Hay expresiones que recurrentemente se ponen de moda y sirven durante cierto tiempo como coletilla constante que aparece en casi todas las tertulias y foros. Sería interesante hacer un estudio del cómo y por qué tales expresiones triunfan y se expanden, aunque supongo que los medios de comunicación juegan en ese sentido un poderoso papel.
Aún así, todavía queda por averiguar la razón última de su hegemonía. Tal vez sea porque de un golpe expresan un sentir que está en el ambiente, siendo el vehículo que de forma concisa y rotunda lo representa y transmite. Una cuestión que queda en el misterio sobre el origen de las mismas es quién fue su autor, es decir, el que primero la dijo o la escribió, porque merecería un reconocimiento por el acierto conseguido. Pero les pasa lo que al Lazarillo de Tormes, que su autor queda en el anonimato para siempre.
En los últimos tiempos la expresión estelar es sí o sí, que se ha hecho dueña y señora de las conversaciones, discursos y reflexiones. Da lo mismo que sea en un plató de televisión, en una columna de prensa, en una tribuna pública o en la barra de un bar, aparecerá inevitablemente en los labios o la pluma de alguien. También dará igual cuál sea la temática, pues si de fútbol se trata hay que ganar sí o sí, si es de política el plan se llevará a cabo sí o sí, si es de reivindicación colectiva el derecho se mantendrá sí o sí y si se trata de algo de aspiración particular el objetivo se logrará sí o sí.
La expresión tiene su aspecto positivo, en el sentido de que muestra la determinación y resolución en una determinada dirección, algo básico si se quieren conseguir objetivos en la vida. Andar dando tumbos, cambiando de opinión todo el tiempo, refleja una doblez o ambigüedad que no lleva a ninguna parte, desmoronándose especialmente cuando se presentan las dificultades.
También muestra una claridad de ideas, lo cual es esencial para construir un proyecto, del tipo que sea, porque evidentemente no es lo mismo lo negro que lo blanco, como tampoco lo es la mentira que la verdad o la justicia que la iniquidad.
Pero la expresión puede adquirir un aspecto inquietante y hasta siniestro, si entra en el terreno de la obcecación y el endurecimiento, especialmente cuando se trata de relaciones de convivencia en las que se precisa un acuerdo o convenio. Hay muchos ámbitos en la vida en los que el sí o sí representa la destrucción de toda posibilidad de entendimiento.
Por ejemplo, llevar la filosofía del sí o sí al matrimonio puede ser equivalente al efecto del lanzamiento de un torpedo contra la línea de flotación de un buque. De hecho, si imaginamos durante un instante el sí o sí trasplantado a la escuela, la familia, la empresa, la iglesia o la nación, veremos todos esos espacios esenciales convertidos en campos de batalla, donde cada uno esgrime su sí o sí como arma de confrontación implacable. Un problema añadido del sí o sí es que es reactivo, esto es, produce reacción, generando lo mismo, pero en sentido opuesto, con lo cual las posiciones se enconan y estancan sin remedio, retroalimentándose en una espiral sin fin.
Las guerras, en última instancia, son el resultado de llevar al extremo el uso del sí o sí por encima de todo, al querer imponerlo de forma incondicional sobre otros. Y si la opción no es otra que el sometimiento o la capitulación a ese dilema del sí o sí, que no es dilema sino
unilema, entonces solamente queda un dilema: Su aceptación total o su rechazo abierto.
La cantidad de convivencia social en España será proporcionalmente inversa a la cantidad del sí o sí. Es lo último que necesitamos, porque su preponderancia significará que hemos aprendido muy poco de nuestra historia o que lo que habíamos aprendido se nos ha olvidado.
Precisamente lo que llamó la atención del mundo, cuando se produjo la transición política española a mediados de los años setenta, fue la ausencia del sí o sí tan característico nuestro y que nos había llevado al abismo unas décadas antes. La palabra que sintetiza lo que pasó en aquellos años difíciles, pero fructíferos, fue consenso. Es decir, todo lo contrario al sí o sí. Aquel consenso hizo posible la coexistencia y la reconciliación, tras el terrible enfrentamiento bélico y las dolorosas secuelas resultantes del mismo.
Dentro de poco más de veinte años se cumplirá un siglo del comienzo de la guerra civil española. Tal vez para las nuevas generaciones se trata de algo muy lejano en el pasado. Pero en realidad su sombra, que se había disipado por el consenso, vuelve a aparecer en el horizonte, pudiéndose convertir en un negro manto si nos obstinamos en seguir por el peligroso camino del sí o sí.
No es nada liviano lo que tenemos entre manos y de lo que hagamos ahora dependerán los frutos que cosechemos nosotros y la generación venidera. Si Dios quiere tener misericordia de nosotros, y no podemos exigírsela por la reclamación del sí o sí, nos ayudará a ser cuerdos, aunque no sea más que por el temor a las consecuencias de no serlo.
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