La zona del Caribe, el sur de Estados Unidos y el Golfo de México son frecuentemente castigados por estos azotes.
HURACANES SOBRE CUBA
Entre el 30 de agosto y el 9 de septiembre últimos la acción combinada de dos huracanes, el Gustav y el Ike devastaron parte de la isla, originando la más grande catástrofe en la historia de estos fenómenos meteorológicos en Cuba. Provincias como Pinar del Río, Holguin, Las Tunas, Camagüey y la Isla de la Juventud recibieron los golpes más demoledores. Durante 24 horas La Habana quedó convertida en una ciudad fantasma, con el servicio eléctrico interrumpido para evitar accidentes.
Sobre estas tragedias se han dado datos y cifras desproporcionadas para cubrir intereses políticos y de otra índole. Los testimonios más fiables son los facilitados por el Gobierno cubano, dados a conocer en el periódico oficial GRANMA el 10 de septiembre.
Según esas fuentes, tanto el huracán Gustav como el Ike, en sus trayectorias, pusieron en tensión virtualmente a todo el país desde el 25 de agosto en que la Defensa Civil emitió la primera nota sobre las tormentas que se avecinaban. Ambos fenómenos meteorológicos dejaron desprotegidas a 3.179.846 de los 12 millones de habitantes que tiene Cuba. Sólo medio millón de personas pudieron ser albergadas en centros de evacuación. El resto recibió cobijo solidario de familiares, vecinos y amigos de otras zonas. Hubo que utilizar 10.000 medios de transporte para trasladar a los damnificados. Un total de 176.113 estudiantes internos en centros escolares fueron enviados a sus casas. Hasta 2.818 turistas extranjeros que vacacionaban en la isla fueron instalados en diferentes hoteles. El Consulado español estuvo en todo tiempo pendiente de los daños que pudieron haber sufrido los 35.000 españoles que residen en la isla.
Uno de los impactos más letales causados por los dos huracanes fue el de la vivienda. Más de 430.000 casas sufrieron daños severos, 90.000 quedaron totalmente destruidas. La agricultura se perdió en un 70 por 100. En la Isla de la Juventud quedó inservible el 100 por 100 de las líneas eléctricas y se estropearon 4.355 toneladas de alimentos almacenados.
Los daños materiales han sido calculados en 5.000 millones de dólares. Afortunadamente, la pérdida de vidas humanas no ha sido elevada. Sólo hubo que lamentar siete muertos. En Haiti, el Gustav y el Ike dejaron 66 muertos.
Llegué a Cuba poco después de la catástrofe. En los 11 días pasados en la isla recorrí ciudades, pueblos y aldeas de campo. Toqué con mis manos y sentí en mi corazón el dolor y el llanto por los efectos de lo que Fidel Castro calificó como “un golpe nuclear”. En la Habana Vieja, Centro Habana, Cerro y 10 de Octubre, miles de viviendas permanecían en estado precario. Olas de hasta tres metros minaban las defensas de ese hermoso paseo marítimo conocido como el Malecón. Algunos hoteles aún permanecían cerrados tratando de recuperarse de los vendavales sufridos.
5.000 EVANGÉLICOS DAMNIFICADOS
La población evangélica en Cuba se calcula en medio millón de personas. Las iglesias registran unos 700.000 asistentes cada domingo. Para conocer los daños sufridos por el pueblo evangélico me dirigí al Consejo de Iglesias de Cuba. Este organismo equivale a la española Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, pero con mayor carga política. Presidente del Consejo, elegido este año, es el pastor Marcial Miguel Hernández, a quien me une una estrecha amistad. Es un hombre alto, fuerte, de mirada serena y voz firme. En su persona combina la sabiduría del administrativo con la bondad del pastor; la frialdad del ejecutivo con el apasionamiento del ideal cristiano.
Desde su atalaya en la calle 14, en Miramar, Hernández estuvo en permanente contacto con la población evangélica en toda la isla y envió las primeras ayudas donde más se necesitaban. Cuando le abordé en su despacho ya poseía datos concretos de los daños sufridos por nuestros hermanos en la fe.
Diez lugares de culto quedaron destruidos en su totalidad; otros 17 fueron seriamente afectados en sus estructuras, perdiendo ventanas, oficinas, garajes, techos, paredes y mobiliario. Las aguas se llevaron cuatro casas pastorales.
Además de esos daños materiales, 5.000 personas de fe evangélica se encontraron en la calle de la noche a la mañana. Muchas familias lo perdieron todo; tuvieron que ser provisionalmente alimentadas y alojadas en hogares cristianos.
Miguel Hernández me aseguró que estos cristianos heridos en sus vidas y en sus pertenencias por los huracanes seguirán necesitando asistencia espiritual, moral y económica durante los próximos meses y tal vez durante un par de años. Es el sentir general respecto a las miles de familias cubanas damnificadas.
Esta vez llegué a Cuba con sólo 9.000 euros, la cantidad que pude reunir precipitadamente, en espera de poder incrementarla en un próximo viaje a finales de octubre. De los 9.000 euros entregué una parte al presidente del Consejo de Iglesias de Cuba para que la destinara en lo más necesario en aquellos días. El resto, tal como suelo hacer en estos casos, lo invertí directamente en la compra de alimentos, medicinas, material escolar para niños y otros productos, además de entregar pequeñas cantidades en metálico a familias muy necesitadas.
En esta sección de “Enfoque” escribiré la próxima semana otro artículo sobre mi reciente viaje a Cuba
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