con todo esto viene la muerte de las ideologías.España es el país de las encuestas. Aquí se pregunta todo, se analiza todo, se dan porcentajes de todo. Las encuestas que se refieren a los jóvenes concuerdan en la increencia general. Los jóvenes españoles no creen en los políticos, ni en los religiosos, ni en los profesores. Casi no creen ni en la familia. La culpa es también nuestra.
¿Qué hemos de hacer, hundirlos, como lo pretenden Salvador Sostres en el artículo ampliamente citado y el catedrático de Historia José Manuel Sánchez en otro artículo que lleva por título “Juventud, maldito tesoro” (EL PAÍS 19-2-2011)?
El veterano escritor Stéphane Hessel acaba de publicar un libro que está siendo éxito de ventas en varios países de Europa, especialmente en Francia. Su título es LEVANTAOS. Alude al problema de los jóvenes en nuestro país y afirma que “en Europa necesitamos a la juventud española”. Prosigue su llamamiento a los jóvenes españoles y dice que es preciso “sacarlos del desánimo y la indiferencia, pues son ellos quienes han de construir el futuro”.
Este es el camino que hemos de seguir, no el trazado por autores como Salvador Sostres y otros.
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