Yo asumí esa promesa y obedecí esa orden hace más de medio siglo. Llegué a Cristo, como lo he escrito otras veces, procedente del ateísmo. A los pocos días de aceptar a Jesús como Salvador de mi alma y de mi vida fui bautizado. Era domingo al medio día. A la tarde salí con un reducido grupo de jóvenes por plazas y patios a dar testimonio de mi conversión. Fue mi primera palabra en público. Desde entonces he predicado el Evangelio en casi toda España, en 11 países de Europa, en 19 países de América Latina, en 31 de los 50 estados que tiene la Unión Norteamericana, en 3 países de África y en 2 de Asia. He pronunciado conferencias en 52 centros universitarios, institutos, salas culturales, hoteles, seminarios, residencias, etc.
Y continúo.
Ante los fariseos, Cristo justifica su trabajo en día de sábado con el argumento de que el Padre no descansa nunca. El descanso de Dios supondría la paralización de la maquinaria física y humana.
El Padre trabaja. El Hijo trabaja. A imitación de ellos, yo sigo trabajando.
Los últimos meses han sido para mí extenuantes, pero con premio.
Arlington es una ciudad norteamericana que pertenece al estado de Virginia. Está situada sobre el río Potomac, frente a Washington. Es famoso su cementerio nacional, establecido en 1864, en el que se hallan enterradas numerosas personalidades, entre ellas el que fuera carismático presidente del país, John Kennedy.
Una gran iglesia de Arlington me llamó para que impartiera seis conferencias sobre desarrollo espiritual del cristiano y crecimiento de iglesia. Allí estuve, cargando con la carga. Estos eventos cansan, pero gratifican.
Después fue
Dallas, llamada ciudad maldita por haberse producido en ella el asesinato de Kennedy. Se unieron varias iglesias en una campaña mitad para inconversos y mitad para creyentes. Cumplí. Fueron días de mucha bendición, con creyentes restaurados e inconversos convertidos.
Mi segundo campo de misión después de España es
Cuba. Fui por primera vez a esta isla en 1985 y desde entonces acudo hasta tres y cuatro veces al año. He logrado establecer buenas relaciones con las autoridades cubanas y esto me permite llevar a cabo mi ministerio cristiano sin dificultades, hasta con facilidades.
De enero a marzo he realizado tres viajes a Cuba. Predicaciones en iglesias de Matanzas y de Habana. En Matanzas tuve una experiencia memorable el domingo 3 de febrero. Después de predicar sobre el Salmo 90 hice una invitación a aceptar a Cristo y 39 personas pasaron al frente, entre ellas un médico, una señora juez con su hijo, un periodista, y otros.
A mediados de marzo tuvo lugar en Habana un Congreso de líderes cristianos. Acudieron 350. Tuvo lugar en el centro ortopédico Frank País, cedido por el Estado. Duró tres días. A mi cargo estuvo la conferencia de apertura y la de clausura.
La experiencia más gratificante vivida en Cuba días pasados tuvo que ver con un libro. Hace tres años Editorial Clie, de Tarrasa, publicó una biografía que escribí sobre Frank País, héroe de la revolución cubana, hijo de un pastor bautista español. A los altos dirigentes del Ministerio de cultura gustó el libro y decidió la publicación de 8.000 ejemplares en Habana con cargo a los presupuestos del Estado. Presenté mi obra al pueblo cubano con motivo de la Feria Internacional del Libro que tuvo lugar en la capital el mes de febrero. Más tarde hice otra presentación en los salones del Museo de Matanzas, con un número mayor de asistentes que en Habana.
Dos veces este año he estado en
Venezuela, país de donde me están reclamando más de lo que yo puedo atender. En febrero trabajé en Barquisimeto, en el estado de Lara, al sureste de la capital del país. Aquí hablé en una gran iglesia de la ciudad, impartí enseñanza sobre liderazgo cristiano a un grupo de 70 hombres y mujeres que se graduaron de estudios por correspondencia y pronuncié cuatro conferencias sobre literatura española e hispanoamericana en la Universidad.
Regresé a Venezuela el pasado mes de marzo. En Maracay prediqué durante toda la llamada semana santa. Después lo hice en Caracas.
En todas estas actividades hubo 113 conversiones. Con todo, el éxito de una campaña cristiana no se mide por el número de convertidos. Hay que contabilizar otros beneficios: Iglesias animadas, creyentes restaurados, jóvenes entusiasmados, etc.
Advierto: He escrito este artículo en primera persona del singular. Me expongo a ser acusado de ególatra, pedante, vanidoso. Asumo el riesgo. A esta altura de mi vida, con todo hecho, no busco lisonja. La última vanidad está en la tumba.
¿Por qué hay cristianos que se molestan, especialmente líderes, cuando otro cuenta lo que Dios está haciendo a través de él? ¿No ordenó Jesús a un ex endemoniado que contara las grandes cosas que Dios había hecho en su vida? ¿No compartió Pablo con la Iglesia en Antioquia las maravillas obradas por Dios con él y con Bernabé? ¿A quién puede molestar que yo escriba el resultado de las misericordias divinas en largos viajes y predicaciones que me cansan el espíritu y me rinden el cuerpo, pero que seguiré así hasta que me pare la tumba?
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