Cuando los fundamentos que han sido el soporte de una sociedad entran en crisis es el momento de preguntarse si las definiciones que les dieron consistencia eran correctas o no.
Uno de esos fundamentos capitales de las sociedades occidentales que se constituyeron en eje y norte de su existencia fue el del
Estado del bienestar. Ese bienestar venía definido principalmente en términos de capacidad de respuesta y seguridad frente a las contingencias que se presentaran en la vida, de modo que se pudieran conjurar las amenazas y peligros que surgen de la pobreza, la enfermedad, el desempleo y el atraso. De esa manera, el valor supremo llegó a ser la prosperidad y el éxito en todos los ámbitos de la existencia, especialmente en el económico pero también en el humano, entendido éste en el sentido de realización personal en el ámbito profesional, por encima de todo.
En pos de ese objetivo iban dirigidos todos los esfuerzos, individuales y colectivos, pareciendo que el cielo en la tierra consistía en ese estado del bienestar y que aparte de ese cielo no había otro. De la misma manera que en los países satélites de la antigua Unión Soviética no existía otro cielo que el 'paraíso proletario', así en los de la órbita capitalista no había otro cielo que el que la prosperidad material puede fabricar. Todo lo demás eran ensoñaciones ideadas por visionarios alucinados con el otro mundo.
Pero el hundimiento del 'paraíso proletario' y el resquebrajamiento, con amenaza de ruina, del estado del bienestar significa que las nociones ideológicas que sustentaban ambos eran erróneas. Aunque eran totalmente opuestas, al subrayar el primero el valor de lo colectivo y el segundo el valor de lo individual, sin embargo, coincidían en lo esencial: El bienestar consiste en la satisfacción de determinadas necesidades humanas. Todo lo demás es secundario y hasta puede dispensarse.
Mientras las cosas funcionaron parecía que la ciudadela del estado del bienestar era inexpugnable, teniendo la hegemonía total en los pensamientos y corazones de las gentes. Pero ahora que se ha puesto en evidencia la fragilidad de su estructura, también se ha hecho evidente que poner la confianza y la mira en lo que súbitamente puede pasar del todo a la nada en cuestión de poco tiempo es una insensatez.
Por eso necesitamos redefinir en qué consiste el estado del bienestar. Lógicamente, y tras lo que la experiencia nos está enseñando, hemos de partir de la premisa de que su esencia no puede radicar en la mera satisfacción de las necesidades materiales. Tiene que consistir en algo diferente, en otra cosa que tenga solidez y sea capaz de perdurar aun en medio de las situaciones más críticas y difíciles.
En la Biblia se repite la frase 'para que te vaya bien'[i], lo que en lenguaje sencillo es equivalente a nuestra frase 'estado del bienestar'. Lo primero que descubrimos cuando examinamos esos pasajes es que el deseo de Dios es que tal bienestar sea la experiencia de los seres humanos, lo cual enseña dos cosas: Que él es la fuente de donde procede y que por fuerza su naturaleza ha de ser bondadosa, ya que quiere lo bueno para nosotros.
Aquí se desmonta uno de los mitos fabricados desde antiguo, consistente en atribuir a Dios intenciones perversas en lo que respecta a sus criaturas. Fue la estratagema presentada en Edén
[ii] que halló eco en quienes la escucharon, aunque la realidad se encargaría inmediatamente de desmentir su veracidad.
Examinando esos pasajes se descubre algo más y es que
se nos muestra el modo para acceder a ese bienestar, no siendo otro que la obediencia a lo que Dios ha establecido. No es una opción ni una alternativa, como si hubiera otras vías posibles para conseguir lo mismo, pero de otra manera. Es un imperativo, que nos señala de manera clara y comprensible las condiciones bajo las cuales se consigue el bienestar.
Frente a nuestra concepción de que el estado del bienestar es un derecho, en la Biblia se presenta como una bendición, habiendo un mundo de diferencia entre esas dos nociones.
Por la primera, el énfasis se pone en lo que merezco, en lo que me corresponde, independientemente de todo lo demás. Por la segunda, se subraya la gracia y bondad del Dador. La primera hace del hombre la fuente, el regulador y el objeto del bienestar, de manera que todo gira en torno a él. La segunda hace de Dios el origen y el articulador del bienestar y del hombre su objeto, acabando el proceso en una respuesta agradecida de éste hacia su bienhechor. La primera entroniza y diviniza al ego humano, mientras que la segunda lo sitúa en su perspectiva correcta, al ponerlo en su sitio frente a su Hacedor.
En cuanto a la naturaleza del bienestar también hay un mundo de diferencia, ya que frente a la noción materialista que lo basa todo en lo que se puede ver y tocar, la Biblia presenta un universo distinto del bienestar, que podría estar sintetizado en la definición que el apóstol Pablo dejó: 'El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
[iii]'
En otras palabras, lo que importa, lo que nos hacer estar bien, de ahí bien-estar, no consiste en la satisfacción obtenida a través de cualquier clase de placer terrenal, sino la que procede de lo alto, del Espíritu Santo, consistente de realidades imperecederas, que ni el tiempo ni las crisis pueden acabar con ellas, como son la justicia, la paz y el gozo.
Hace mucho tiempo, pues, que se definió lo que es el auténtico bienestar. Nuestro problema es que hemos querido trastocar la definición y, al hacerlo, nos hemos quedado con un sucedáneo engañoso de la misma.
[i] Deuteronomio 4:40; 5:16; 6:3,18; 12:25,28; 22:7; Efesios 6:3
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