Ahora que el Tribunal Constitucional se ha pronunciado, después de ocho años de tardanza, a favor de la validez de las uniones de personas del mismo sexo equiparándolas al matrimonio, se puede decir que se ha culminado todo el proceso que arrancó cuando el anterior presidente del Gobierno impulsó esa medida.
De manera que todos los estamentos esenciales del poder, el ejecutivo, el legislativo y el judicial han apoyado esta causa. El ejecutivo anterior, al haberla promovido activamente; el ejecutivo actual, al haberse quedado pasivo ante ella, a pesar de haberla denunciado cuando estaba en la oposición; el legislativo, al haberla votado mayoritariamente en su momento y finalmente el judicial, al haberla ratificado ahora jurídicamente.
Claro que la obra no es exclusiva de los representantes de los tres poderes del Estado, sino que los representados mismos, esto es, el pueblo, ha participado también para que un cambio de esa envergadura haya tenido lugar. Medios de comunicación, intelectuales, grupos de presión, distintos colectivos, incluso religiosos, y personas de a pie, en un grado u otro, han puesto su grano de arena para que se haya logrado completar esta subversión de una noción capital, como es el matrimonio.
Es decir, que
estamos ante una actuación general, en la que la nación en conjunto ha colaborado. Algo parecido a la tarea colectiva inicua que otra nación llevó a cabo y que está descrita en las páginas de la Biblia con estas palabras: 'Cada cual ayudó a su vecino y a su hermano dijo: Esfuérzate.'
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La sentencia del Tribunal Constitucional argumenta que conceptuar la unión de personas del mismo sexo como matrimonio no es "desnaturalizarlo". Que tan altos magistrados hayan llegado a esa conclusión me hace dudar de su competencia para dilucidar sobre cuestiones en las que está en juego el porvenir no ya de una nación sino de toda una civilización.
Porque al manipular la piedra angular que sostiene el edificio de cualquier sociedad se corre el peligro de que toda la construcción se venga abajo. Lo que ha demostrado ser estable durante toda la historia de la humanidad no puede cambiarse por otra cosa sin que las consecuencias se hagan notar.
Es decir, si ya estamos sufriendo los amargos resultados de una crisis que es más que económica, lo que ahora el Tribunal Constitucional ha hecho es aumentar las causas para que esa crisis se multiplique en formas y maneras inusitadas e inimaginables. La sentencia va en la dirección opuesta del urgente saneamiento que España necesita. No es este el cambio que va a paliar ni mejorar el peligroso estado de la nación. Más bien, es el cambio que va a agravar su situación, aunque momentáneamente parezca que no pasa nada.
¿Es posible que un producto se altere y no se desnaturalice al mismo tiempo? ¿Se puede echar al aceite comestible aceite de motor sin que quede desnaturalizado el primero? No es solamente la física la que nos alecciona que por la adición se muda la materia; también la filosofía nos muestra que la esencia de una noción se trastoca cuando se le somete a una variación. Hasta las mismas matemáticas nos enseñan que la introducción de un factor añadido en cualquier ecuación altera el resultado.
El Tribunal Constitucional alude en su sentencia a la "evolución" que la sociedad española ha experimentado en los últimos años, para respaldar un cambio de esta magnitud. Los eufemismos, por su propia naturaleza, tienden a transmutar los términos. En realidad no es evolución el término apropiado sino degradación el más conveniente, para describir lo que le ha sucedido a la sociedad española.
Ningún fabricante de una marca tolerará que la fórmula del producto que vende se modifique, dado que es un perjuicio para su producto y un engaño al pretender hacer pasar el sucedáneo por el original. Ahora bien, el matrimonio tiene un fabricante, que como todo fabricante que se precie es celoso por su producto. Y de aquí emana el aspecto alarmante de toda esta manipulación. Porque de la misma manera que ningún fabricante se va a quedar de brazos cruzados ante cualquier intento de tergiversación de lo que ha elaborado, así el autor del matrimonio no va a permanecer indiferente ante la agresión cometida contra su obra.
Por tanto,
conociendo a Dios y sabiendo que es paciente y condescendiente, porque no quiere que nadie se pierda, es necesario reconocer también que su ira es terrible y que no permitirá en su celo por su obra que ésta sea pervertida. Es por eso por lo que se puede afirmar que lo peor en España, y en otros países, está por venir, a menos que se restaure la noción de matrimonio.
Ahora que está tan de moda hablar de líneas rojas que no han de ser traspasadas, aunque la realidad es que a muchos parece importarle poco traspasarlas, qué básico es caer en la cuenta de que con la innovación realizada sobre el matrimonio se ha traspasado una línea roja esencial. Una transgresión que no quedará impune.
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