El lema de una empresa de publicidad que se anuncia en la estación de Atocha de Madrid, en una pantalla gigante, dice así: 'Si no te recuerdan no importa lo bueno que seas.'
Aunque no es el lema publicitario más logrado que se pueda pensar a causa de su ambigüedad, es evidente que va dirigido a todos aquellos que siendo propietarios de un producto desean venderlo a los demás, esto es, a los empresarios, subrayando la necesidad, ante todo, de promocionarlo mediante el
marketing y una buena campaña divulgativa.
Resume toda una filosofía comercial, en la que lo primordial no es tanto la calidad del producto sino el éxito en darlo a conocer, estando lo primero subordinado a lo segundo. De este modo la publicidad misma se constituye en el medio decisivo del éxito, no la excelencia del producto.
Es por esta razón que hay auténticos "bodrios" que se han logrado introducir en el mercado como si fueran verdaderas maravillas, gracias a una poderosa campaña publicitaria en la que se han invertido ingentes cantidades de dinero, hasta el punto de que la hegemonía comercial la tiene no quien posee la calidad sino quien detenta los recursos para promocionarse.
De esa filosofía que pone el acento en el mensaje sólo hay un paso a la mentira y el engaño, ya que el mensaje es factible de ser manipulado a fin de que surta efecto. Por eso con contundencia se afirma que de tal o cual producto se han comprobado científicamente sus bondades, hasta el punto de ser imprescindible para nuestra salud, aunque tal afirmación en realidad no tenga ningún fundamento científico, salvo el que científicos bien pagados quieran darle. Y así se cumple el axioma de que no importa lo bueno que el producto sea, con tal que sea bien conocido.
¡Cómo han cambiado las cosas en el mundo de los negocios! ¿Qué ha quedado de aquel viejo adagio que decía: 'El buen paño en el arca se vende', que ponía el acento en la excelencia del producto?
Pero el lema publicitario de Atocha tiene otra lectura, si lo aplicamos al terreno de lo personal, hasta el punto de convertirse en toda una filosofía de vida, al enseñar que lo que verdaderamente importa no es el valor de la persona en sí sino su imagen, entendiendo por imagen la proyección sobre los demás de los aspectos más atractivos y destacables del carácter.
Es decir, lo que prima por encima de todo es el protagonismo y la exaltación del yo, no el mérito intrínseco. Algo más que se desprende de esa manera de pensar es que hacer algo bueno y quedar en el anonimato es un fracaso sin paliativos.
El problema con esa filosofía es que al estimular el engrandecimiento personal como valor supremo, promueve la egolatría, lo que conlleva la búsqueda de uno mismo a expensas de cualquier otra cosa.
Cuando ese pensamiento se lleva a extremos puede suceder que alguien piense que la mejor manera de ser conocido y recordado, incluso a escala mundial, es liarse a tiros en algún lugar público con todo aquel que se ponga por delante. U otro puede deducir que la mejor manera de impactar y ser tenido en cuenta es realizar algún acto que conmocione a la opinión pública y colgarlo en Internet. Cualquier cosa, con tal de salir del anonimato.
La auto-glorificación personal fue la causa de la primera caída que hubo en el universo[i] y sin duda sigue siendo la causa de la ruina a nivel individual y colectivo. Es una filosofía desastrosa, desde cualquier punto de vista.
Pero la antigua máxima que afirma: 'Comer mucha miel no es bueno, ni el buscar la propia gloria es gloria'
[ii] está llena de sabiduría. Porque
la gloria verdadera nunca puede ser la que procede de nosotros mismos, que es vanagloria, ni la que nos puedan otorgar los hombres, sino la que viene de Dios. Una gloria imperecedera y sublime.
Esa es la gloria que Jesús obtuvo mediante el auto-anonadamiento, auto-despojamiento y auto-vaciamiento de sí mismo
[iii]. Justo el camino opuesto al eslogan de Atocha.
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