El cuerpo de doctrina social, que tiene por base la distribución generosa y liberal de los valores materiales, tan requerido por el Marxismo, fue ya anticipado por Juan el Bautista y recogido por Lucas en su Evangelio. Al pedirle la gente instrucciones sobre su comportamiento, el Bautista responde:
“El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene que comer, haga lo mismo” (
Lucas 3:11).
¿Ofrece el Marxismo textos de solidaridad entre los hombres más claros que éste del Evangelio? ¿Por qué, entonces, atacar lo que es superior?
Ni todo pobre es justo, ni todo rico malvado. Pero ricos como el epulón, representante de una clase social con capital y sin entrañas, blanco de todos los dardos marxistas, cayeron bajo el anatema de Cristo siglos antes de que los fustigara Carlos Marx. De ello es una muestra el siguiente texto:
“Ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!, porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (
Lucas 6:24-26).
Fue el Cristianismo primitivo, el Cristianismo de Cristo, el primer movimiento revolucionario que alzó su voz contra la explotación del proletariado por parte del capital. Muchos siglos antes de que Carlos Marx viera la luz del mundo en la ciudad alemana de Tréveris, a orillas del Mosela, un dirigente de la primera generación cristiana escribió contra la acumulación y abuso del capital esta valiente denuncia:
“Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia” (
Santiago 5:1-6).
Compárese esa cita de Santiago, hermano de Cristo por parte de madre, con esta otra de Marx, que figura en su obra EL CAPITAL: “Cualquiera que sea la tasa del salario, alto o bajo, la condición del trabajador debe empeorar a medida que el capital se acumula”.
Podría llenar centenares de páginas con citas semejantes.
Cuando el Cristianismo superó las pruebas de la persecución y empezó a gustar las mieles del triunfo, se apoltronó en el poder temporal, olvidó a la clase trabajadora, se hizo amigo de los ricos y odioso a los pobres. Sustituyó la humildad de Cristo por el oro y el poder y llegó a convertirse, cierto, en el látigo de los débiles.
A Carlos Marx le hubiera bastado con regresar al Cristianismo, a sus fuentes primitivas; haber hecho la revolución espiritual de Cristo en el seno de las religiones europeas que habían quedado convertidas en sombras de lo que un día fue el Cristianismo de Cristo. El mundo se lo hubiera agradecido más y su éxito habría sido mayor.
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