El papa Francisco salta de nuevo a los titulares con la noticia de la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María. La sorpresa de tal noticia no se debe tanto a la procedencia del acto, sino al hecho de que a estas alturas los eventos de ese tipo han quedado contestados y refutados desde el pensamiento no católico, sea de tipo religioso o secular.
En la consagración es preciso tener en cuenta dos elementos primordiales, como son el sujeto consagrado y el objeto al que es consagrado.
La norma en cualquier consagración es que el sujeto voluntariamente se someta al acto, ya que la voluntad es lo que da valor a los actos humanos. Las cosas hechas involuntariamente no tienen eficacia, razón por la cual todos los sacrificios de animales del Antiguo Testamento carecían de fuerza, al faltarles a las víctimas el imprescindible elemento volitivo. Y aunque en la Biblia hay ejemplos de consagración en los que el sujeto es dedicado a Dios sin que lo haga conscientemente, no obstante, hay un momento en que el consagrado inconsciente debe corroborar conscientemente lo que se ha hecho con él, para que dicha consagración tenga sentido.
Pero
el problema que se plantea cuando el papa Francisco consagra el mundo al Inmaculado Corazón de María es que abiertamente se está incluyendo a millones y millones de personas que son ajenas y contrarias a la intención del acto, porque son ateos, musulmanes, budistas, animistas o cristianos de persuasión distinta a lo que representa el papa Francisco. ¿Cómo es posible consagrar a quien no quiere ser consagrado?
Hay un problema añadido además, porque la consagración no se hace a Dios sino al Inmaculado Corazón de María, que es una enseñanza puramente católica, contraria a la creencia de millones de cristianos y que constituye una de las razones que les separan de Roma.
¿Tiene algún tipo de eficacia ese acto? ¿Quedan los protestantes consagrados a María por medio del mismo? Sería entendible que el papa Francisco consagrara al orbe católico, porque eso entra dentro de su jurisdicción, pero ¿cómo comprender que quiera incluir a los demás también? Claro que se puede aducir que como el mundo católico ya está consagrado, lo que hace falta es que los no católicos lo estén.
Tal vez detrás de esta pretensión universal está la vieja idea de la potestad absoluta que el papa tiene sobre todos y que llegó a ser dominante en la Edad Media, cuando Gregorio VII y Bonifacio VIII, en los
Dictatus papae y en la bula
Unam Sanctam, respectivamente, declararon su total supremacía no sólo en cuestiones espirituales sino también seculares. Pero es evidente que la teoría de la primacía del poder sacerdotal sobre todas las conciencias hace ya tiempo que dejó de tener vigencia.
También es posible que detrás de este acto haya una motivación paternalista, en la que el padre (el papa) encomienda a la madre (la Virgen María) a sus hijos (la progenie humana). El inconveniente de esta manera de entenderlo es que se dan demasiadas cosas por hechas.
Una de ellas es el universalismo, o la creencia de que de una u otra manera todos se salvarán, independientemente de lo que hayan creído y cómo hayan vivido. Otra es la vieja idea de que la madre siempre es receptiva y bondadosa, a diferencia del Padre, en este caso Dios, cuya severidad es parte de su carácter y del Hijo, en este caso Jesucristo, sobre quien la madre tiene toda la influencia y ascendencia. Así pues, tal vez el papa Francisco piensa que la conversión del mundo entero vendrá por este acto de consagración.
Pero
yo me quedo con otro acto de consagración y es al que hizo referencia Jesús, cuando, al hablar de sí mismo y del propósito de su venida al mundo, dijo: "Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.[i]"
Nótense ahí
tres cuestiones fundamentales.
La primera es que el acto de consagración válido es el que ha efectuado Jesucristo, al hacer perfecta y enteramente la voluntad del Padre.
La segunda es que de esa consagración emana la de aquellos que creen en él, entre los cuales está incluida su madre.
La tercera es que esta consagración es en la verdad. Es decir, no impuesta involuntariamente, ni universalista, ni mariana, ni paternalista, sino basada en la palabra de Dios.
La mejor manera de procurar que el mundo se consagre a Dios es anunciarle el evangelio, que tiene a Jesucristo como autor y realizador de una auténtica consagración y cuyo fin es la nuestra.
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