La expresión "te amo" en el mundo occidental tiene un significado muy definido, mayormente empleada para esa clase de relación especial entre un hombre y una mujer.
Contiene toda una carga de sentimiento y pasión, que envuelve toda la personalidad, hasta el punto de controlar el raciocinio y la voluntad. Es una fuerza mayor, cuyo poder abrumador se compara en la Biblia con la muerte
[1]. Ese amor es el tema en el que se recrean poetas, pintores, músicos, novelistas y actores, encontrando en el mismo un manantial inagotable de inspiración.
Fuera de ese ámbito del amor humano no parece que la expresión "te amo" tenga demasiado sentido, porque da la impresión de que agota toda su riqueza en ese terreno. Sin embargo, no es por casualidad que una de las porciones más célebres de la Biblia tenga por asunto central el canto de ese amor, si bien sublimado hasta la esfera espiritual, como la mayoría de los comentadores han interpretado, de manera que la relación entre hombre y mujer sirve de metáfora para la que hay entre Dios y un ser humano.
Precisamente uno de los símiles recurrentes del que echan mano algunos profetas para ilustrar la relación entre Dios y su pueblo es la del amante y el amado. Una relación en la que no faltan la infidelidad, los celos y el desgarro, provocados por la deslealtad de una de las partes, pero en la que también aparece el amor perseverante que está por encima de la reciprocidad, que viene de la otra parte.
Por eso no es extraño que David entendiera su relación personal con Dios, no como algo rutinario y mortecino, tal como suele ocurrir tantas veces con lo concerniente a la religión, sino como algo vital y afectivo, que envuelve todo el ser, como es el amor. De ahí que el hombre que amó tan apasionadamente en el sentido horizontal, a veces de manera totalmente desordenada, empleara el mismo tipo de lenguaje, te amo, para expresar su relación vertical con Dios
[2]. Y cuando Jesús fue interpelado sobre cuál era el principal mandamiento de la ley de Dios no lo dudó un momento, al señalar el amor a Dios, con todas las facultades, como el más grande de todos
[3].
Pero a diferencia del amor humano, en el que tantas veces la pasión incontrolada se adueña de todo y se convierte en una fuerza destructora que arrasa con el raciocinio y eslaviza la voluntad, el amor a Dios tiene como peculiaridad su capacidad para iluminar el entendimiento y movilizar la voluntad para dirigirla en la dirección más sublime de todas. De ahí que ese amor sea la piedra de toque para comprobar la autenticidad y profundidad de la relación con Dios. Es posible tener, en el ámbito eclesiástico, erudición, títulos, prestigio y éxito, pero si no hay amor hacia Él todo eso no será más que un conjunto de vanidades inservibles.
"¿Me amas?", es todo lo que Jesús quería saber de Pedro.
Dos cosas resaltan en la pregunta al discípulo: el objeto de la misma y su contenido. El objeto es Jesús, quien de esa manera se sitúa a sí mismo en el plano que el Antiguo Testamento adjudicaba a Dios, al ponerlo como objeto del amor de los suyos.
El contenido es la palabra amor, que resume en sí misma la médula esencial de la relación del discípulo con él. Ese es el manantial de donde todo surge. Y de tal manantial nace el ministerio. Es porque Pedro le ama, que Jesús le encarga el cuidado de sus ovejas. Es decir, la responsabilidad ministerial, la comisión pastoral, no es más que la consecuencia de su amor hacia Jesús. Su capacitación, lo que lo hace idóneo para tal tarea, es ese amor. El amor va primero y luego la encomienda. Es lógico que así sea, porque ¿cómo cuidar debidamente de las ovejas del dueño si no se ama al dueño? Esta es precisamente la contradicción en la que entra todo aquel que acomete el ministerio cristiano como si fuera una carrera profesional.
El hombre que responde afirmativamente a las tres preguntas de Jesús, es el hombre que ha conocido el fracaso de su propia sabiduría, cuando quiso evitar que Jesús sufriera, que se ha dado cuenta del error de la herejía, cuando quiso detener el tiempo en aquel monte de la transfiguración, que sabe de primera mano en qué consiste el hundimiento de la presunción y que ha experimentado lo que es estar sumido en el pozo de la negación. Ahora que ha pasado por todas esas experiencias, que han quedado reducidas a cenizas tantas cosas que él creía vitales, es cuando está preparado para seguir de manera nueva a Jesús. Porque el ingrediente esencial, el amor, que anteriormente estaba mezclado con intereses y motivaciones espurias, ha sido purificado.
Bernardo de Clairvaux afirmó: 'Dios es conocido en la medida en que es amado.' Lo maravilloso es que ese amor no es más que la respuesta a su amor. Un amor grande, condescendiente y profundo, como el que Jesús manifestó hacia el discípulo que tan rotundamente le había negado.
[1] Cantares 8:6
[2] Salmo 18:1
[3] Mateo 22:37
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