El diario LA RAZÓN publicó el pasado 23 de marzo
un artículo firmado por usted con el título RESPETO A LO CRISTIANO. Bien escrito. Bien razonado desde su posición episcopal. Pero algo desmemoriado. En España se ejerce con naturalidad la libertad de olvidar. Y esto no es bueno. Ni para España ni para los españoles. Ni para los católicos ni para los protestantes. Decía Shakespeare que la memoria es el centinela del espíritu. Y este, el espíritu, siempre está o debe estar alerta.
El mío no duerme aún. Recuerda. Evoca. Analiza. Todavía distingue entre el trigo y la cizaña.
Es usted quien parece olvidar el pasado. Juraría que conoce perfectamente los hechos acaecidos en este país desde el triunfo del nacionalcatolicismo en 1939. Mejor que yo. Mucho mejor, porque su Iglesia los protagonizó hasta hace pocos años.
Usted dice ahora cosas que su Iglesia debió decir años atrás. Como éstas, que copio de su artículo:“La vituperación y escarnio de lo cristiano, su violación, es asunto grave. Por eso reclamamos y exigimos el respeto a lo cristiano, a ese derecho fundamental de la libertad religiosa que está en la base del respeto a la persona, a lo más sagrado de la persona, sin el que no puede haber una sociedad con verdadera y real convivencia”.
Cien por cien de acuerdo. Pero tengo una pregunta para usted, señor cardenal. ¿Cree que los protestantes somos cristianos?Si su respuesta es afirmativa, como correspondería a su talla intelectual, teológica y espiritual, le vuelvo a preguntar: Entonces, ¿por qué la Iglesia católica que usted representa, cuando era una con el Estado que venció en la contienda civil de 1936-1939, nos vituperaba, nos escarnecía, violaba nuestras conciencias y nuestros derechos como cristianos, nos trataba sin respeto alguno, se oponía con firmeza de acero a un mínimo de libertad religiosa que nos permitiera celebrar nuestros cultos sin exponernos a ser multados, o encarcelados, o al precintado de nuestros locales?.
Todo eso lo viví en carne propia. Fui testigo directo de los atropellos que voy a enumerarle. Y aunque la Biblia me lo prohíba, juro a usted que lo hago sin rencor. Los rencores, decía Nervo, no restañan heridas ni corrigen el mal. Más aún: si la Iglesia católica fue para nosotros instrumento de tortura, Dios lo permitió y punto en boca. Acatamos sus designios aunque no los comprendamos.
Ustedes piden a los gobernantes de ahora que les concedan derechos que fueron negados a nosotros cuando Iglesia católica y Estado ejercían todo el poder en España.
Lea, por favor.
Ustedes se oponían a que los protestantes construyéramos o alquiláramos locales destinados al culto.
Ustedes incitaban a las autoridades para que castigaran con multas cualquier reunión evangélica fuera de los locales autorizados.
Ustedes no levantaron un dedo para evitar encarcelamientos de civiles y de soldados protestantes. Yo fui uno de esos soldados encarcelados.
Ustedes presionaban a empresarios para que despidieran a trabajadores protestantes.
Ustedes se oponían a que nuestros jóvenes matrimoniaran civilmente si de niños habían sido bautizados en la Iglesia católica, como era el caso en el 95 por ciento de las parejas en aquellas generaciones.
Ustedes ordenaban que nuestros muertos fueran enterrados “en el corral”, a las afueras de los cementerios llamados católicos.
Ustedes ponían dificultades en los colegios a los niños de padres evangélicos y a los jóvenes en la Universidad.
Ustedes eran contrarios a que los protestantes ostentaran cargo público alguno.
Ustedes denunciaban a escritores y editores protestantes cuando se atrevían a publicar no ya libros, el mínimo folleto.
Le aseguro, señor cardenal, que esta relación podría ser multiplicada. Pero ¿para qué? Usted podrá objetar que todo lo escrito son cosas del pasado. No tan pasado, señor.
Fue Fernando María Castiella, siendo ministro de Asuntos Exteriores, quien decidió conceder a los protestantes un Estatuto de libertad religiosa para aliviar el clima de intolerancia imperante.El Estatuto proyectado culminó en la Ley de 26 de junio 1967, que venía a regular el ejercicio del derecho civil a la libertad religiosa.
A aquella Ley ustedes se opusieron con fuerza, pero no vencieron. Quiero recordarle que estoy hablando de bien entrados los años 60, no de 1939. Aunque daba igual. Los protestantes nunca hemos caído simpáticos a la Iglesia católica. ¡Qué le vamos hacer!.
Cuando se debatía la Ley en Las Cortes el jesuita José Álvarez sacó un libro, EL VOTO DE LA HISTORIA Y DE LA BIBLIA, donde decía que con la libertad religiosa los protestantes minaríamos el terreno a la verdadera fe y hundiríamos a España. Más derrotista se mostraba el obispo de Canarias, Antonio Pildain y Zapiain, para quien “el proyectado reglamento sería gravemente nocivo para el catolicismo en España y habría de dar origen a una espantosa guerra civil espiritual”.
El día y hora que se discutía el humilde proyecto de Ley que sacaría a los protestantes de las catacumbas, el arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, abandonó el hemiciclo en señal de protesta. Otros dos obispos presentes votaron en contra del texto, al que ya se habían presentado 239 enmiendas. Afortunadamente, España había cambiado para entonces y la Ley Castiella, como se la llamaba, fue definitivamente aprobada el 26 de junio de 1967. Pero sin que su iglesia hiciera nada por apoyarla, sí hizo lo contrario.
Termino, señor cardenal. Usted aboga en su artículo, hasta lo exige, “el respeto a lo cristiano, a ese derecho fundamental de la libertad religiosa que está en la base del respeto a la persona, a lo más sagrado de la persona” Amén. Lástima que la jerarquía surgida del nacionalcatolicismo no pensaba como usted. Y si pensaba, no lo decía.
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