Los primeros segundos de
Reencarnación nos muestran a un hombre haciendo
footing por
Central Park. Se trata de Sean, el marido de Anna, el personaje que interpreta Nicole Kidman. De pronto, al pasar por debajo de un puente, el hombre se detiene, se lleva la mano al pecho y cae fulminado al suelo, víctima de un ataque al corazón. Mientras se entierra al difunto, aparecen imágenes del parto bajo el agua de un niño. La película se llama por eso
Nacimiento (Birth), en inglés.
Diez años más tarde, Anna visita la tumba de su marido. Luego anuncia en una fiesta que se dispone a contraer nuevas nupcias con un rico ejecutivo canadiense (interpretado por el hijo del mítico director John Huston, Danny). Ahora es una atractiva viuda que vive en el
East End, un barrio de clase alta, donde vive la gente con dinero de Nueva York Un niño irrumpe entonces por sorpresa en el salón donde se celebra la fiesta de cumpleaños de su madre (la veterana Lauren Bacall). El chaval pide hablar en privado con la viuda y una vez a solas le dice que él es la reencarnación de su fallecido esposo. Incrédula al principio, molesta después, la protagonista trata de deshacerse del niño educadamente, pero éste insiste en quedarse, hasta que le tomen en serio. Poco a poco, Anna va cediendo a los caprichos del pequeño Sean, hasta que acaba convenciéndose de que lo que dice es verdad…
LA PELÍCULA
La película va creando a partir de ese momento tal inquietud que hace que finalmente uno se llegue a tomar en serio tan desconcertante propuesta como que este niño misterioso sea el primer marido de esta viuda que está a punto de casarse. Paso a paso, es como si las dudas de los personajes fueran tomando cuerpo en la pantalla hasta llegar a una situación deslumbrante, en la que todo queda en las manos del talento de Kidman, que aguanta la cámara sobre su rostro en un primer plano de varios minutos de duración, sin apenas mover un músculo. Todo parece bullir en su cabeza, asumiendo la perplejidad de aquello que nos quiere hacer creer (tanto a ella como a nosotros).
Este juego de intrigas, construido por un director que se ha hecho famoso con anuncios publicitarios (para
Nike, Levi´s o
Guiness), videos musicales (con Nick Cave,
Blur o
Massive Attack) y una sola película (
Sexy Beast), promete más al principio que lo que logra finalmente. Ya que en su parte inicial resulta muy sugerente, pero a medida que avanza la historia, va dejando al descubierto todas sus insuficiencias, artificios y falsedades, hasta acercarse peligrosamente a todo lo que había intentado evitar en el planteamiento original de una puesta en escena llamativamente sobria. Ya que a pesar de su ritmo lento y frío, la historia está llena de detalles desestabilizadores
Es cierto que desde su impresionante punto de partida, no es sencillo llegar a algún puerto que no desmerezca el viaje. Pero si no fuera por Kidman, la travesía que nos proponer Glazer, apenas sería tolerable, ya que la historia no va al final a ningún sitio.
La conclusión es de tal ambigüedad, que el espectador no sabe a qué atenerse. Porque ¿es verdad lo que dice el niño?, ¿o es todo un montaje? ¿Se trata de una broma macabra?, ¿o de otra cosa?
LA CREENCIA
Milo Addica, al que pidieron colaborar con el guión de Carrière, tras su impresionante trabajo en
Monster´s Ball, cree que la película “trata del poder de la fe, de la fuerza de nuestras creencias y adónde nos conducen”. Según las encuestas, un 25% de la población europea y américana, manifiesta creer en la reencarnación, incluido un 20% de españoles. Pero hay muchas formas de entender la reencarnación. El hinduismo, por ejemplo cree en el renacimiento de cada alma individualmente. El budismo, sin embargo, niega la existencia independiente del alma…
Algunos no distinguen tampoco la creencia antigua en la preexistencia del alma de la idea oriental de reencarnación. Esta confusión hace así que algunos digan que incluso el cristianismo primitivo mantuvo en el pasado una idea de reencarnación, como Shirley Maclaine, que en su libro
Lo que sé de mí (Plaza & Janes, Barcelona, 1992) dice que "las ideas de Jesucristo fueron suprimidas de la Biblia durante el V Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla en el año 553" (
pág. 192).
Por la fecha suponemos que se refiere al quinto concilio ecuménico, que fue el segundo que se celebró en Constantinopla. Allí por supuesto no se habla nada de la reencarnación, pero si se declara
anatema a "todo aquel que afirme creer en la preexistencia de las almas". Se refiere así a la idea de Orígenes, quien por cierto niega claramente la reencarnación trescientos años antes de ese concilio, utilizando precisamente aquellos textos que relacionan a Elías con Juan el Bautista (
Mateo 11:14; 17:12-13;
Mr. 9:13;
Lc. 1:17). Ya que Juan no dice ser Elías (1:19-23), aunque fuera arrebatado a los cielos (2
Reyes 2:11).
