La Unión Europea, por boca de su representante jurídico, ha estimado que la compañía Google no está obligada a borrar la información, recogida en sus bases de datos, de quienes consideran que les asiste el derecho a que así se haga. Es decir, que no existe el derecho al olvido, digitalmente hablando.
Lo que ha quedado grabado puede permanecer incólume para siempre. A lo más que se puede aspirar es a que Google actúe de buena voluntad y acceda a hacerlo, pero no porque tenga la obligación. Pero incluso bajo esa buena voluntad siempre quedaría la duda de si no seguirían existiendo en algún lugar los datos que públicamente hayan sido borrados y, en un momento dado, pudieran de nuevo salir a la luz.
Por todo ello hay personas que se sienten perjudicadas por esta manera de entender la cuestión, ya que en cierto instante de su vida se han equivocado al haber tomado una decisión errónea o al haber actuado de manera irreflexiva, arrepintiéndose más tarde de su extraviada acción. Sin embargo, el almacenamiento de información es implacable y no admite lo de "borrón y cuenta nueva".
Naturalmente todo eso tiene importantes repercusiones sobre el honor, imagen, intimidad, futuro y reputación de quien haya cometido el yerro, estando en manos de terceros todas esas cosas.
Es importante constatar también que la cuestión no afecta solamente a los participantes activos en Internet, es decir, a todos aquellos que usan esa tecnología, sino que también afecta, aunque naturalmente en menor grado, a quienes son ajenos a la misma, porque no pueden impedir que sus datos estén registrados por organismos públicos y de la Administración.
Creo que hay muchas lecciones provechosas que sacar de todo esto, pero tal vez la primera sea la constatación de que para una sociedad que se mueve más y más por parámetros secularistas, en los que todo es relativo y cambiante, Google nos recuerda una vieja verdad que creíamos ya superada: La de que nuestras acciones, que son el fruto de nuestros pensamientos, determinan irremediablemente nuestro destino, sin importar la posterior pesadumbre o lamento que puedan producirnos.
Estando acostumbrados, como estamos, a imaginar que todo puede prescribir, incluso los crímenes más horrendos, ahora resulta que viene Google y nos dice que nuestros hechos no prescriben, sino que quedan grabados por siempre jamás.
Los Gobiernos tienen mecanismos para amnistiar y por tanto olvidar, pues
amnistía viene de amnesia, lo que individuos y organizaciones han perpetrado. La misma Justicia, que se supone representa lo más inmutable, no tiene efectos retroactivos y llega a dictaminar la conveniencia de pasar página y olvidar en momentos decisivos, en pro de la convivencia y la supervivencia.
Pero frente a todas estas indulgencias, de pronto, se presenta Google y nos dice inexorablemente: No hay derecho al olvido. Lo que está recogido no tiene vuelta de hoja. El pasado determina el futuro.
La segunda lección provechosa es que de la misma manera que hay un ente, Google, que guarda todo lo que entra en su dominio, existe también una especie de "servidor" en el universo en el que ya no sólo los hechos o palabras puestas por escrito quedan grabados, sino que los mismos pensamientos y motivaciones más profundas del corazón también quedan almacenados.
Es decir, que nuestro crédito moral no es algo absolutamente nuestro, pudiendo disponer del mismo a nuestro antojo y borrándolo cuando así nos interesa, sino que irremisiblemente está más allá de nuestro control, siendo otro el que lo examina y juzga.
Esto nos deja en una posición muy complicada, porque sin duda hay muchas cosas inconfesables y bochornosas que han quedado grabadas y que nos gustaría que no lo estuvieran o que pudieran ser borradas de la "memoria" o del "disco duro".
El paso del tiempo no las maquilla ni las convierte en honorables. Están ahí, impertérritas, como fiel reflejo de lo que hemos sido y somos. Nos dejan en evidencia y nos avergüenzan; nos quitan todos los argumentos y defensas que podamos presentar. Nos condenan. Y, para una sociedad que valora tanto la buena imagen, lo peor de todo: Un día saldrán a la luz pública.
¡Qué terrible situación la nuestra! Si solamente pudiéramos hacer algo para tomar el control de ese "servidor" moral que todo lo monitoriza y poder cambiar las cosas… Pero eso es imposible.
Pero aquí es donde aparece la buena noticia: '¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad?'[i]
En este olvido de Dios es donde está nuestra tabla de salvación.
Por supuesto no se trata de que Dios ha perdido facultades y se le han olvidado determinadas cosas, sino que es otra manera de decir que no nos imputa o pone a nuestra cuenta nuestros pecados.
Y ello porque se los ha contado a otro, que no tenía ninguno, para que nosotros podamos quedar libres del terrible cómputo de los mismos.
Esta es la única manera de que sea borrado para siempre nuestro registro acusador: A través del arrepentimiento hacia Dios y la fe en Jesucristo. Este olvido no es un derecho; es un don, resultado de la gracia de Dios. ¡Gracias a él por ese don inefable!
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