Por lo que respecta a España, estamos viviendo uno de los procesos de envejecimiento de la población más rápidos del mundo. Un informe elaborado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales a través del IMSERSO decía que en el año 2000 había en España 40.2092.160 habitantes, de los cuales el 16,2 por ciento, es decir, 7,9 millones, tenía más de 60 años. Y los octogenarios, el grupo que crece de forma más acelerada en todo el mundo, sumaban dos millones.
El mismo informe añadía que la pirámide de la población española experimentará en la primera mitad del siglo cambios importantes que pondrán al país a la cabeza de la Unión Europea en número de ancianos y a la cola en personas en edad de trabajar, con las consecuencias que ello implica para el sistema de pensiones.
¿Qué o quién es exactamente un anciano? Entre las muchas definiciones que se han dado al adjetivo destacan tres:
“Anciano es el hombre o la mujer que tiene muchos años”.
“Anciano es la persona que está viviendo el último período de la vida”.
“Anciano es todo aquél que sobrepasa los sesenta o sesenta y cinco años de edad”.
En los países de la Unión Europea quisieron puntualizar. Con una pizca de rebeldía en contra de los años, dijeron: “No queremos que se nos llame viejos, ni pensionistas, ni la edad de oro. Preferimos que se nos diga personas de edad o la tercera edad”.
Quienes prefieren ser encuadrados en la tercera edad lo hacen pensando que la primera es la infancia, la segunda la madurez y la tercera la vejez. Se saltan la adolescencia, la juventud y la primera edad adulta, pero esto no importa, porque entonces la vejez sería no la tercera, sino la sexta edad.
De todas formas,
hay edades cronológicas, pero no hay edades biológicas, porque se puede ser viejo o vivir como viejo a los treinta años y se puede tener el comportamiento de un joven a los sesenta.
Lo que está fuera de toda duda es que el envejecimiento es un proceso imparable. Si engordamos podemos hallar un régimen que nos permita adelgazar. Si adelgazamos podemos comer sin cesar hasta aumentar la tripa. Pero cuando llega la edad de envejecer no hay quien nos pare. La cosmética puede embellecer el escaparate, pero el interior no se renueva de día en día, como Pablo escribió refiriéndose a la vida espiritual.
Toda nuestra existencia se desarrolla entre dos gritos, el grito del nacimiento y el grito de la muerte. Desde el nacimiento empieza el envejecimiento. Y cuando se llega a la edad dorada, como se la llama, nos aferramos a lo imposible. No queremos ser viejos. Ni parecerlo. Y nos autoconsolamos con frases vacías. Decimos: “No se tiene la edad del calendario, sino la del corazón”. Otra: “Poco importa envejecerse el corazón es joven”. Otra más: “No importa la edad que tengo; lo que importa es la edad que siento”. Consuelos inútiles.
EL RETRATO DE DORIAN GRAY termina en un viejo rugoso y de rostro desagradable, sólo reconocido por los anillos. Al doctor Fausto se le conceden 24 años más de vida, pero su final es miserable. Ponce de León murió sin haber encontrado la fuente de la juventud.
La tercera edad es una edad, pero no el fin de la edad. En tanto podamos, hemos de presentar desafíos a la vejez. Ser uno mismo. No permitir que la sociedad nos margine. Apasionarse cada minuto, cada hora, cada día del tiempo disponible. Vivir la vida propia, la de uno, no la vida de los hijos ni la de los nietos. Dar movilidad a los miembros del cuerpo. Hacer los ejercicios que permita el estado físico de cada cual. Participar en programas que puedan beneficiarse con nuestra ayuda.
La vida no acaba a los 70 ni a los 90. La vida acaba en la tumba. “Entretanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”, dijo Cristo (Juan 9:5).
No apaguemos la luz antes de tiempo. A cualquier edad se pueden hacer cosas. El poeta alemán Goethe terminó de escribir su poema FAUSTO a los 80 años. El compositor italiano Verdi tenía 85 cuando compuso su famosa pieza AVE MARÍA. Miguel Ángel murió a los 89 años trabajando a diario. Reagan fue elegido presidente con 75 años y Fraga ha pasado a la oposición política a los 83. Uno de los músicos más célebres del pasado siglo, Pablo Casals, contrajo matrimonio con Martita cuando tenía 84 años; ella, 24. A los 90 años Casals respondió a su médico, que le hablaba del retiro: “Soy demasiado viejo para retirarme”. A este propósito conviene recordar una frase del filósofo norteamericano Ralph W. Emerson: “Empezamos a contar los años cuando no tenemos otra cosa que contar”.
En el Antiguo Testamento, el Anciano por excelencia es Dios . “Anciano de días”, le llama Daniel (7:9). Juan ve en el Apocalipsis veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas (Apocalipsis 4:4). Es decir, en el cielo hay lugar para los ancianos. Llegar allí es el desafío que tienen quienes viven en la tercera edad.
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