La reciente noticia de que una investigadora de la universidad de Harvard ha mostrado un fragmento de pergamino del siglo IV del que se pudiera deducir que Jesús tuvo esposa, ha levantado una polvareda en todo el mundo. Automáticamente la noticia ha saltado a los medios que, ávidos de sensacionalismo, la han aireado a los cuatro vientos.
Ya
comienza a ser sospechoso el hecho de que cada dos o tres años aparezca alguna noticia impactante sobre Jesús, con la que supuestamente se desmoronaría alguna de las creencias fundamentales que sobre su persona ha venido manteniendo el cristianismo durante dos mil años.
Aquí y allá surge eventualmente alguien perteneciente al ámbito científico o pseudo-científico para hacer una declaración que desacredita lo que los cristianos creemos.
Hace algunos años
la BBC presentó la imagen de Cristo que más se podía acercar a la realidad, que lejos de ser parecida a las representaciones a las que estamos acostumbrados, lo mostraba más como un Neandertal que como un homo sapiens. A partir de un cráneo de un judío del siglo I y con las técnicas digitales por ordenador elaboraron un rostro parecido al de un gorila y se anunció que así debía haber sido el de Jesús. Naturalmente la sensación causada fue enorme, aunque la base científica de tal pretensión era nula. Es evidente que nadie sabe cómo era el rostro de Jesús, ni siquiera quienes a lo largo de los siglos lo han plasmado en la pintura o la escultura en forma idealizada. Pero lo que importaba en la novedosa noticia era ridiculizar su persona y así conseguir notoriedad mediática.
Todavía está fresco en la memoria el anuncio hace pocos años de National Geographic de que se había descubierto
un evangelio, el de Judas Iscariote, que echaba por tierra las enseñanzas basadas en los cuatro evangelios. En realidad, el novedoso evangelio no era ni novedoso ni evangelio, sino uno más de los muchos escritos procedentes de los siglos III y IV en los que las sectas gnósticas plasmaron sus imaginaciones y luego les pusieron títulos rimbombantes, como Evangelio de Judas, Evangelio de Eva o Evangelio de María, entre muchos otros. Pero en una sociedad como la nuestra, donde la ignorancia sobre estas cuestiones es supina, la impresión causada fue extraordinaria, hasta el punto de jactarse los autores de la campaña de que, por fin, la verdad sobre Jesús había salido a relucir. Incluso se atrevieron a pronosticar que el Evangelio de Judas Iscariote sería la tumba de los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Luego apareció
James Cameron, el director de Titanic, para afirmar que se había encontrado la tumba de Jesús, lo que calificó como 'la historia arqueológica más importante del siglo'. Como los nombres de Jesús y José aparecían en la tumba, el cineasta llegó a la conclusión de que tenía que ser la de Jesús, con lo que la piedra fundamental de la enseñanza cristiana, la resurrección, se venía abajo.
El problema es que esos nombres eran corrientes en Judea en el siglo I, por lo que su deducción no tenía visos de solidez. Se trataba más de un deseo que de una realidad contrastada. Si dentro de dos mil años se encontrara en España una tumba del siglo XXI en la que aparecieran los nombres de Julio y Enrique, ¿se podrá deducir de ahí con total certeza que esa era la tumba de Enrique Iglesias, hijo de Julio Iglesias?
Ahora se presenta esta investigadora de Harvard con un fragmento de papiro del siglo IV, época del apogeo del gnosticismo, en el que aparecen las palabras "Jesús les dijo, mi esposa", deduciendo de ello que tal vez Jesús estuvo casado.
Pero desde hace mucho tiempo se conoce el Evangelio de Felipe, otro de tantos evangelios gnósticos, en el que se registra lo siguiente:
'La compañera del Salvador es María Magdalena. El Salvador la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en la boca. Ellos le dijeron: «¿Por qué la amas más que a todos nosotros?». El Salvador respondió y les dijo: «¿Por qué no os amo a vosotros como a ella? Un ciego y un vidente, estando ambos a oscuras, no se diferencian entre sí. Cuando llega la luz, entonces el vidente verá la luz y el que es ciego permanecerá a oscuras».'
[i]
Así que, lejos de ser una primicia mundial lo que ha descubierto la investigadora de Harvard, se trata simplemente de algo que ya se sabía desde muy atrás: Que algunas sectas gnósticas atribuyeron una relación carnal a Jesús con María Magdalena, argumento que usó el autor del Código da Vinci para su novelesca fabulación. Pero se trata de desvaríos tendenciosos, movidos no por la búsqueda de la verdad sino por el deseo de sustentar un prejuicio interesado.
Lo revelador en todos estos casos es que queda patente en ellos, además de la ignorancia del público en general, la ignorancia de personas e instituciones que por su bagaje intelectual deberían conocer mejor los datos que manejan.
Pero tal vez el ansia de notoriedad es demasiado fuerte para dejar pasar la ocasión. O tal vez el deseo de descalificar al cristianismo es el factor principal. Sea como fuere, el verdadero y antiguo dicho español es muy apropiado en tales casos:
La ignorancia es atrevida.
[i] Evangelio de Felipe, 63-64. Trad. de F. Bermejo
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