En estos días ha aparecido en los escaparates de las librerías la obra DE LA AUTOBIOGRAFÍA, escrita por el catedrático José María Pozuelo Yvancos. El autor elabora aquí un ensayo en torno a las memorias publicadas por Rafael Albertí, Caballero Bonald, Castilla del Pino, Phillip Roth y Roland Barthes.
Pozuelo Yvancos sostiene que son muchos los autores que han practicado el género de la memoria por lo que le resultó difícil elegir sólo cinco. También dice que el siglo XIX fue el de la novela, el siglo XX y el XXI los de la memoria y la intimidad.
En el siglo XXI estoy. Memorias para contar tengo a sacos. No soy un intruso en este género literario que arranca con San Agustín de Hipona y llega a nuestros días pasando por Rousseau. Otra cosa es que guste al lector. A quien no guste disculpe mi licencia. Soy hombre que mira tenso al futuro, pero a estas alturas de mi vida me gusta echar una ojeada al pasado.
A diario leo en los diarios palabras tales como “discriminación”, “intolerancia”, “injusticia”, “inhumanidad” “fanatismo”, “arbitrariedad”, “sinrazón” y otras semejantes.
El contenido de estas palabras es negativo, negro como la noche negra; atenta contra los derechos naturales de las personas y coartan la libertad de expresión. Desde que me conozco emergiendo a las formas de vida impuestas por mi entorno social he sentido dentro de mi algo así como rebeldía y rabia ante los abusos que rebajan la dignidad humana.
Ahora vienen las memorias.
CATORCE AÑOS
A esa edad mis padres me ingresaron en un hospital de Larache, en el norte de Marruecos, creo que el único que había en la ciudad, a consecuencia de unas fiebres de origen palúdico. En la cama contigua a la mía, un hombre mayor llamaba a gritos a las enfermeras pidiendo un calmante para sus dolores. Nadie acudía en su auxilio. Salto de la cama, recorro pasillos leyendo los letreros en las puertas y abro una que decía: “Dirección”. Sentada ante la mesa había una mujer de mediana edad. Le hablo a gritos protestando contra el abandono en el que se hallaban los enfermos.
A mi vecino de cama le llevaron el calmante.
DIECIOCHO AÑOS.
Mi amigo y compañero de barrio tenía mi misma edad. Era árabe. Se llamaba Eliazid. Su padre trabajaba en la fábrica de harina que los españoles habían instalado en Larache. Un día y otro también me contaba el mal trato y la discriminación que infringía a su padre el nuevo director de la fábrica llegado de Madrid. Todo lo recuerdo ahora con absoluta nitidez. Una mañana subo las escaleras de la fábrica y me planto en el despacho del director. Era un hombre alto, apuesto, de mediana edad, con rostro de hierro. Más gritos. Más protestas. Recriminé su comportamiento para con el padre de mi amigo y la discriminación que padecía por el hecho de ser árabe. Resultado. Al padre de Eliazid le subieron de categoría y le aumentaron el sueldo.
VEINTIÚN AÑOS.
Soldado protestante en el ejército ultracatólico de Franco. Mis vivencias de año y medio dan para escribir un libro de muchas páginas. Amenazado con una pistola por no inclinarme de rodillas en una misa de campaña. Meses en la cárcel militar por discutir de religión con un sacerdote que a la vez era teniente coronel. Discriminado en los ascensos por no ser católico.
Cuento un solo caso. Era domingo por la mañana. Estábamos formados en el patio del cuartel con los platos en la mano para recoger el desayuno. Un soldado –era de Cabra, Córdoba, lo recuerdo bien- había sido requerido con urgencia por su teniente. En lugar de ponerse en la formación avanza hacia el centro, donde distribuían el café. Aquél sargento que vigilaba el reparto le propinó dos bofetadas y lo tiró al suelo, donde continuó dándole patadas. No pude resistir el espectáculo. Salí de la fila y me dirigí al sargento. Con mirada de fiera y palabras de acero recriminé su actitud. “Si no vuelves a la formación haré lo mismo contigo, Monroy”, recuerdo que me dijo. “Hágalo, le respondí, pero aténgase a las consecuencias”. Me castigó sin desayuno y me ordenó que fuera al día siguiente a la peluquería para que me raparan al cero. En lugar de obedecerle, lo denuncié ante el capitán que aquél día estaba de guardia y que llegó dos horas después.
VEINTISÉIS AÑOS.
Fundo la revista LUZ Y VERDAD dedicada principalmente a la defensa de la libertad religiosa en España.
VEINTIOCHO AÑOS.
Escribo y publico el libro EN DEFENSA DE LOS PROTESTANTES ESPAÑOLES, donde denuncio los atropellos que se cometían contra los evangélicos en aquella España franquista y ultracatólica. La segunda edición sucede casi inmediatamente a la primera. Es traducido inmediatamente al inglés en Londres. El ministro de Asuntos Exteriores, José María Castiella, me pide cinco ejemplares a través del cónsul de España en Tánger.
TREINTA Y DOS AÑOS.
Vivo en Londres. En julio de aquél año me traslado con el abogado Peter Benenson a Paris. Participo en la fundación de Amnistía Internacional, dedicada a la defensa de los prisioneros de conciencia, la libertad de expresión y los derechos humanos. El acontecimiento tiene lugar en el Hotel Lutetia, de la capital francesa.
TREINTA Y TRES AÑOS.
Fundo una revista en formato de periódico con el título LA VERDAD, íntegramente dedicada a reclamar libertad religiosa en España.
TREINTA Y SEIS AÑOS.
Desde entonces y a lo largo de treinta años publico en Madrid las revistas RESTAURACIÓN y ALTERNATIVA 2000, con un solo objetivo: combatir la intolerancia, la discriminación, denunciar la injusticia, exigir respeto a los derechos de las personas, pelear a favor de la libertad de expresión y de la libre exposición de las ideas. Gritar que los derechos pertenecen al hombre como tal hombre, por encima de las constituciones y de las leyes. En ese tiempo publico otros libros y centenares de artículos.
Estas son algunas de mis memorias. ¿He de pedir perdón por escribirlas?
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