El sentido de la vida

El pasado mes de julio asistí a la boda de Elisabet Ruiz en Sevilla. Cuando Pablo Salvador y su esposa Adela, quienes me recogieron del hotel y me devolvieron al mismo me dijeron que era hora de empezar a despedirnos, las tres de la mañana, quise hacerlo de Lidia, la otra hija de Vicente.

Lidia es periodista. Cuando tengo oportunidad de hablar con ella me intereso por su trabajo. En esta ocasión me dijo: “Trabajo como periodista en el Ayuntamiento de Sevilla. Donde va el alcalde allá voy yo para escribir sobre lo que hace. Son muchas horas”.
-Un trabajo duro, ¿no?, comenté.
-Sí, pero me gusta, porque da sentido a mi vida, fue su respuesta.

¡Qué filosofía más auténticamente cristiana! ¡Dar sentido a la vida!.

Recuerdo la pregunta de Dios al profeta cuando Elías, deprimido, se escondía en el interior de una cueva: “¿Qué haces aquí, Elías?” Lo que hacía allí, el que todo lo sabe lo conocía bien. El significado de la pregunta era este: ¿Qué hace aquí, desanimado, miedoso, angustiado, un líder religioso como tú? ¿Qué sentido tiene tu vida en estas circunstancias, vencido y con los brazos caídos?

Si tuviera que escribir aquí citas de Jesús y de Pablo llegaría a la conclusión de que el sentido de la vida es el valor que da valor a todos los demás valores, buscar primeramente el reino de Dios. De esta forma todo lo que somos, todo lo que hacemos, palabras, actitudes, reacciones, estarán revestidos con el brillo particular de la fe que hemos puesto en Jesús.

Dar sentido a la vida es mantener un tono de alegría que envuelve a otros, que los demás perciben y dicen: esa persona tiene un no sé qué, no sé cómo calificarla, pero se la nota feliz.

Dar sentido a la vida es la sensación de plenitud que, en el otoño de los años, al volver la mirada hacia atrás, nos hace exclamar: valió la pena.

Pero el sentido de la vida no es un don de Dios, como la fe. No se consigue sin la intervención de la voluntad. Dar sentido a la vida es darle sentido al trabajo diario, a la entrega personal, con una dedicación metódica y ordenada. Mantener un equilibrio emocional.

A veces, cuando tenemos motivos más que suficientes para saltar de alegría, nos sentimos abatidos. En los días azules, sin una explicación lógica, nos parece que tenemos el alma nublada. Cuando creemos haber dado pasos decisivos hacia la tranquilidad mental, entramos inesperadamente en una crisis de angustia.

Hemos de evitar estos vaivenes del alma.

Cuando escribo viene a mi mente una frase del filósofo Ortega y Gasset, que de tan bonita me la sé de memoria. Dijo: “La vida se nos es dada vacía. Cada uno de nosotros debe llenarla por sí mismo”.

¡Gran verdad! Eso es dar sentido a la vida. Llenar cada uno la suya de, cito a Pablo: “todo lo verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre” (Filipenses 4:8).

Saludos.