El escrito contiene en unas cuarenta páginas todo lo que necesitamos saber acerca del rey. Comienza con la demostración de su legitimidad para desempeñar tan alto cargo, residiendo la misma en su pertenencia a una determinada dinastía. Es decir, que este rey no es un pretendiente usurpador que aspira a lo que no le corresponde, sino alguien que tiene plenos derechos por línea de sangre. Procede de una estirpe de reyes que durante siglos ocuparon el trono.
Pero además de legitimidad, este rey posee también la ejemplaridad necesaria para sentarse en ese elevado lugar. ¡Cuántos antecesores suyos fueron una verdadera calamidad, al faltarles ese ingrediente esencial que es la autoridad moral basada en un carácter y una vida irreprochable! En cambio este rey mantiene las normas éticas, no solamente cuando son fáciles de cumplir, sino también en los momentos difíciles y de presión. Que el fin no justifica los medios lo ha demostrado sobradamente, al no ceder cuando se le ha ofrecido en bandeja una ventaja saltándose las reglas. El poder, la opulencia y la grandeza son tentaciones demasiado fuertes para ser vencidas, como bien supieron otros que le precedieron en el cargo. Pero este rey se ha mantenido íntegro, allí donde la corrupción y las corruptelas hicieron estragos. En su persona se aúnan, pues, legitimidad y ejemplaridad, dos ingredientes que constituyen una combinación vital para alguien de su condición.
Sus discursos están saturados de profundidad, de rico contenido, alejados de la retórica hueca que provoca bostezos o de la oratoria grandilocuente que se queda en palabras bonitas, pero que se las lleva al viento tras ser pronunciadas. El poder que tienen tales discursos emana de que están sustentados por la vida del que los ha pronunciado.
Esto es, con este rey estamos ante uno que vive lo que dice y dice lo que vive. Desgraciadamente de muchos antecesores suyos se pueden imitar sus palabras, pero no sus hechos, que tantas veces las desmintieron. Esos discursos a nadie dejan indiferente, porque son como espada de dos filos, que penetra hasta lo más profundo del corazón. Denuncian la injusticia sin hacer acepción de personas, traen consuelo a los afligidos, iluminan a los confundidos, señalan la verdad a los extraviados y no escatiman solemnes advertencias, al no estar hechos para granjearse la popularidad o la amistad de nadie. Algunos de ellos resultan insoportables de ser escuchados, si no se está dispuesto a ponerlos por obra.
Pero este rey tiene más que discursos sublimes. Tiene poder. Hay tantas necesidades que han de ser suplidas, tantas carencias que paliar, tantas fuerzas hostiles que derrotar… La gente le busca, le roba sus horas de descanso y de sueño, esperando de él un gesto, un acto, una orden que haga la diferencia y erradique el azote que aflige, que libere de la opresión asfixiante, que restaure lo digno y establezca lo noble.
Pero aun con todas estas excelencias,
a este rey no se le ha subido a la cabeza su grandeza; al contrario, si hay algo que destaca en él es su humildad, hasta el punto que algunos dudan de que verdaderamente sea quien afirma ser, ya que ni su porte ni su entorno trasmiten aureola y brillo externo. ¡Qué diferencia con sus antecesores, tan dados a la magnificencia, el boato y el esplendor evidente! Su presentación en la capital de la nación no la efectúa con los aparatosos medios que serían lógicos para una ocasión así, sino de una manera insólita por su sencillez.
Con todas estas cualidades ¿quién no querrá aclamarle, amarle y obedecerle? Una persona así es merecedora de la más alta estimación, del mayor grado de lealtad y gratitud. Y sin embargo… una conjura se está maquinando contra él para destruirlo. Tiene muchos enemigos que buscan su vida, algo que por otra parte no le es desconocido. La conspiración va en aumento y aunque todo indica que puede fracasar, dada la notoriedad de este personaje entre el pueblo, ese mismo pueblo, voluble y manipulable, le dará la espalda en el momento crucial. Hasta sus más estrechos colaboradores lo van a dejar solo en la hora de angustia suprema.
Parece el fin, pero no es más que el principio. Porque en los planes de este rey la conspiración, la traición y el abandono, van a llevar a cabo su propósito, que no es otro que el de tomar por esposa a una plebeya, que no reúne los requisitos para semejante marido. Es más, hay una distancia infinita entre él y ella, por origen, posición, categoría, méritos y carácter. Nada concuerda, nada coincide entre ambos. Pero este rey hace posible lo imposible, porque no es ella la que gracias a sí misma se pondrá a su altura sino que será él quien pondrá el medio necesario, su propia vida, para que ella pueda ser digna de él.
¿Sabes quién es este Rey? Se trata de uno ante el cual se doblará toda rodilla, acto que se realizará de dos maneras muy distintas: Por unos, voluntaria y gozosamente, al ser su Señor y Salvador; por otros, forzada y resentidamente, porque será su Juez. ¿Cómo doblarás tú la rodilla ante él? De eso pende tu destino.
Si quieres comentar o