La grave situación económica en la que se encuentran algunas comunidades españolas ha llegado a tal punto que para pagar los sueldos de los funcionarios y personal que trabaja en servicios públicos se han visto obligadas a pedir ayuda al Estado.
Especialmente significativos son los casos de Valencia y Cataluña, cuyo nivel de endeudamiento es tan elevado que su calificación crediticia por las agencias internacionales es de 'bono-basura'. ¡Quién lo iba a decir hace unos pocos años, cuando esas comunidades eran florecientes y su futuro esplendoroso!
Valencia fue escogida para ser la sede de la Copa América de vela y también para albergar carreras de Fórmula 1. Cataluña, desde que fuera escenario de los Juegos Olímpicos en 1992, no había hecho sino subir como la espuma en expectativas y metas.
Las grandes construcciones arquitectónicas realizadas en las capitales de ambas comunidades no dejaban lugar a dudas sobre sus grandes aspiraciones. En Valencia la Ciudad de las Artes y las Ciencias se convirtió en paradigma del progreso alcanzado y en Barcelona la torre Agbar proclamaba exultante el nivel de grandeza que se había logrado.
Sin embargo, las vacas flacas devoraron a las gordas porque los gastos superaron con creces a los ingresos y a pesar de la proverbial laboriosidad de valencianos y catalanes la realidad acabó por imponerse, hasta llegar al punto de insolvencia en las que tales comunidades se encuentran.
Especialmente humillante es el caso de Cataluña, cuyos representantes se han visto obligados a pedir que el gobierno español acuda a su rescate. ¡Cuántas vueltas da la vida! Los que un día se jactaban de autosuficiencia ahora se ven en la necesidad de solicitar ayuda, precisamente a quien menos hubieran querido hacerlo.
La paradoja en toda esta situación es que la solicitud de rescate se hace a alguien, España, que a su vez está colapsada económicamente y que ha tenido que recurrir al rescate de los fondos europeos para poder salir a flote.
Es decir, que nos encontramos ante entidades, Valencia y Cataluña, que precisan rescate, viéndose obligadas a pedirlo a otra, España, que necesita ser rescatada.
Claro que si llevamos un poco más allá la secuencia de los acontecimientos descubriremos que los mismos rescatadores de España, los valedores del euro, están al borde del precipicio, ya que el futuro de esa moneda está en el aire. Por lo tanto, estamos ante una cadena de eslabones formada por rescatadores que precisan rescate.
Cuando ya no haya un rescatador último que no necesite rescate y que pueda rescatar a los demás, entonces nos encontraremos en el peor de los escenarios posibles: un 'crack' mundial de consecuencias imprevisibles.
Rescatadores que precisan ser rescatados, he aquí la cuestión. Esto es, rescatadores que en realidad no lo son y a los que justamente podríamos denominar pseudo-rescatadores.
Cuando trasladamos todo esto al terreno de la religión nos damos cuenta de cuánta similitud podemos encontrar. Los seres humanos tenemos una necesidad vital de rescate, dado el estado de ruina moral en el que hemos quedado. Sin excepción, blancos y negros, listos y torpes, ricos y pobres, hombres y mujeres, occidentales y orientales, somos insolventes y tenemos contraída una deuda que no podemos pagar.
De ahí que las diversas religiones nos propongan rescatadores que puedan solventar nuestro agudo problema. Pero la dificultad insoluble está en que esos rescatadores no están en mejor posición que aquellos a quienes supuestamente van a rescatar, ya que ellos mismos están necesitados.
Por eso, cuando los examinamos detenidamente no pasan de ser pseudo-rescatadores.
Y aquí es donde se descubre el fracaso de las religiones, que no pueden proporcionar la solución. Pero no solamente las religiones, también las propuestas secularizadoras no tienen mejor respuesta.
Todas las tentativas y sugerencias están condenadas, porque la lacra del ser humano no es adquirida, sino congénita.
Cuando el vidente de Patmos se percató de esta realidad lloró mucho, 'porque no se había hallado a ninguno digno'
[i].
Nadie tenía la categoría suficiente para poder realizar una obra tan descomunal como es la de la redención. Hasta los nombres más grandes e importantes que puedan pensarse eran y son incapaces de realizarla.
Pero la buena noticia es que de entre la masa de la humanidad surgió uno, y solamente uno, que tiene la talla suficiente para hacerlo. Es 'el León de la tribu de Judá, la raíz de David'[ii]. No necesita rescate, porque como hombre no tiene pecado. Tiene poder para rescatar, porque como Hijo de Dios tiene la potestad de hacerlo.
Por eso, deja de buscar ayuda en quien está necesitado de ella y ven a Jesucristo, el único y suficiente rescatador.
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