Todos tenemos que luchar contra la tentación –sea sexual, centrándose egoístamente en uno mismo, buscando orgullosamente la aprobación y la atención de otros, o queriendo simplemente tener más y más
–. Todos somos tentados por algo. Varía de una persona a otra, pero en ella se basa la publicidad, la economía, la política y hasta la religión. Es algo que infecta nuestra cultura, y vemos en deseos o pensamientos que manchan nuestro corazón.
Los personajes de La Travesía del Viajero del Alba no son ninguna excepción. También ellos sufren la experiencia de la tentación –como observa Luis Palau en el sermón que acompaña la promoción de la película–. Cuando viajan de una isla a otra, y esperan resolver el misterio de los siete lores desaparecidos, cada personaje se enfrenta finalmente a un momento de tentación.
Eustace vive ocupado en su soledad con las frustraciones del viaje, cuando al deambular por la cueva, es atraído por las riquezas, siendo dominado por la codicia. Lucy tiene celos de la belleza de su hermana Susan, cuando al hojear el libro de encantamientos, le atrae la apariencia externa y la aprobación de otros, siendo poseída por la envidia. Edmund pugna constantemente por una posición de poder, frente a Caspian, cuando al explorar el lago desconocido, es atraído por las riquezas y el poder, siendo dominado por el orgullo.
TODO EMPEZÓ EN EL EDÉN
Al principio de la Biblia, vemos que la primera mujer vio que el fruto del árbol prohibido era hermoso, y le dieron ganas de comerlo, queriendo saber por sí misma si era bueno para ella o no. Así que comió de él y se lo dio también a Adán, para que comiera –dice
Génesis 3:6, que por cierto no habla de ninguna manzana–.
En este pasaje vemos que
la tentación es un proceso. Eva vio algo bueno y le resultó apetecible. Se sintió atraída por ello. Al usar sus sentidos, vio, deseó, y actuó. En la Biblia encontramos siempre el mismo patrón de conducta. En
2 Samuel 11, David vio algo bueno y agradable en Betsabé, se sintió atraído por ella y actuó en consecuencia. En
Jueces 16, Sansón vio algo bueno y agradable en Dalila, se sintió atraído por ella y actuó conforme a esa atracción.
Mientras Edmund se queja de su primo Eustace, Lucy desvía su atención hacia una guapa joven enfermera que flirtea con un atractivo soldado. Sin darse cuenta, Lucy empieza a imitarla. Es evidente que aprecia el amor y la belleza, lo desea e imita su imagen. Es algo que hacemos todos, imitando inconscientemente el ejemplo de otros.
Al hacer
zapping en la televisión, echar un vistazo a
Internet, pasear por un centro comercial, observar la publicidad, o simplemente andar por los pasillos del colegio o ver un coche por la calle, vemos algo que nos parece bueno y agradable a los ojos y nos sentimos atraídos por ello. Tanto si somos un niño de 5 años que ve un peluche nuevo en una tienda de juguetes, como una chica de 18 que ve una falda en un escaparate, o un hombre de 48 que ve a una mujer atractiva que pasa al lado suyo.
Vemos algo agradable y decimos: “lo quiero”.
Porque nada de lo que el mundo ofrece viene del Padre, sino del mundo –dice Juan–. “Y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de las riquezas” (
1 Jn. 2:16). Dicho de otra manera, nuestro deseo de tener más, antojos y caprichos, no vienen de Dios, sino del mundo.
NUESTRA INSATISFACCIÓN
¿Por qué quería Eva el fruto prohibido? Era agradable a los ojos y atractivo para alcanzar sabiduría. Ella quería algo más. No creía que tenía suficiente o bastaba con
quién era ella. Había algo que necesitaba para sentirse satisfecha.
La tentación de la incredulidad que nos lleva a dudar de Dios, se basa en la mentira de que nos falta algo, aparte de Él, para ser felices.
