La carta que el rey Juan Carlos ha escrito pidiendo la unidad a las fuerzas políticas y sociales de España a fin de superar la complicada coyuntura en la que se encuentra la nación, ha caído en saco roto en los oídos de aquellos por cuya causa fue especialmente escrita, esto es, los representantes nacionalistas catalanes.
En los últimos años la palabra consenso, que resumió el espíritu en la etapa de la transición de la dictadura a la democracia, ha desaparecido del panorama, al ser paulatinamente sustituida por un impulso rupturista que está ocupando toda la escena.
No es que haya que mitificar aquel consenso de la segunda mitad de los años setenta hasta elevarlo a la categoría de lo perfecto, ya que a fin de cuentas fue el resultado de la constatación de que los viejos demonios de España podían ser despertados de nuevo si no se procedía con cuidado.
El temor era el principal motivo que impulsó a aquellos hombres y mujeres a buscar soluciones intermedias, evitando los extremos que en el pasado habían causado tanto sufrimiento.
Un temor que no era infundado, porque todavía vivían demasiados testigos presenciales de aquella terrible contienda que fue la guerra civil. Escarmentados, unos y otros, pusieron de su parte para evitar que el desastre se repitiera.
El intento de la Constitución de 1978 era evitar los maximalismos del signo que fueran y fortalecer un terreno en el que hubiera cabida para la convivencia en común. Se trataba de un difícil equilibrio, que demandaba gran esfuerzo y atención por parte de todos.
Pero únicamente el temor no puede ser un factor permanente de cohesión, ya que es una fuerza negativa, en el sentido de que no promueve el acercamiento. Solamente fomenta el recato externo a causa de las imprevisibles consecuencias de su pérdida. Pero cuando se pierde el temor a esas consecuencias, entonces ya no queda ningún motivo que le dé sentido. Es cuando se pierde el temor al temor.
Y así el tiempo ha pasado y el comedimiento de antaño se lo ha llevado el viento, encontrándonos ahora en el preludio de otra etapa en la que los maximalismos se manifiestan cada vez con más fuerza, estando en retirada la moderación y discreción. Se ha echado en el olvido todo aquello por lo que la generación anterior trabajó. El problema es que lo extremo suscita lo extremo, creándose una espiral de tensión que nadie sabe dónde puede acabar.
Difícil callejón en el que nos hallamos, donde encontrar una solución es vital, si no queremos que la historia se vuelva a repetir. Porque algo que nadie menciona, tal vez porque todavía quedan algunos resquicios de temor y el asunto es tabú, es que el ejército, llegado un momento, puede tener algo que decir al respecto, dado que su existencia no se funda solo en conjurar peligros externos, sino también internos (artículo 8 de la Constitución).
Claro que para que haya una apelación directa a su intervención las cosas deberían ser gravísimas, cosa que al presente no parece suceder. Pero todo proceso tiene su desarrollo, como la pequeña bola de nieve que acaba convirtiéndose poco a poco en alud. Es lo último que cualquiera desearía, porque significaría que se habrían quemado todos los puentes, agotado todas las posibilidades y destruido todas las iniciativas civiles. Al paso y en la dirección que vamos no es impensable que algo así suceda. Pero como la imposición por la fuerza provoca la reacción contraria, el resultado sería el cumplimiento de los temores de los artífices de la transición.
En el filo de la navaja es como andamos en España, es decir, de forma arriesgada y peligrosa. Un movimiento en falso y el daño será inevitable. Tal vez es que estamos abocados a vivir de esa manera y no sabemos vivir de otra; tal vez somos rápidamente olvidadizos y echamos en saco roto las grandes lecciones del pasado; o tal vez es una combinación de ambos factores.
Sea como fuere, lo cierto es que necesitamos ayuda y aunque no hay muchos lugares adonde dirigirse en su busca, yo sugeriré uno. No es el lugar en el que en justicia podamos esperarla, dado que nuestros pecados han provocado que estemos como estamos. Pero
el profeta Habacuc, viviendo en un tiempo de gran caos y confusión, hizo esta petición a Dios en favor de su pueblo: 'En la ira acuérdate de la misericordia.'[i] Quiera Dios tener también hacia nosotros misericordia, incluso en su justa ira.
Si quieres comentar o