Cuando tenía poder para censurar los cuatro folletos que editábamos los protestantes, y poder para paralizar aquellos pocos que lograban sortear los obstáculos que imponía el Ministerio de Información y Turismo, allí estaban los sacerdotes que ejercían de censores religiosos, con sueldos a cargo del Estado. Eran los ultramontanos del siglo XX: “Todo lo que la Iglesia admite es bueno, todo lo que prohíbe es malo”. Los torquemadas con sotanas inmaculadas y negras intenciones dispuestos a encender el fuego en la pila de libros protestantes.
Voy a enumerar algunos casos que apoyan lo escrito en párrafos anteriores.
El 7 de junio 1961 fueron confiscados en Barcelona 5.000 ejemplares de dos libros inofensivos de contenido, EL CRISTIANO, ESE DESCONOCIDO y ¿QUÉ ES LA VERDAD?. El autor y el impresor fueron juzgados, condenados a un mes de cárcel y al pago de las costas además de ser multados. El abogado defensor argumentó en el juicio que tanto el autor de los libros, José Grau, como el impresor, Salvador Salvadó, hicieron cuanto pudieron para obtener autorización legal, pero les fue denegada. Citó casos de literatura católica impresa sin la debida licencia, pero todo fue en vano. Para los católicos, el cielo, para los protestantes, el infierno. Así era España gobernada desde el Vaticano.
En aquella ocasión fueron 5.000 ejemplares de literatura. En otra ocasión fueron 60.000, almacenados en el depósito de Ediciones Evangélicas Europeas, que dirigía José Grau en la ciudad condal. Parte de los folletos confiscados era uno que trataba sobre la película LOS DIEZ MANDAMIENTOS, que por aquél entonces hacía furor en los cines de medio mundo.
Honda repercusión internacional tuvo el asalto a los locales de la Sociedad Bíblica en el número 2 de la calle Flor Alta, en Madrid. Por orden gubernativa se requisaron y destruyeron 30.000 Biblias “protestantes” y otra literatura. Las actividades de la Sociedad fueron declaradas fuera de la ley. Esto ocurría en abril 1956. En enero 1963 la Sociedad Bíblica, dirigida por José Flores, fue autorizada a reanudar sus actividades. En esto tuvo mucho que ver el ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella, el hombre que impulsó y defendió la Ley de Libertad Religiosa promulgada en 1967.
El embargo a la literatura evangélica lo sufrí en carne propia, como tantos otros atropellos que el gobierno cometía contra los protestantes a solicitud de la iglesia católica.
Lo cuento.
He mencionado en otras ocasiones la revista LUZ Y VERDAD, que publiqué en Tánger entre 1956 y 1959. El grueso de los suscriptores estaba en España. Enviar desde Marruecos los ejemplares que iban apareciendo era toda una odisea. Muchos eran interceptados en las oficinas de correos y destruidos. El 20 de enero 1959 cargué en mi Renault Dauphine 1.100 ejemplares de la edición que acababa de salir de imprenta: La revista iba camuflada en diferentes departamentos del coche, que no era muy grande. En la gaveta, donde guardaba la documentación del vehículo, coloqué dos ejemplares, para tenerlos a mano. Al llegar a Algeciras el carabinero de turno me preguntó de qué trataba la revista.
-“Es una revista protestante”, dije inocentemente.
-“¿Cuántos ejemplares lleva?, preguntó.
Ignoro si fue la luz blanca de Dios o la luz negra del diablo la que en aquellos instantes encendieron mi mente. Contesté sin vacilar:
-“Llevo 1.100 ejemplares distribuidos por todo el coche”.
Se armó la de Caín. El carabinero llamó al cabo, éste al sargento, aquél al oficial. Hube de sacar todos los ejemplares. Protesté. Me indigné. Razoné. Todo en vano. Los 16 paquetes de LUZ Y VERDAD quedaron allí. Lástima de dinero perdido. Seguí viaje a Madrid sin un solo ejemplar de mi querida y mimada revista. Dos meses después escribí un artículo al que puse por título: “Funcionarios de la aduana en Algeciras descubren un contrabando de revistas protestantes”. El clero católico de Tánger, siempre al tanto de mis publicaciones, se frotaría las manos.
