La próxima proclamación del príncipe Felipe como Felipe VI de España supone el término de una época y el comienzo de otra. Del reinado que ahora se cierra probablemente nadie, en su inicio, hubiera apostado que llegaría a ser de tan larga duración, al ser tantas las incertidumbres y peligros que se vislumbraban en el horizonte y con un Juan Carlos I que no suscitaba adhesiones entusiastas, por un lado, y al mismo tiempo despertaba recelos, por otro. La monarquía era una solución de compromiso, de contemporización entre unos y otros. Pero finalmente lo que era un mero arreglo, demostró ser más sólido de lo que muchos hubieran pensado y aunque el reinado que ahora acaba ha tenido más sombras que luces en el tramo final, en el resultado global sale aprobado.
Había tres alternativas en el año 1976: El continuismo del antiguo régimen, lo cual era impensable e imposible; la ruptura radical con el antiguo régimen, que podía suponer repetir los temibles errores que dieron origen a la guerra civil; la transición del antiguo régimen a la democracia, que consistía en una solución intermedia, aunque muy delicada por el fino equilibrio que se precisaba para que funcionara.
La sensatez de los hombres que llevaron a cabo dicha transición queda expresada en el principio expuesto por Torcuato Fernández Miranda, representante del antiguo régimen y al que muchos consideran el auténtico "cerebro" de esa operación, que permitió que ese paso en lugar de ser abrupto, lo cual habría sido traumático, fuera pacífico. Dicho principio estaba expresado en las palabras "de la ley a la ley", es decir, desde la legalidad que había estado vigente durante cuarenta años a la nueva legalidad que ahora iba a empezar.
Fue toda una lección de cordura y de sabiduría jurídica, en medio de una coyuntura en la que hubiera sido fácil actuar de otra manera y volver a las andadas.
Precisamente ese principio, "de la ley a la ley", es el que actualmente algunos están intentando saltarse, al querer violar la ley vigente para establecer otra nueva, lo cual no puede sino provocar una tensión y confrontación que pone en serio peligro lo que en estos últimos cuarenta años se ha conseguido.
Por eso, ante los retos y dificultades que tiene por delante Felipe VI, mi deseo es que pueda afrontarlos con prudencia y fortaleza, que son cualidades imprescindibles para quien ha sido elevado a tan alta función. Cuando Don Quijote aleccionó a Sancho Panza, ante la responsabilidad de gobernar la ínsula que le había sido dada, empleó estas palabras:
'Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada… Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre... Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia... No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito y aun de tu hacienda.'
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Hago mía esta oración, que en realidad es de otro: 'Oh Dios, da… tu justicia al hijo del rey.
ii' El texto fue escrito para Salomón, tal como reza en su encabezamiento, quien habría de hacerse cargo del reino tras la muerte de su padre David. Por supuesto que ese Salmo va mucho más allá que Salomón, quien es sólo una pálida figura del Rey y del reinado que allí se describen. Pero en cualquier caso, es aplicable a la persona inmediata para la que fue escrito, siendo importante constatar que la petición que se hace a Dios en favor del hijo del rey es que le conceda su justicia, para que de esa manera su reinado sea justo y pacífico. Aquí hay algo que es preciso tener en cuenta y es que la justicia a la que se alude no es la propia del candidato al reino, ni tampoco la que emana del pueblo, sino la que procede de Dios.
El término justicia de Dios se puede entender en tres sentidos: El nocional, por el que el concepto mismo está enraizado en la palabra de Dios; el retributivo, por el que se castiga lo malo y galardona lo bueno, y el salvador, por el que Dios otorga su justicia perfecta gratuitamente al que no la tiene, mediante la fe en Jesucristo. Mi oración es que la noción que Felipe VI tenga de la justicia se acerque lo más posible a la que Dios tiene, habida cuenta que ya hemos comprobado que la justicia humana a veces se convierte en injusticia. También es mi oración que, desesperando de la validez de su propia justicia personal, la busque en Jesucristo, por quien se nos imputa la justicia salvadora. A más de eso, mi oración es que su reinado sea tan justo y pacífico como un reinado humano puede ser.
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i Don Quijote de la Mancha, II, 42
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