La literatura de viajes se une aquí al manual de
autoayuda, que busca en los mantras orientales la manera de encontrar armonía, hasta que aparezca el anhelado príncipe azul. Puesto que la película en realidad no trata tanto del descubrimiento personal, como del envejecimiento y sus crisis. No es casualidad que sea la
Novia de América –una Julia Roberts que atrae tanto al público masculino, como se identifica con ella el público femenino– que
se pregunta qué ha sido de nosotras, ante el desencanto del paso del tiempo que trae la crisis de los cuarenta.
En cada etapa de este recorrido, lo que realmente le estimula a Gilbert, no son los paisajes pastoriles, ni lo que aprende de la sabiduría oriental, sino los hombres. No es extraño que el personaje de Roberts se vea incapaz de transmitir, cruzada de piernas en un
ashram, la sensación de un viaje interior en busca de gozo, paz y fe. Pero ¡no nos adelantemos! En esta historia, antes de rezar, hay que comer…
EN BUSCA DE SI MISMA
Despertamos una mañana en Nueva York
con Gilbert / Roberts y descubrimos que ya
no siente nada por el hombre con el que ha estado casada durante siete años (Billy Cudrup). Se arroja entonces a los brazos de un hombre más joven (James Franco) –¡no se pregunten cuando aparece Javier Bardem!, porque no sale hasta el final de la película, aunque esté en todas las fotos de promoción española–. Ambos adoran a Liz, pero
ella siente un continuo deseo de escapar, dejándolo todo para iniciar un largo viaje, intentando conectar con su verdadero ser interior.
En Roma, Gilbert intenta tomarse tiempo para disfrutar con placeres tan sencillos como es un plato de espaguetis
, la charla con los amigos o la satisfacción de la
dolce far niente –el placer de no hacer nada–. Las delicias gastronómicas y su lenguaje poético no logran mantener a Liz en Italia, que se despide de sus compañeros en una emotiva celebración de acción de gracias, que reconoce que todo bien nos viene de arriba.
Su inquietud espiritual le lleva del confiado ambiente familiar de sus nuevos amigos al caos de la India, donde busca la iluminación en el ashram de una gurú que seguía su novio neoyorquino. Allí llega a creer que “dios vive dentro de ti, como tú”.
Lo más interesante son las conversaciones con un amargado tejano, que interpreta Richard Jenkins –la única actuación defendible de una película que está demasiado al servicio de Julia Roberts–. Este maduro actor se convierte en el insólito y confidente amigo de Liz, que esconde un terrible secreto.
¿ES EL VIAJE EL FINAL?
El problema de Richard pone en evidencia las limitaciones de una espiritualidad, que lo único que puede es hacernos profundizar en las miserias de nuestra vida interior. La introspección que la meditación propone sólo nos lleva a alcanzar la paz de vaciar nuestra mente. Cualquier otra mirada a nuestro interior lo que hará es aumentar nuestra desesperación.
En Bali se supone que es donde Liz encuentra sanidad y equilibrio interior con un curandero, que le anunció lo que le iba a pasar leyéndole la mano. Lo que ocurre es que aparece Javier Bardem, reconvertido en brasileño por exigencias del guión, para avivar la pasión que había desaparecido de su vida.
La historia finalmente no profundiza más allá del primer intento de oración –“¡Hola Dios!, me alegro finalmente de conocerte” –. Sus horas de meditación “sonriendo con el hígado”, no logran superar la superficialidad de abrirse a los demás e intentar ser algo menos egoísta. No se transmite nada de esa luz y paz interior, en una historia donde al final ni la pizza resulta tan atractiva. ¿Qué es sin embargo lo que ha atraído a tantos lectores a este libro?
TODO, ¿PARA QUÉ?
Según Julia Roberts, “el dolor de corazón, la culpa, la confusión, la desorientación y querer simplemente cambiar de vida de alguna manera”.
Muchos se hacen con Gilbert la pregunta, cuando uno mira su vida: “¿qué sentido tiene todo esto?, ¿vale realmente la pena?” Porque ¿quién no se ha encontrado insatisfecho en algún momento de su vida? Todos buscamos felicidad, tranquilidad y realización, aunque no tengamos el dinero y la libertad para hacer el viaje de Liz.
“Es mi vida”, insiste ella, cortando todos los lazos con los que se siente comprometida. Es el mantra de la sociedad postmoderna, por el que pensamos que sin duda tenemos derecho a decidir qué hacemos con nuestra vida. ¿No es lo más importante nuestra felicidad? Me temo que esta es la razón de nuestro “dolor de corazón, culpa, confusión, desorientación y querer simplemente cambiar de vida de alguna manera”…
¿Era el viaje la solución de los problemas de Liz? Lo extraño es que lo que causa la inquietud de Liz es la falta de problemas. Su vida parece perfecta. Tiene una buena relación con su marido, éxito en su trabajo, un bonito apartamento y grandes amigos. ¿Qué le falta entonces? El problema está dentro de ella. Cuando se mira a sí misma, se ve consumida por la culpa y la insatisfacción.
EN BUSCA DE DIOS
El libro analiza algo más su inseguridad y frustración. Cuando se siente perdida y desesperada, grita: “¡Sólo quiero a Dios!”.
El viaje de Gilbert puede ser egoísta, pero está motivado por una búsqueda sincera de Dios, aunque en la película parece que Roberts sólo se busca a sí misma. Su ejercicio resulta por eso algo narcisista.
La introspección sin embargo no es sólo egoísta, sino deprimente. Gilbert se enfrenta al problema de la oración en Nueva York, la necesidad del perdón en la India y la falta de compasión en Bali. Su búsqueda es sincera, pero el lugar no es necesario, ni la manera correcta. Ya que no hay sitios especiales, sino personas especiales.
El Señor que nos ha dado la vida es también nuestro buen Pastor. Él ha venido para que tengamos vida, y esa vida sea plena (
Juan 10:10). Nadie nos conoce como Él (
v. 14). En su conocimiento está el íntimo amor que ha existido por toda la eternidad entre Padre e Hijo (
v. 15). Dios es la buena noticia que necesitamos conocer.
No descubrimos la vida dentro, sino fuera de nosotros. El amor está en Aquel que ha entregado su vida por nosotros (vv. 11, 15). Y lo hizo cuando estábamos perdidos. Sólo en Él encontraremos sentido y orientación. ¡Él es el único que puede satisfacernos!
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