Navidad y racismo

Horroriza –a mí me horroriza, me produce horror- comprobar que grandes conductores de movimientos racistas amparan sus ideales de odio y de muerte en la Biblia. Acuden al texto bíblico para justificar la superioridad racial.

Al término de la guerra de secesión en Estados Unidos, hacia 1865, cuando las tropas del Norte vencieron a las del Sur, surgió en aquella nación la poderosa tropa del Ku-Klus-Klan, que llegó a contar con un millón de miembros extendidos por todo el país. Su objetivo principal era la caza y captura del negro.

De piel blanca, protestantes en su gran mayoría, los componentes del Ku-Klus-Klan se creían instrumentos de los designios divinos, como también se imaginaban los inquisidores católicos que torturaban y mataban a supuestos herejes. Al pie de la gran cruz de fuego, que ardía gigantesca y brillante, los encapuchados del Ku-Klus-Klan depositaban un ejemplar de la Biblia, frecuentemente abierto en el capítulo diez del Génesis.

En este capítulo se encuentra la tabla etnográfica de los pueblos que surgieron después del diluvio. La caprichosa interpretación de los grupos racistas ve en los tres hijos de Noé la superioridad de la raza blanca sobre todas las demás, especialmente sobre la raza negra.

Sem es considerado como el auténtico padre del pueblo hebreo, preparado para entroncar directamente con Abraham. Los racistas que proclaman la preeminencia de la raza blanca se declaran descendientes de Jafet; al mismo tiempo sostienen que la raza negra tuvo su origen en Cam, el hijo supuestamente maldito de Noé.

Un episodio al parecer trivial en la vida de Noé sirve de punto de arranque a una sección de hondo alcance histórico y teológico. El autor bíblico lo cuenta de esta manera: “Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera. Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre. Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, y dijo: Maldito sea Canaán; siervo de siervos será a sus hermanos. Dijo más: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, y sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, y sea Canaán su siervo” (Génesis 9:22-27).

Cam, cuyo nombre en hebreo es Ham, significa “negro”. Está demostrado que fue el padre de los habitantes de África. Los racistas bíblicos insisten una y otra vez en que, según este texto, los africanos, es decir, los negros, fueron destinados por el mismo Dios a ser servidores –esclavos- de los blancos. Tres versículos de la Biblia interpretados fuera de su contexto encendió a los Estados Unidos de Norteamérica en una guerra civil entre partidarios de la esclavitud y partidarios de la abolición. Una guerra que duró cinco años y en la que uno y otro bando se mataban a golpes de Biblia. Es inaudito hasta dónde puede llegar la locura humana. Asombroso, de todo punto irregular.

No. Yo no lo creo. El texto de Génesis 10 no dice lo que los racistas blancos dicen que dice. El Dios universal y Señor del destino humano ha creado una comunidad de origen y unión primitiva de hermanos en todos los pueblos, a pesar de su división geográfica y de las diferencias de raza, religión, cultura, etc. Lo que el autor bíblico hace aquí, a mi entender, es destacar la unidad del género humano. Todos tenemos un mismo padre, dice el profeta. A todos nos ha creado un mismo Dios (Malaquías 2:10). Y la declaración de San Pablo me parece definitiva en contra del racismo bíblico o/y religioso: Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hechos 17:26).

No hay sangre blanca ni sangre negra; ni sangre asiática, ni sangre gitana, ni sangre mora, ni sangre judía. La sangre de Cristo se mezcló con todas las sangres, para extender los beneficios de su sacrificio a todos los pueblos.

Por esta razón no me gusta oír hablar de pueblos elegidos. Dios no puede elegir a un pueblo determinado, porque estaría actuando con discriminación respecto a otros pueblos. Todos estamos llamados a ser pueblo de Dios. La plenitud humana. Los siete mil millones de seres humanos que pronto seremos en la tierra.

Si Dios elige a Abraham como cabeza del pueblo hebreo, se lo pone bien claro: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3). Clarísimo anuncio de una universalidad de las promesas mesiánicas, según lo entendían y explicarían luego los profetas. Abraham, el hombre más importante entre Adán y Cristo, no es cabeza de un reducido pueblo supuestamente elegido. Es el padre ilustre de la multitud de naciones que forman el género humano. Por su nombre y en su nombre llegará a todas las naciones de la tierra la bendición mesiánica.

Aquí está el verdadero motivo de la encarnación. El único sentido de la Navidad. El Padre envía al Hijo a la tierra en un acto de amor. No amor a los blancos de Jafet; no amor a los hebreos de Sem; no amor a los negros de Cam; no amor a los descendientes de Abraham. Amor al mundo. Amor a los blancos y a los negros, a los moros, a los judíos, a los gitanos, a los dominicanos, a los sudacas, a los yugoslavos, a todas esas personas que un buen número de españoles echaría del país.

Todos los hombres y mujeres de la tierra tienen la posibilidad de salvarse con tal de que sepan aprovecharse del perdón que se les ofrece. Lo repite San Juan: “Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros (blancos, rubios, católicos, protestantes y guapos), sino también por los de todo el mundo” (1ª Juan 2:2). El mundo, sin restricción alguna de razas, espacio o tiempo.