Anticatólico sí, anticlerical y antirreligioso, también, pero ateo no. En el mencionado artículo destaca este párrafo: “Incluso si no pudiésemos demostrar la posibilidad del Ser soberanamente perfecto, estaríamos en nuestro derecho a preguntar al ateo las pruebas de lo contrario, puesto que, persuadidos, con razón, de que esta idea no encierra contradicción, le corresponde a él probarnos lo contrario; quien niega tiene el deber de aducir sus razones. Así, todo el peso del trabajo cae sobre el ateo, y quien admite un Dios puede, con toda tranquilidad, dar su asentimiento, dejando a su antagonista el cometido de demostrar la contradicción. Ahora bien, añadimos nosotros, esto es lo que nunca conseguirá”.
Esta cita permite aquilatar el camino recorrido por el ateísmo en los tres últimos siglos. Proclamarse ateo antes, en una sociedad en la que el incrédulo estaba mal visto y en algunos países y circunstancias hasta perseguido, implicaba riesgo. Hoy día el ateísmo es colectivo, se practica en agrupaciones humanas enteras. Una parte importante de la humanidad rechaza a Dios, aunque no siempre de igual manera.
En un libro de 1959 publicado en París, LA CRISIS RELIGIOSA DE NUESTRO TIEMPO, el sociólogo A. Desqueyrat distingue diversos tipos de ateísmo y construye una escala que va desde la forma más radical del ateísmo a la religiosidad más intensa.
Primero, los que niegan la existencia de Dios, sean ateos militantes o no. Este tipo de ateísmo parte de una negación total, global, radical. No critica a Dios, no se plantea el origen del bien ni del mal, Dios no existe, eso es todo, no hay que ocuparse de El ni siquiera para cuestionar su existencia.
En segundo lugar están los que consideran la existencia de Dios posible o probable, pero indefinida. Se encuentran instalados en un punto de interrogación gigantesco y perpetuo. Tampoco estiman que el problema, si lo hay, sea cuestión capital en la teoría y la praxis de la vida humana. Si Dios existe, bien; si Dios no existe, pues qué bien.
Una tercera forma de ateísmo moderno está compuesta por quienes dicen creer “en algo”. La fórmula se ha hecho popular en la sociedad de hoy. Incapaces de negar a Dios, se atrincheran en que algo debe existir. Algo puede ser cualquier cosa, un objeto, pero Dios no es “algo”, es Alguien, es persona, es Ser infinito poseedor de todos los atributos que la mente del hombre sea capaz de concebir.
En un cuarto orden se encuentran los ateos prácticos. Dicen creer en Dios, pero no permiten que interfiera en sus vidas. “Que Dios se ocupe de las cosas del cielo y nos deje a nosotros vivir la vida como queramos montarla”. No es, según ellos, una simple ignorancia o no saber respecto a la existencia de Dios, sino no querer incorporarlo a su manera de vivir, porque les descompone el cuadro.
Por último están los ateos creyentes, aún cuando la frase implique una contradicción, porque si se es creyente no se puede ser ateo.
En dos palabras: ateo creyente es aquél que pertenece a una religión determinada, que acepta la inspiración de la Biblia, que no objeta la divinidad de Cristo, que cree en la necesidad de la conversión y afirma la trascendencia del ser después de la muerte, pero que vive el día a día como si Dios no existiera, a su gusto y manera. Dios existe, Dios es real, Dios es necesario, pero que no tome parte en mis decisiones cotidianas respecto a lo que debo hacer.
La crisis que atraviesa el cristianismo viene de aquí, de que sus miembros, tanto católicos como protestantes, no son consecuentes con sus creencias. San Pablo supo retratarlos con fidelidad:
“Profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan” (Tito 1:16).
Estas reflexiones ayudan a comprender lo complejo de la creencia en Dios. Quienes tenemos el problema resuelto, quienes aceptamos todas las verdades del más allá asistidos por la fe, convencidos de que creer en Dios es faena de la inteligencia humana, pero que la razón por sí sola no puede lograr, tenemos ante nosotros el gran desafío del ateísmo.
¿Por qué necesita el hombre creer en Dios? No hay más que una respuesta: Porque tiende a ser hombre en grado superior y sólo se realiza plenamente cuando Dios forma parte de su vida y la controla. La religión pura y sin mancha de la que habla el apóstol Santiago (1:27), la religión evangélica, la de los cuatro Evangelios, la religión cristiana, la de Cristo, es el atributo que hoy necesita la humanidad herida en su esfuerzo ateo.
A diferencia de épocas anteriores, en que era predominantemente negativo, destructivo, el ateísmo contemporáneo afirma dedicarse a la construcción del hombre a partir del hombre mismo. El hombre como principio, medio y fin de su propia historia. Nosotros mismos seremos como Dios, afirma el ateo moderno. Queremos un mundo desierto de toda señal de Dios.
Y si esto fuera posible algún día, ¿qué le quedaría al ser humano? La locura, la desesperación, la nada, el caos.
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