No todos los soldados salieron de la “mili” tan bien parados como yo. Podría llenar muchas páginas con nombres de jóvenes que fueron severamente represaliados. Pero estos no son artículos de investigación, sino de testimonio. Sólo cuento casos y cosas que viví en carne propia o de personas cercanas a mí. Lo mío ocurrió prácticamente en época de postguerra, cuando los militares aún estaban ebrios y soberbios de triunfo. Pero
hasta la primera Ley de libertad religiosa promulgada en 1967 no cambió el clima de intolerancia en los cuarteles.
José Cabrera, miembro de la Iglesia evangélica en Santa Cruz de Tenerife, a quien yo daba clases cuando era niño, fue encarcelado durante seis meses en el verano de 1962 porque en la Jura a la Bandera permaneció a pie firme y no quiso arrodillarse en la Misa católica.
A dos meses de cárcel fue condenado en El Escorial el soldado
Manuel Suárez Cela, evangélico e hijo de evangélicos, exactamente por el mismo motivo que llevó a prisión a José Cabrera.
El caso más grave se dio en Melilla con el soldado Jenaro Redero. Jenaro nació en San Felices de los Gallegos, provincia de Salamanca, en septiembre de 1938. A los 17 años fue convertido a la fe de Cristo cuando trabajaba en Manresa, Cataluña. Perteneció a la quinta del 59. Al ser llamado a filas se le destinó al Grupo de Regulares número 2, emplazado en Melilla. Allí permaneció durante todo el período de la “mili”. Su condición de protestante no le ocasionó problemas mayores. El 12 de diciembre de 1961, pocos días antes de obtener la licencia del Ejército y regresar a casa, tuvo lugar una Misa católica para celebrar “la despedida del soldado”. En el curso de la misma, y al toque de corneta que significaba inclinarse de rodillas, Jenaro permaneció a pie firme. Más tarde diría al capitán de su compañía que él no podía arrodillarse ante una imagen católica. Su fe se lo impedía.
Fue arrestado, juzgado y condenado a tres años de cárcel. La inquisición no cesó en 1820 mediante el decreto del Gobierno liberal. Aquel malhadado tribunal religioso creado en España por los reyes católicos continuaba activo en los cuarteles españoles siglos después, con la aprobación y bendición de los sacerdotes castrenses.
Por aquella época yo dirigía en Tánger el periódico LA VERDAD. A través de este medio tenía informado al pueblo evangélico español de la situación que atravesaba Jenaro Redero. Los líderes de aquella España protestante movilizaron influencias a favor del soldado preso. La Comisión Evangélica de Defensa elevó escritos a las autoridades militares del país. El pastor de la Iglesia donde había sido convertido Jenaro, Felio Simón, escribió una carta al Papa Juan XXIII. La carta fue interceptada por el obispo católico de Manresa y devuelta al remitente. ¿Cómo funcionaba aquél servicio de correos para que una carta echada a un buzón público fuera a parar a manos de un obispo? Después de todo, si se violaban los derechos y la libertad de conciencia, tampoco era de extrañar que se violara la correspondencia. Yo mismo escribí a todos los obispos católicos de España, pidiéndoles que intercedieran a favor del soldado preso, puesto que el delito por el que se le había condenado era puramente religioso. ¿Quiere saber el lector cuantas respuestas obtuve? Sólo una, de un obispo en el país vasco. Decía que lo lamentaba, que no podía intervenir. Pero sí intervinieron otros de su misma Iglesia para que fuera encarcelado.
Tanteando otro terreno me propuse una entrevista con el Gobernador de Ceuta y Melilla, máxima autoridad militar en aquellos territorios. Por aquél entonces el Gobernador era un militar, teniente general Galera. Hombre duro, déspota, dictador. Me trasladé a Ceuta. En un primer acercamiento al personaje me personé en las dependencias de la Gobernación. Dije que residía en Tánger, era periodista y quería entrevistar al teniente general. No obtuve una respuesta inmediata. Anotaron el hotel donde me hospedaba y dijeron que ya me avisarían. Al tercer día de espera me comunicaron que el Gobernador me recibiría a la mañana siguiente.
Me impresionó la figura del militar y la fastuosidad del despacho. Antes de pedir que me sentara quiso saber el motivo concreto de mi visita. Cuando le estaba exponiendo el caso de Jenaro Redero se levantó furioso y me gritó:
-¿Para esto me hace usted perder el tiempo? El soldado Redero cumplirá su condena. Y si usted no se marcha inmediatamente le hará compañía en la cárcel.
Era una bravata. No tenía jurisdicción sobre mí. Yo no vivía en Ceuta ni en Melilla. Pero el alto militar, en aquella España franquista, habría encontrado la forma de cumplir su amenaza.
Regresé a Tánger. Continué llamando a otras puertas. Jenaro seguía encarcelado. Yo mantenía contacto permanente con él. En una de sus cartas, decía: “Dios tasará el tiempo de mi liberación, hermano Monroy”. El padre murió de tristeza. Desde que supo que su hijo estaba en la cárcel se negaba a comer y no dormía por las noches. Jenaro no fue autorizado a salir de la cárcel para asistir al entierro.
En agosto de 1962 hubo cambio en el gobierno de Ceuta y Melilla. Galera fue sustituido por otro teniente general, Alfredo Erquiza Aranda. Era vasco. Más humano, más dialogante que su antecesor. Le envié una larga carta explicándole con detalles los motivos del encarcelamiento de Jenaro y pidiendo su libertad. La carta fue publicada en LA VERDAD. Poco tiempo después me llegó un telegrama firmado por él. Decía que había leído la carta y estudiaría el tema. Lo hizo. Jenaro fue puesto en libertad cuatro meses después de llegarme el telegrama. Aquél día recorrí 500 kilómetros de mala carretera que separaban Melilla de Tánger para ser el primero en darle un abrazo. También fui el primer periodista en entrevistarle.
Jenaro Redero estuvo 17 meses encarcelado. ¿Quiere saber el lector cuál fue la acusación del fiscal que pidió su encarcelamiento? Esta: “su pertenencia a la secta evangélica, repugnando a sus creencias la adoración del Santísimo Sacramento”. Ya lo he dicho, la inquisición, la intolerancia de la iglesia católica escondida tras el poder militar. Como siempre.
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