En agosto 1958 vio la luz mi libro EN DEFENSA DE LOS PROTESTANTES ESPAÑOLES. El ministro Castiella solicitó cinco ejemplares a través del Consulado español en Tánger. Cuando recibí la comunicación de personarme en el Consulado temblé. No sabía de qué se trataba. Una vez en su despacho, el Cónsul se deshizo en atenciones. Me sorprendí, dado que conocía mi trayectoria de líder protestante. Más tarde supe que el propio ministro de Asuntos Exteriores, José María Castiella, le había telefoneado personalmente ordenándole que me contactara y le hiciera llegar cinco ejemplares del libro citado, cuyo contenido tenía tres partes destacadas: La libertad que los protestantes tenemos en España, la libertad que no tenemos, la libertad que queremos tener.
Aquella relación ocasional con las autoridades consulares españolas me hizo creer, pobre de mí, que el camino estaba abierto para el envío del libro a España. Iluso yo. En Barcelona contaba con una buena amiga, miembro de la iglesia en calle Verdi, viuda, llamada Magdalena Palmer, que distribuía a evangélicos de toda España la literatura que yo le enviaba. Después de mi entrevista con el Cónsul le mandé desde Tánger cuatro paquetes con un total de 200 ejemplares. Nunca llegaron. Me los robaron. Los destruirían, era literatura hereje, contaminante. Opté por mandar los ejemplares de uno en uno, conforme recibía pedidos. Imposible. Ya estábamos fichados mis libros y yo. Continuaba recibiendo cartas de España. Querían el libro. Para solucionar el problema me trasladé a Barcelona. Hablé con Rafael Serrano, buen amigo mío. Tenía una pequeña imprenta. Le propuse hacer una edición del libro.
-“Me comprometes, Monroy. Pueden multarme. Pueden encarcelarme. Pueden cerrarme la imprenta. Es un libro muy polémico”.
Serrano fue toda su vida un valiente. Imprimía literatura evangélica arriesgando mucho. Aceptó. Imprimió dos mil ejemplares de EN DEFENSA DE LOS PROTESTANTES ESPAÑOLES. Le puso el pie de imprenta de la misma empresa que lo publicó en Tánger y, en portada, la dirección de Marruecos: “Ediciones Luz y Verdad”, Apartado Jerifiano 173, Tánger.
Los dos mil ejemplares fueron escondidos en casa de Magdalena Palmer, en la Vía Layetana. Desde este escondite y con discreción el libro fue circulando por iglesias evangélicas del país.
Ese era el panorama de la literatura protestante en la España nacional- católica. En realidad, más católica que nacional. A Franco le importaba poco lo que escribíamos los autores protestantes. Jamás leyó algo nuestro. Las fuerzas de seguridad del Estado, policías y guardias civiles, eran meros ejecutores. Obedecían órdenes. El sargento carabinero que me confiscó las revistas en la aduana de Algeciras me dijo que él había leído algunos libros nuestros y le gustaban. Me pidió un ejemplar de LUZ Y VERDAD y le escribí una dedicatoria en la portada.
Quienes no querían ver un libro ni un folleto nuestro en la calle eran los sacerdotes católicos, y presentaban denuncia tras denuncia. La Iglesia católica mantuvo por aquellos años un entretejimiento con la trama íntegra de las instituciones políticas, judiciales y policiales y la incrementó en contra de los protestantes. Legitimado su régimen de monopolio en el país, anuló totalmente otras alternativas religiosas. La imagen de los obispos en las Cortes, los curas en el Ministerio de Información y Turismo, las monjas y frailes en el Ministerio de Educación, al que el pueblo llamaba “Monasterio de Educación”, mantenían un control férreo sobre periódicos, revistas, folletos, libros, control que era de hierro, el “no pasarán”, cuando se trataba de literatura protestante.
Aún así, no lograron anularnos, ni siquiera silenciarnos. Continuábamos escribiendo y editando bajo la tormenta, valiéndonos de mil triquiñuelas para hacer llegar a los miembros de nuestras iglesias la literatura clandestina que producían editores valientes. Y ganamos. La victoria final fue nuestra. Aquí estamos. Aquí seguimos.
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