”La reencarnación, metempsicosis o transmigración de las almas es "la doctrina de que existe en el hombre un algo inmaterial (llamado alma, espíritu, ser interno y con otros varios nombres) que no perece al morir, sino que persiste como una entidad, y después de un intervalo más o menos largo, se reencarna o renace en un nuevo cuerpo, el de un niño antes de nacer, en el que comienza una nueva existencia, más o menos inconsciente de las anteriores, pero conservando en sí la esencia o resultados de esas vidas anteriores, cuyas experiencias constituirán su nuevo carácter o personalidad." (William W. Atkinson,
La reencarnación o la ley del karma, Edicomunicación, Barcelona, 1991, pág. 8).
EL PROBLEMA
La reencarnación es en realidad una respuesta al problema del mal, ya que busca hacer realidad el viejo sueño de esa segunda oportunidad, por la que poder enmendar los errores pasados. Pero si el hombre sufre hoy por algo que ha hecho en el pasado, según la ley de causa y efecto del
karma, la víctima se convierte así en el culpable. No es casualidad por lo tanto que donde más extendida está esta creencia, como en el hinduismo, más dudas haya planteado históricamente el problema del dolor, lo que provocó de hecho el nacimiento del budismo.
El orientalismo ve la muerte como una liberación, ya que no tiene idea de creación, ni la considera buena. Pero no hay nada malo en el cuerpo, porque la barrera entre el mundo visible e invisible no es la realidad física, sino la separación que la Biblia llama pecado. Nuestro problema por lo tanto es moral. Por lo que no necesitamos la magia de ninguna técnica, sino la justicia para poder vivir cómo debiéramos vivir. Ese es el fracaso del pecado, que nos hace culpables a los ojos de Dios y merecedores de esa
muerte eterna, que es la separación de Dios (
Ro. 3:23).
¿Estamos por lo tanto ante una ley de causa y efecto, como el karma? Cuando le preguntan a Jesús sobre un ciego de nacimiento, si pecó éste o sus padres, para que él sufriera así, les da una extraña respuesta: "No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él"(Jn. 9:1-3). ¿No merecen entonces algunos más dolor que otros? Cuando una torre cayó y dieciocho murieron, Jesús dice: “¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente." (
Lc. 13:1-5).
La muerte de Jesús manifiesta sin embargo la justicia de Dios, haciendo caer el peso de su ira sobre si mismo, sufriendo él, el Justo por los injustos. Es en la cruz por lo tanto donde se resuelve el problema del mal, ya que "Dios muestra su amor por nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (
Ro. 5:8). Esa redención nos libera de esa
ley del karma para la que no existe fin en el
difícil camino de la perfección. Y esa es la diferencia también entre las dos parábolas que cuentan Jesús y Buda sobre un hijo perdido. Mientras que para el budismo lo que el hombre siembra, esto es lo que recoge, las
buenas noticias de Jesús es que existe el perdón de un Padre amoroso que nos acepta en su libre gracia.
LA ESPERANZA
Jesús es realmente el único que nos puede liberar de la esclavitud que tenemos de nosotros mismos. Para eso murió Cristo en la cruz y fue levantado de los muertos, "para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:15). No se trata de lo que nosotros podamos hacer para acercarnos a Dios, sino de lo que Él ha hecho por nosotros. Y esa es una salvación segura, porque depende de Dios y no de nosotros. Ya que “lo que necesitamos por encima de todo no es seguridad sobre una supervivencia después de la muerte, sino sobre nuestra redención". Ya que, como dice Van Dam en su estudio sobre las experiencias de personas cercanas a la muerte,
Los muertos no mueren (Tikal, Madrid, 1995), "si la supervivencia significara nuevo sufrimiento en la oscuridad, ¿de qué nos serviría?" (pág. 130).
No se trata de perder nuestra personalidad, viviendo inmersos en una absorción con el infinito, sino de una relación y comunión con un Dios personal por medio de la Persona de Cristo. La
vida eterna de la que Cristo habla es algo que comienza ahora. No es una mera supervivencia después de la muerte. Para el cristiano, la muerte es un viaje para estar con Cristo (
Fil. 1:23). No es una pérdida de personalidad, ya que la esperanza cristiana es la resurrección de los muertos, no la pervivencia del alma.
La resurrección de Jesucristo es la garantía de la resurrección futura del creyente (1
Co. 15:20). Él es “el primogénito de entre los muertos” (
Col. 1:18), al que siguen “muchos hermanos” (
Ro. 8:29). Ya que Cristo dice a sus discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (
Jn. 14:19). Él dice: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (11: 25). Por la obra del Espíritu Santo (
Ro. 8:11) el creyente es transformado a semejanza del cuerpo de Cristo resucitado (
Fil. 3:20-21). Los cristianos por eso no esperamos la reencarnación, sino la resurrección.
“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan". (
He. 9:27-28).
Esperamos un nuevo cielo y una nueva tierra, en los que mora la justicia, no para vivir reencarnados, sino resucitados. Porque la resurrección tiene grandes implicaciones morales, ya que nos asegura que vivimos en un universo moral. Porque si la cruz parece anunciar la victoria del mal y la injusticia, la resurrección no deja lugar a dudas que la justicia al final triunfará.
Si quieres comentar o