En Jesús, Dios se descubre y se esconde. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo, escribe San Pablo. Estaba dentro de Cristo, escondido en Cristo, pero al propio tiempo revelado en Cristo, manifestando en Cristo su poder, su gracia, su gloria. Como lo presenta San Pablo en
Colosenses 2:9, en Cristo habitaba corporalmente, es decir, en el cuerpo propio de Cristo, la plenitud de la Deidad. Estas palabras desatan la totalidad de las perfecciones y atributos que nuestro entendimiento descubre en Dios.
La existencia histórica de Dios alcanza su cumbre en ese "Dios con nosotros” de San Mateo. El Dios eterno asume de una manera misteriosa una naturaleza humana y la une a sí mismo en una unidad personal. A este gran misterio se le denomina en teología unión hipostática de lo divino y lo humano.
¿Lo entendemos? ¿Es capaz nuestra razón de asumir la enormidad irracional del hecho? ¿Cabe el misterio en los breves depósitos de nuestra fe, siempre débil, siempre tambaleante?
Aunque sea de escasos quilates, la fe es imprescindible para que nuestro intelecto y nuestro sentimiento acepten el misterio del Dios que se hace hombre. Porque, entre otras consecuencias, zanja definitivamente el problema de la existencia de Dios.
Si Dios encarna en figura humana hay que dar por hecho que Dios existe. ¿Existe Dios? ¡Naturalmente que si!
El enigma del mundo natural y humano nos reenvía al principio de los tiempos. No podemos consultar una enciclopedia para ver si existe Dios. La enciclopedia no contiene la respuesta. Hay que abrir los ojos a la realidad que nos envuelve, conducir la razón hasta el límite de sus posibilidades.
Gateamos por un planeta en la inmensidad del universo, pero ¿qué es el universo? ¿Acaso flotamos en el vacío?
Nosotros somos el planeta vivo. Somos el gran barco que navega alrededor de Dios. Platón opinaba que todos los fenómenos de la Naturaleza son solamente sombras de las ideas eternas.
Nosotros somos sombras de Dios.
Somos su imagen, estamos hechos a su semejanza. Nosotros, hombres y mujeres, pequeños y grandes, todos nosotros y cada uno de nosotros testificamos con nuestra sola presencia la existencia de Dios.
La filosofía de Aristóteles suponía que había un Dios o una causa primera que ponía en marcha todos los procesos de la naturaleza. Pero no nos proporcionaba ningún otro dato sobre la existencia de Dios. En este punto tenemos que apoyarnos en la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento. Dios encarna en cuerpo de hombre y ante la evidencia desaparecen todas las dudas sobre su existencia.
El Dios que desde el principio se revelaba a los humanos a través del Antiguo Testamento, a través de la naturaleza, a través de la razón y a través de la conciencia, se revela ahora a través del Hijo.
Como Tomás, de rodillas, de nuestros labios brota su misma exclamación: "¡Señor mío y Dios mío!" Navidad es eso, solamente eso, Dios con nosotros. ¿Y nosotros con Dios? También.
¿Qué es lo más importante de la vida? La comida, dirá el hambriento; la bebida, dirá el sediento; el abrigo, dirá el mendigo. Pero con todas esas necesidades cubiertas hay todavía algo que el ser humano necesita. No algo, sino alguien: Dios.
¡Inevitable! Porque en todos nosotros, en el hombre más miserable, en la mujer más perdida, hay una chispa de la razón divina. Sí, divina. En realidad, lo divino está presente en todo. Y esto no es panteísmo. Es Biblia pura y clara. Lo que ocurre es que no lo vemos.
Jostein Gaarder cuenta la siguiente historia: "Erase una vez un astronauta y un neurólogo rusos que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano, y el astronauta no. "He estado en el espacio muchas veces", se jactó el astronauta, "pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles". "Y yo he operado muchos cerebros inteligentes", contestó el neurólogo, "pero nunca he visto un sólo pensamiento".
¿No existe el pensamiento porque no lo vemos?
¿No existe Dios porque no se nos aparece a diario?
Dios con nosotros. He aquí la gran verdad, la verdad definitiva y última de la Navidad. En nuestra alma hay una chispa de la hoguera de Dios.
La huella de Dios está impresa en nosotros desde que nacemos, de la misma manera que el artista imprime su firma en la obra.
Dios está íntimamente presente en nuestra conciencia. Según San Pablo, la naturaleza que nos rodea y nuestra propia existencia reposan en Dios. En Dios somos. En Dios vivimos. En Dios existimos. En Dios nos movemos. Somos linaje de Dios.
La Navidad suele humanizar demasiado a los personajes del misterio. El lenguaje figurado de la Biblia que pone a nuestro alcance la imagen humana del Dios invisible sirve para hacernos más asequible la personalidad de Dios. Pero no se debe falsificar la verdadera proximidad de Dios mediante una humanización gratuita.
Navidad es esto y sólo esto: Dios con nosotros.
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