Lucy, llevada por el asco que siente de sí misma y la envidia de su hermana, desea poseer una belleza como Susan. Edmund, motivado por la visión de algo bueno y agradable –un lago que transforma cualquier cosa en oro– se siente atraído por ello, y anhela poder y riquezas. Lucy y Edmund tienen pensamientos parecidos a los de Eva. Ven algo que quieren –sea belleza, riquezas o poder– y creen la mentira de que esas cosas les llenarán completamente, sintiéndose finalmente satisfechos. Si solo fuera más guapa, piensa Lucy. Si fuera más rico y más poderos, piensa Edmund…
“No entiendo el resultado de mis acciones –se pregunta Pablo en
Romanos 7:15-20–, pues no hago lo que quiero, y en cambio aquello que odio es precisamente lo que hago. Pero si lo que hago es lo que no quiero hacer, reconozco con ello que la ley es buena. Así que ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer. Ahora bien, si hago lo que no quiero hacer, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que está en mí.”
Vivimos una lucha en nuestro interior. Hacemos lo malo, porque nuestro corazón desea el mal. Nuestra mente piensa cosas malas. Y “con la lengua, lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen” –dice Santiago 3:9–.
Si este mundo no es como debiera ser, es por el poder del mal y nuestra propia debilidad. El pecado es lo suficientemente poderoso para dejar sin efecto nuestro conocimiento, anhelos y deseos de no ceder ante la tentación. Pues como escribe Pablo: “aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer.”
A pesar de nuestros mejores esfuerzos e intenciones, todavía seguimos haciendo cosas que no queremos hacer a causa del pecado que está en nosotros.
Podríamos hacer grandes cosas, pero sin embargo dependiendo del día, nuestro entorno, o cualquier otra circunstancia e influencia en nuestra vida, podemos hacer también cosas terribles. En el libro de Lewis vemos esta tensión en el personaje de Eustace. “Aunque su mente fuera la de Eustace, sus gustos y su estómago era el de un dragón”. ¿Cómo podremos superar el poder de la tentación?
EL LEÓN DE JUDÁ
La Biblia nos dice que la victoria está en Cristo Jesús. Como sumo sacerdote, Jesucristo se ofrece en sacrificio por nuestros pecados de una vez y para siempre –como hace Aslan en
El león, la bruja y el armario, tras ser traicionado por Edmund–. Ahora “Jesús, el Hijo de Dios, nuestro gran Sumo Sacerdote ha entrado en el cielo”, donde “puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; solo que él jamás pecó” –dice
Hebreos 4:14-16–. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad.”
Después de sucumbir a la tentación de la codicia, y apropiarse de las joyas, Eustace se convirtió en dragón. Empezó a quitarse las escamas con las uñas, pero no aparecía más que una capa detrás de otra. La figura divina del león Aslan era el único que podía quitarle definitivamente sus escamas. Es así como cambia de actitud y comportamiento. Porque Aslan mismo le vistió. La única manera de derrotar la tentación es por medio del León de Judá, Cristo Jesús.
“Y pueden confiar en Dios, que no los dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar
–como dice
1 Corintios 10:13–. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla.” Es lo que vemos a lo largo de la historia de
La travesía del Viajero del Alba. En cada situación tentadora hay una salida, por medio de la aparición de Aslan.
Cuando Lucy pasa las páginas del libro de encantamientos, aparece una imagen de Aslan, aparentemente de la nada. De la misma manera, mientras que Edmund y Caspian discuten sobre el poder y la autoridad, dice el libro que aparece Aslan: “resplandeciente como si fuera la mismísima luz del sol, pasó sumamente despacio el león más grande que nunca haya podido ver un ser humano.” Cuando los personajes son tentados, se les ofrece una salida por medio de la presencia o la imagen de Aslan.
Cuando somos tentados, podemos acordarnos de que Dios es fiel en dos maneras: fiel porque nos conoce y nos entiende, y fiel porque nos da una salida. Aunque no nos lo parezca, Dios conoce nuestros límites. Y nos da la salida, aunque nos resulte humillante. Podemos soportar la tentación, sin ser aplastados por ella. Por la victoria del León de Judá –que en nuestro mundo, fuera de Narnia, conocemos por otro nombre que Aslan, como dice a los niños al despedirse–, podemos confiar en que las tentaciones y la tensión de la vida no nos dejarán destrozados. ¡En Él está la victoria!
MULTIMEDIA
- VIDEO-TRAILER:
trailer de La travesía del viajero del alba en castellano
- ARTÍCULO de
José de Segovia: La apologética de C.S. Lewis
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