¡Qué gran hombre fue JAIME CASADEMONT! En enero de 1962 dije que alguien debería escribir un libro sobre él, pero hasta ahora nadie lo ha hecho.
Explico cómo lo conocí.
Ya dije la semana pasada que en la primavera de 1954, viviendo yo en Santa Cruz de Tenerife, ERNESTO TRENCHARD me propuso estudiar con él en Barcelona. Una mañana llamaron al timbre de la puerta y apareció un jovencísimo JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ. TRENCHARD efectuó las presentaciones. MARTÍNEZ me pidió que predicara un miércoles en la Iglesia que entonces pastoreaba en la calle Pasage Nogués. Fui.
Acabada la reunión se acercó a mí un matrimonio catalán, jóvenes y joviales los dos. Dijeron sus nombres. JAIME CASADEMONT y PILAR. Inmediatamente me invitaron a cenar el domingo, cuatro días después. Allí estuve puntualmente, donde me señalaron. En la casa a la que acudí había un grupo de unas 12 personas; entre otras, cuyos nombres se han fugado de mi memoria, recuerdo a JAVIER BOSQUE, PEDRO PERIS, GONZALO no sé qué, acompañados de sus esposas.
Después de la cena JAIME habló. Nos dijo a todos que tenía intención de fundar un movimiento evangelístico que llevaría por nombre SINTONIZANDO CON DIOS. Con un entusiasmo que contagiaba expuso ideas, presentó proyectos, trazó planes, logró que compartiéramos sus sueños, que asumiéramos sus aspiraciones. También hablamos, pero menos, Bosque, Peris y yo. Acepté de inmediato la intención y me uní a ella. No conocía a ninguno de los que estaban allí, pero para involucrarme en estos quehaceres espirituales, misioneros, nunca ha sido preciso empujarme.
De rodillas, orando y llorando, permanecimos tres horas, que transcurrieron como un suspiro.
Aquella noche, en aquella casa, quedó constituido el movimiento evangelístico SINTONIZANDO CON DIOS. CASADEMONT fue nombrado presidente, BOSQUE tesorero, yo secretario e impulsor de misiones.
CASADEMONT era empresario. Trabajaba mucho. Muchísimo. Los fines de semana los dedicaba a predicar por los pueblos cercanos a Barcelona. Dormía poco. Comía menos. “Este hombre, me decía la esposa, PILAR, cualquier día cae enfermo y se nos va”.
Y se nos fue. Fue cortado de la tierra y voló (
Salmo 90:10) un 26 de noviembre del año 1960. El ser humano está situado entre seis paredes: arriba, abajo, delante, detrás, derecha, e izquierda. Y presidiéndolas todas, la muerte vigilando y esperando.
En Barcelona tuve otro amigo muy querido. Se llamaba RAFAEL SERRANO. Los padres salieron un día de Córdoba, recorrieron el camino hasta Barcelona y aquí se instalaron, en esta grande y acogedora ciudad. Trabajando mucho, ahorrando cuanto podía y con una poquita ayuda de sus padres, logró montar una pequeña imprenta en la calle Floridablanca. RAFAEL era un creyente que por la fe arriesgaba la vida. Lo conocí en la Iglesia del Paralelo, que yo frecuentaba. Luego hubo una división y formó parte del grupo que se trasladó al Pasage Verdún.
En aquellos tiempos de la tiranía nacionalcatólica imprimir literatura protestante, aunque se tratara de un par de folios doblados, era exponerse a multas y cárcel. Si el general O´Donnell pudo decir al salir ileso de un atentado: “Ni las balas de África ni las de aquí pueden conmigo”, a RAFAEL SERRANO no le asustaban las maquinaciones clericales ni lo intimidaban los comisarios de Franco. Todos los protestantes que por aquella época escribíamos algo acudíamos a la imprenta de SERRANO. El escondía los impresos hasta bajo las camas del dormitorio de los padres. Cuando se agotó la primera edición de mi libro DEFENSA DE LOS PROTESTANTES ESPAÑOLES, impresa en Marruecos, SERRANO hizo en su imprentita una edición clandestina de 2.000 ejemplares. Cuando le preguntaba si no tenía miedo de exponerse a años de cárcel, contestaba: “No, el miedo es el mayor enemigo de la fe y los cristianos sabemos en quién hemos creído, el mismo que nos protege”.
Desde Barcelona recibí carta comunicándome su muerte. Lloré de dolor y recordé una frase anónima que leí no sé dónde: “La tumba es el arco de triunfo de la eternidad. Allí residen los valientes”.
Un encuadernador ateo, anticatólico y antifranquista amigo de SERRANO, dueño de otro microtaller, asumió la encuadernación de los 2.000 ejemplares. Después surgió el dilema: ¿Qué hacer con ellos? ¿Dónde esconder e iniciar la distribución de tantos libros? Entonces surgió MAGDALENA PALMER, a quien por aquellos días se le podía aplicar la definición que hace Benavente de la mujer humilde: “Animal de cría y de trabajo y de carga”. Cuando la conocí era viuda. Tenía tres hijos, dos hembras y un varón. Vivía en un piso de la Vía Layetana. Todos asistían a la Iglesia en Pasage Nogués. Los cuatro adoraban (es un decir) a su pastor, JOSÉ MARÍA MARTÍNEZ, especialmente YOLANDA, muy activa entre el grupo de jóvenes.
La señora PALMER distribuía su tiempo entre el hogar y la Iglesia. Había en esta mujer un dulce e increíble atractivo espiritual, una fuerza y un resplandor de verdad que subyugaban. Es un dicho común que la mayor parte de los hombres ilustres deben mucho a sus madres. También los tres hijos de la señora PALMER. Supo plantar en el alma de cada uno de ellos la semilla de la virtud y de la fe. Fue la imagen viva de lo verdadero, de lo bello. Sabía interesar al cielo en el porvenir de sus hijos y a éstos en la grandeza, misericordia y amor de Dios.
Nunca me interesé en conocer la economía de aquella casa, egoísta y estúpido de mi. Pero cada vez que iba encontraba a jóvenes de la Iglesia merendando o tomando refrescos. Su hogar era eso, una auténtica Iglesia donde el gorrión hallaba casa y la golondrina nido, cerca de los altares de Jehová (
Salmo 84:3).
También RAFAEL SERRANO acudía de vez en cuando al calor de aquél hogar. Concluida la impresión y encuadernación del libro citado nos reunimos él y yo con MAGDALENA y le expusimos el problema que nos preocupaba: Dónde almacenar los libros para protegerlos de la policía. “En mi casa”, dijo la señora PALMER con un tono de firmeza en la voz.
A su casa fueron las cajas que ella escondió debajo de las cuatro camas. De allí fueron saliendo poco a poco, uno a uno o en pequeñas cantidades a las direcciones que yo le iba enviando desde Marruecos.
MAGDALENA PALMER DE SINTES fue una de las grandes personas que Dios introdujo en mi vida. Dulce en el trato, paciente en sus penas, verdaderamente piadosa, con una confianza sin límites en la providencia divina.
Una carta depositada en Barcelona y llegada a Madrid me informó de su muerte. De su muerte no, de su sueño. El sueño es hermano de la muerte. “Dormir –dijo MUSSET en el momento de morir – por fin voy a dormir”. Nuestra hermana PALMER duerme, dijo Jesús camino de Barcelona, mas voy para despertarla del sueño.
Si quieres comentar o