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Las manos de Moisés

"Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y, se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol" (Éxodo 17:12)
ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 01 DE NOVIEMBRE DE 2007 23:00 h

El pueblo judío caminaba por el desierto en dirección a la tierra prometida. Pero el desierto no lo era tanto. Los pueblos enemigos vigilaban su paso. La tribu amalecita, antigua, "cabeza de naciones" (Números 24:20), guerreaba para defender sus pastos y los pequeños oasis junto a los pozos. El encuentro se hacía inevitable. Moisés plantea la batalla. Con la vara de Dios en su mano sube a la cumbre del collado acompañado por Aarón y Hur.

Los guerreros judíos eran novatos en la lucha. No conocían el terreno ni estaban acostumbrados a este tipo de pelea. Pero allí se hallaba Moisés, con sus brazos alzados en actitud de oración, con la "vara de Dios" en las manos, seguro de la autoridad que le venía del cielo. Moisés no tenía "los brazos en cruz", como lo pintan algunas litografías de artistas católicos. Simplemente movía las manos a derecha e izquierda, dirigiendo la batalla con la "vara de Dios", es decir, en nombre de Dios, con la autoridad de Dios. Este movimiento continuo de las manos explica que el texto las mencione unas veces en plural y otras en singular.

Moisés era el líder. El elegido de Dios para planear aquel primer encuentro entre israelitas y amalecitas. Pero los líderes no son dioses. Son hombres. Hombres que se ilusionan y se deprimen, se animan y se agobian, pelean y se cansan, conducen a otros y desfallecen en la intimidad. Sus manos eran manos de hombre, no de superhombre. Manos abiertas e ilusionadas cuando la lucha empieza, manos cerradas, comprimidas, deprimidas, frías por el desmayo, sucias de polvo, sudorosas del esfuerzo cuando cae la tarde.

Moisés tiene momentos de capitulación. "Las manos de Moisés se cansaban". Los líderes también sienten las manos cansadas. De tanto levantarlas en imploraciones por otros, de tanto estrechar/as para transmitir su calor, su fuerza, su seguridad y su confianza. A veces se creen solos. Pero el líder verdadero nunca está solo. ¡Malo del dirigente que se encuentre solo! ¡Triste de aquel que sienta la soledad clavada en la carne, turbándole el alma como una pesadilla! El líder que viva sin amigos, que no tenga quien le regale una flor, ni quien le sonría en momentos de desánimo, ni quien le ayude a coger ramas altas, ni quien le hable con voz de cariño, ni quién se apreste a enjugar sus lágrimas, a mitigar su cansancio, a levantarle el espíritu caído; el líder que no tenga un corazón amigo que sea capaz de encender amor en su cuerpo cansado es que no es líder, que nunca lo ha sido, que no ha sabido serlo. Solos, solos de verdad, sólo quedan los cuervos con su carroña y los dictadores con sus mandos y sus frustraciones.

Moisés tenía dos amigos. Uno era hermano carnal. Los hermanos deben ser más amigos de sus hermanos que los mismos amigos. Aarón y Hur sostuvieron las manos de Moisés. "El uno de un lado y el otro del otro". Y Moisés aguantó con firmeza "hasta que se puso el sol". Continuó implorando a Dios y dando ánimos a su pueblo, pero ayudado -esto es muy bonito- por aquellos mismos a quienes el ayudaba ante Dios y contra los hombres.

Amalec representa los numerosos obstáculos que el líder cristiano encuentra en su vida. Las batallas, grandes y pequeñas, que ha de librar contra los incircuncisos de corazón. Amalec tipifica también las luchas íntimas del líder, esa otra batalla entre la "intención de la carne" y "los deseos del espíritu". Ser líder cristiano, o responsable de una congregación en esta época desquiciada, falta de equilibrio mental y despersonalizada por la técnica es algo tremendo y que difícilmente se aguanta. Tan sólo la Gracia de Dios sostiene al servidor que ha elegido para que tome en sus manos la vara, y suba al collado, y dirija la lucha, y ore por el pueblo, y lo anime a proseguir el combate emprendido contra las fuerzas del mal.

Las manos de Cristo, nuestro gran Capitán, no se cansan nunca. No son manos pesadas por el esfuerzo, sino ligeras por el amor. Las manos de Cristo están siempre alzadas, vivas siempre, siempre intercediendo por nosotros.

Pero los líderes no son Cristo. Los líderes se cansan. Y se sientan sobre una piedra. y dejan caer sus manos desfallecidas a lo largo de un cuerpo agotado.

Estos líderes son personas con alma de hombre y cuerpo de hombre. Estos líderes, ya lo sean a nivel local nacional o internacional, necesitan Aarones y Hurs. Amigos que le busquen una piedra sobre la que puedan descansar, que sostengan sus manos mientras dirigen la pelea, que le ayuden a permanecer firmes en la fe hasta que se ponga el sol de sus años y Dios disponga terminada su misión en la tierra.

¡Ayudemos a los líderes! Alcemos sus manos. Con amor de hermanos y nuestra oración poderosa. No los dejemos solos con la pesada losa fría, dura De la carne y el mundo que les tortura.
 

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