Aunque el escritor alemán, uno de los más leídos y traducidos del mundo, titula su libro
La prisión de la libertad, en realidad no trata este tema, que Ernesto Renán definió como la primera condición para favorecer el desarrollo de la inteligencia. Michael Ende construye su libro con ocho cuentos. Son textos breves, que atraen por la brillantez seductora de su realismo fantástico. El que da título al libro, la parábola del mendigo mahometano que cuenta sus desventuras al gran califa, aborda uno de los tópicos favoritos de Ende:
el hombre es prisionero de su propia libertad. En un mundo simbolista, de ventanas inexistentes, de puertas falsas, de sombras y catacumbas, “la libertad total es la falta total de libertad”.
Lástima que el pueblo para el que escribo no entienda esto. Y por no entenderlo se está autodestruyendo. En las iglesias hablamos continuamente de la libertad cristiana; si Cristo nos ha hecho libres –decimos- somos libres; no hay por qué someterse a regla alguna. Ni a las directrices pastorales, ni a las decisiones de los órganos rectores, ni a las estructuras de la congregación, que suelen ser mínimas. Somos libres; se nos llena la boca diciendo esa tontería de que no tenemos que sujetarnos a ningún hombre, como si las iglesias estuvieran regidas por ángeles. Vamos por libre sin advertir que ese concepto de libertad no es bíblico, no es divino, no es ni siquiera humano. Es un concepto de la libertad alimentado por el orgullo, nutrido por la arrogancia, por la vanidad, cebado por la soberbia, por el engreimiento, por el espíritu de anarquía que es todo lo contrario al espíritu de orden que aconseja la Biblia.
No cito textos porque mi intención aquí no es hacer doctrina. Quien quiera capítulos y versículos sabe dónde encontrarlos.
La libertad que cada miembro de la Iglesia reclama para sí tiene como fatal consecuencia la inmovilización de la libertad del grupo. Si en la Iglesia no aceptas que te mande nadie, si haces lo que te da la gana, si no obedeces órdenes de hombres, ¿dónde estás enmarcando tu libertad? ¿En tu cerebro anárquico, en tu corazón engreído, en tu voluntad caprichosa? Y si todos los demás miembros de la Iglesia pensaran como piensas tú, ¿hay manera de llevar a cabo un trabajo organizado, armónico, en el que cada cual cumpla una función? ¿No estás, con tu proceder anárquico, paralizando la función de la Iglesia?
La libertad sin orden es la muerte de toda organización, civil o religiosa. Esto lo he aprendido de Aquel que dijo hace veinte siglos que una casa, un país, un reino dividido no puede permanecer. La libertad es un bien común, no privilegio de los individuos.
Hay más. Y peor. Quienes gritan en las iglesias que por ser libres no se sujetan a norma alguna, en realidad son los mayores delincuentes del tiempo. No se sujetan a la disciplina de la Iglesia, pero tampoco utilizan la libertad personal para el bien. No saben qué hacer con su libertad. La sacan de la estructura comunitaria y la dilapidan. La libertad se convierte en una serpiente que les devora. Les sucede lo que al burro de Abú Alí, que murió de hambre entre dos montones de heno porque, atraído por ambos, no se decidía por ninguno.
Ahora, cuando impera la irracionalidad y el hombre se desgarra sin utopías a las que aferrarse, la Iglesia –la Iglesia local- debe mostrar su talante fuerte, coherente con la función que tiene encomendada. Son precisamente los movimientos religiosos más disciplinados los que se están imponiendo en esta era de anarquía individual.
Tomemos como ejemplo a los Testigos de Jehová. Decimos que no son cristianos, que son antibíblicos, que tuercen las Escrituras. Bien. Por decir, podemos decir misa. Pero nadie puede negar su extraordinario crecimiento numérico. ¿Qué eso no indica nada? Indica mucho. Crecen y se multiplican. Sólo en los últimos cuatro años medio millón de mexicanos -512.000 exactamente- se han convertido en Testigos de Jehová. En el país azteca tienen ya casi millón y medio de miembros. En Brasil se acercan al millón, hay 12 millones distribuidos por 200 países.
Si practican una doctrina falsa, ¿cómo es que crecen tanto? Por la férrea disciplina que ejercen quienes dirigen. Nosotros decimos que somos pocos, pero fieles. ¡Mentira! Somos pocos porque somos infieles, porque somos anárquicos. A ningún miembro de un salón del reino, donde se reúnen los Testigos de Jehová, se le ocurriría jamás decir: “Cristo me ha hecho libre y hago con mi libertad lo que me da la gana, no me sujeto a nadie en mi congregación”.
No, señor. Cristo te ha hecho libre a ti, y a mi, y a todos nosotros. Y te ha puesto en una Iglesia en la que todos somos libres, pero dentro de un orden. Tenemos un trabajo que hacer. Ese trabajo ha de ser programado, tú eres una pieza importante de todo el engranaje, has de funcionar unido a tus hermanos. Si estimas que tienes línea de comunicación y que sólo obedeces lo que crees que El te dice, entonces vete a vivir a las nubes. Si quieres quedarte con nosotros, en la tierra, en esta Iglesia, sujétate a la disciplina de la misma. Porque el uso anárquico de tu libertad inmovilizará todos nuestros proyectos y paralizará la vida de la congregación. Como en la parábola oriental de Michael Ende, tu insensata defensa de la libertad personal acabará encadenándonos a todos.
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