Entre las características que distinguen al ser humano del resto de las criaturas está su capacidad de imaginar y realizar proyectos.
Un proyecto demanda una serie de cualidades y facultades que son las que precisamente nosotros tenemos y los animales no tienen. Las madrigueras que los conejos excavan ahora no son diferentes a las que hacían sus antepasados hace miles de años y los nidos que las golondrinas construyen actualmente debajo de los aleros de los tejados son exactamente los mismos que construían sus congéneres en el tiempo de Tutankamon.
No hay desarrollo, ni inventiva, ni variación, sino una constante repetición de un modelo pre-diseñado de antemano.
Pero cuando el ser humano se embarca en un proyecto, significa que su ingenio, creatividad e imaginación se ponen en funcionamiento, manifestándose en los diversos campos del conocimiento, el arte y la tecnología. De ahí surge la espléndida variedad y riqueza plasmadas en las diversas civilizaciones y culturas que a lo largo de la historia ha habido.
Pero hay proyectos a los que se puede denominar faustos, porque su final es feliz, mientras que otros bien merecen el nombre de infaustos, porque su postrimería es el fracaso.
Alguien que sabía mucho de proyectos fue Salomón, el hijo de David, a quien sin exageración se le podría llamar un hombre de grandes proyectos. Su vida consistió básicamente en la consecución de un determinado número de ellos, para lo cual empleó el formidable legado que le dejara su padre, así como el no menos formidable que él consiguió.
Sin embargo, pasados los años y reflexionando sobre lo que había realizado llegó a la siguiente conclusión: 'Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu y sin provecho debajo del sol.'
[i] De tal manera que hay un sentimiento de frustración y sinsentido que le queda al hacer el balance de lo conseguido. Es la sensación de haber empleado el tiempo y gastado la energía en algo que no ha merecido la pena, en proyectos que no iban a ninguna parte.
A lo largo de la historia los hombres se han embarcado en grandes proyectos que finalmente han acabado en un gran fiasco. El que ha quedado como prototipo de ello para todas las generaciones es aquel que llevó el nombre de Babel. ¡Cuántos expertos, técnicos, arquitectos, diseñadores y trabajadores se emplearon a fondo en aquel mega-proyecto, en aquel proyecto-estrella que haría palidecer todo lo que anteriormente se había hecho! ¡Cuánta logística, cuántas inversiones e infraestructuras! ¡Qué de sumas de dinero invertidas y cuántos sueños y esperanzas puestos en aquel centro de atracción destinado a glorificar la capacidad humana!
Aquel proyecto lo tenía todo, o eso parecía. Aunque en realidad le faltaba algo vital. Y es que todos los elementos de los que estaba constituido eran humanos. Toda la argamasa, materiales y maquinaria, todos los planos y maquetas, todo su propósito y sentido era humano. Se trataba de un proyecto del hombre, por el hombre y para el hombre. El hombre y nada más que él era su origen, su artífice y su objeto. Dios no contaba para nada, porque habían llegado a la conclusión de que se bastaban a sí mismos para lograrlo. Aquel era un proyecto humanista en la dimensión más atea de la que el humanismo es portador.
Babel representa cierta postura en cuanto a los proyectos que nos proponemos; la de pensar que nosotros lo podemos todo. Pero el final de esta empresa es siempre el mismo, tal como Habacuc proclamó: 'Los pueblos, pues, trabajarán para el fuego y las naciones se fatigarán en vano.'
[ii] Todo un aviso para tanta construcción ideológica nacional y supra-nacional actual, que acabará en la ruina.
Y es que a pesar de todo nuestro cuidado y empeño, de todos nuestros desvelos y esfuerzos, hay un factor que si no está presente convertirá nuestras empresas en algo vano. Por eso, el que dedicó el Salmo 127 a Salomón sabía bien lo que decía al afirmar: 'Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guardare la ciudad, en vano vela la guardia.'
[iii]
Nótese que en los dos proyectos mencionados en el texto, uno de progreso y otro de seguridad, uno individual y otro colectivo, la clave decisiva no está en lo que los hombres hacen, sino en lo que Dios hace, que es justo el pensamiento opuesto al que el humanismo enseña. Su intervención, en concurrencia con la nuestra, es lo que hace la diferencia entre el éxito y el fracaso.
No podemos vivir sin proyectos, pues nos son tan necesarios como el aire que respiramos; pero asegurémonos de que no sean solamente un producto nuestro, para no acabar con el sentimiento de disgusto de Salomón y el rotundo fracaso de Babel.
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