Tuvo que ser Sevilla. En Sevilla tuvo que ser. En esta ciudad milenaria que ha servido de cauce a tantas civilizaciones. Sevilla, sonoro enjambre de abejas espirituales, hechas de oro y temblor, como la vio el poeta. Sevilla, nombre que fulgura en la historia con puro destello de inmortalidad. En Sevilla pueden ocurrir las cosas más bellas y las más absurdas. Las más sublimes y las más insólitas. Como estas dos que me convierten en improvisado cronista.
En las afueras de un pueblo sevillano llamado Las Cabezas de San Juan, a 48 kilómetros de la capital, hay un campo plantado de algarrobos. Un hombre jubilado que acostumbra a pasear por aquellos parajes creyó ver en los primeros días de octubre, en la corteza de un árbol, la silueta de una mujer que él identificó con la Virgen María. Corrió al pueblo a dar la noticia de su descubrimiento y montó el alboroto. Inmediatamente comenzaron a desfilar hacia el campo de algarrobos. Los primeros en llegar instalaron un pequeño altar al pie del árbol. El desfile de personas se hizo interminable. Familias enteras, matrimonios, parejas de novios, pandillas de amigos, jóvenes en motos. La Guardia Civil tuvo que despejar varias veces la carretera cercana. La afluencia de gente y el tránsito de vehículos colapsaban las vías de circulación. Una señora mayor que no alcanzaba a ver la silueta, rodeada por gente que empujaba para llegar a las proximidades del árbol, sentenció: “Aquí va a ocurrir algo, pero no va a ser la Virgen”.
Las opiniones se dividieron. Charo, creyente en todo tipo de apariciones, confesó: “Se me ponen los vellos de punta nada más mirar la corteza del árbol. Mi intuición me dice que es la Virgen de Fátima. La veo perfectamente”. Salvador, padre de dos hijas a las que llevó hasta el algarrobo, les dijo: “La Virgen la verá la que tenga más imaginación”.
El cura del lugar se lavó las manos. No confirmó ni negó la supuesta aparición. Como siempre. Es la táctica que sigue la Iglesia católica en estos casos. Si la gente se olvida, no era la Virgen. Si ese árbol de algarrobas se convierte en centro de peregrinación y el negocio se establece y próspera, entonces es posible que se tratara de una auténtica aparición de la Virgen.
Recordemos Fátima, aquí citada. En un libro dedicado al análisis de lo que se ha dado en llamar el milagro de Fátima, el político y escritor portugués Tomás Da Fonseca explica que durante varios siglos, por toda la región de Fátima abundaban las leyendas sobre apariciones de vírgenes. Los padres contaban a sus hijos historias que quedaban grabadas en sus mentes y eran ampliadas por la imaginación infantil. En esa atmósfera, la esposa de un oficial portugués, mujer bella y bien vestida, paseaba un día por campos de Fátima y en las proximidades de la cueva ya famosa fue vista por un grupo de niños. La mentalidad de éstos, predispuesta por las historias oídas, imaginaron una aparición de la Virgen. Luego, la credulidad popular y la jerarquía católica hicieron el resto. Como en Lourdes, como en El Palmar de Troya, como en San Sebastián de Garabandal, como en el Escorial. ¿Es que la santa Virgen María, la madre del Redentor, al que concibió mediante la intervención del Espíritu Santo, abandona de tanto en tanto el lugar que debe ocupar en el cielo, cerca del Hijo, para andar saltando de un lugar a otro por la geografía española –y la de otros pueblos católicos- hasta impregnar su figura en la corteza de un árbol que produce algarrobas?
Sevilla tuvo que ser…
La segunda historia, concebida en términos sevillanos, tiene guasa.
El sábado 8 de octubre unas cien personas se manifestaron por las calles de Sevilla portando carteles. No eran obreros despedidos, ni enfermos faltos de atención médica, ni automovilistas que pedían el cese de las obras en las calles de la capital, ni políticos de un color que se mofaban de los de otro color, ni hinchas del Betis que protestaban por el último partido que les robó el árbitro. Nada de nada.
Eran católicos que querían dejar de serlo. A ritmo de tambores y silbatos –Sevilla, siempre Sevilla- la comitiva partió del barrio de la Alameda y llegó hasta el mismo obispado, en la catedral. A cada rato la particular procesión se paraba y organizaba pequeñas representaciones. Un par de cartones formaban la puerta de una iglesia imaginaria. Y en lo alto, un cartel que decía: “Salida”, simbolizando el abandono de la iglesia.
En algunos de los pasquines se leían inscripciones como estas: “Qué alegría mi primera apostasía”. “Mientras mueren en la valla la iglesia se calla”.
En la puerta de la catedral hicieron entrega de cartas dirigidas al obispo. Parte del texto decía: “Distinguido señor: por la presente quiero comunicarle, de forma resolutiva, mi voluntad de que sea destruida, de forma inmediata, toda referencia a mi personalidad en sus ficheros y archivos parroquiales”. Las cartas iban firmadas individualmente, con todos los datos de los peticionarios.
Los integrantes de la manifestación se han constituido en una Asociación denominada “APAGA” – Asamblea Pro Apostasía de Gente de la Alameda-. Uno de sus portavoces declaró a los periodistas que siguieron las peripecias: “Éramos un grupo de amigos que nos dimos cuenta de que teníamos el interés común de apostatar y no sabíamos cómo… Existen multitud de trabas burocráticas que entorpecen nuestra libre elección de apostatar… Cada uno tiene sus razones para tomar esta decisión…Queremos demostrar que apostatar es posible”. Otra de las manifestantes, Samanta, de 28 años, dijo: “Yo me considero una persona muy espiritual, pero el Vaticano me parece una organización cínica y con poca transparencia”. Y Jesús, de 45 años, opinaba algo parecido: “Yo creo que el mayor enemigo de Jesucristo, las escrituras y la religiosidad en general, es la institución de las iglesias”.
Sevilla tuvo que ser… Sevilla tuvo que decir… ¿Qué no tendrá que decir esa ciudad de tres mil años, seria y alegre, profunda y folclórica, que canta y que reza, donde puede ocurrir cualquier cosa?
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