VENDEDORES DE HUMO.
En el libro
El médico, de Noah Gordon, hay un fragmento en el que Barber le dice a su joven aprendiz de cirujano:
“Cuando muera y haga cola ante las puertas San Pedro preguntará: ¿cómo te ganaste el pan? “Yo fui campesino”, podría decir un hombre; o “fabriqué botas a partir de pieles”. Pero yo responderé: “fumus vendidi” – dijo jovialmente el antiguo monje, y Rob se sintió con fuerza para traducir del latín “vendía humo”.
Barber fabricaba y vendía un brebaje al que llamaba “Panacea Universal
”. El brebaje era totalmente inocuo, ni mataba ni curaba cosa alguna, pero había de ganarse la vida y Barber encontraba justificada la mentira.
La historia contada por Gordon transcurre en el siglo XI. Ahora,
diez siglos más tarde, cuando hemos abierto las puertas del tercer milenio, los jóvenes siguen alimentados en la mente y en el espíritu por los eternos vendedores de humo. Se les quiere vender a diario la panacea universal a sabiendas de sus nulos poderes.
RESPUESTAS DE POLVO.
El único remedio que se ofrece a los jóvenes son vapores de humo. Vivimos en la era del vacío y no existen referencias sólidas para curar las enfermedades que anidan en el interior del cerebro, desde donde se dirige la vida.
Esta denuncia emana también de las páginas de
Respuesta polvorienta, de la exquisita novelista inglesa Rosamond Lehmann. Inspirándose en la dolorida afirmación de Georges Meredith, la protagonista de la novela, Judith, exclama: “¡Qué respuesta de polvo obtiene el alma ávida de certidumbres en la vida!”.
Respuestas de polvo. Vendedores de humo.
CAMINOS INCIERTOS.
John Lennon, el músico de los Beatles a quien asesinaron en Nueva York el 8 de diciembre de 1980, tiene una canción en la que se incluye esta estrofa:
Sentado en tierra de nadie …
Yo no sé dónde estoy. Y no sé…
No veo a dónde vamos.
Falta orientación y luz.
La letra de esta canción expresa con gran realismo el estado de gran parte de la juventud.
El contexto social de los jóvenes es dramático, tanto en Estados Unidos y en Europa como en las naciones de América Latina.
Falta de estabilidad familiar. En muchos juzgados hay más actas de divorcio que de matrimonios. Los hogares rotos, que abundan, contribuyen a la inestabilidad emocional de los jóvenes.
Falta de valores morales. A nuestro alrededor se está consagrando el egoísmo en su aspecto más brutal: las personas son de
usar y tirar. Ya no se sabe dónde está el bien ni donde está el mal.
Falta de conciencia social. No se identifican con los problemas de la sociedad. Como conjunto de individuos, la sociedad ha dejado de interesar.
Sólo se busca el triunfo individual. La Ley del más fuerte. Los jóvenes viven en una sociedad tremendamente competitiva.
Falta de calor humano. La necesidad de encontrar personas que escuchen, que dediquen atención, que acepten sin otra motivación que la de ser útiles. Calor de hogar, de comprensión.
Los jóvenes arrastran solos sus problemas. Falta ayuda en la familia y en el entorno social.
Falta de un proyecto de vida. Demasiadas personas sin soporte ideológico que les ayude a colmar sus aspiraciones. No son de extrañar los resultados tan dañinos que provoca la combinación de desilusión, desempleo y drogas. Se vive la vida sin proyectos y se llega al aburrimiento.
Falta de iniciativa individual. La falta de iniciativa conduce al aburrimiento. En una carta de Stendhal a su hermana Paulina, le da estos consejos: “El tedio sólo es perdonable a tu edad, en la que todavía no se ha aprendido a evitarlo; después, el hombre que se aburre es un tonto que pesa sobre los demás y, por consiguiente, todo el mundo le huye.
“Hoy tenemos unos gramos más de aburrimiento, nuestros vecinos lo notan y se apartan de nosotros; al día siguiente tenemos un kilo; al otro día, dos, y poco a poco nos vamos volviendo estúpidos”.
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