Una de las tentaciones más poderosas en cuanto al manejo del dinero es la referente a su administración cuando el mismo no es privado sino público. Ya que el perjudicado, en caso de malversación o fraude, no es fulano ni mengano concretamente, sino un ente abstracto que se llama Estado, parece que el daño no es tan grave. Incluso la conciencia encuentra una escapatoria más fácil cuando el engaño es público que cuando es privado. Claro que puesta a encontrar escapatorias la conciencia puede ser capaz de justificarlo todo, incluso los delitos más abominables. Pero en cualquier caso siempre es más fácil racionalizar un robo impersonal que uno personal, aunque en los dos casos se trata de un robo.
Es por tal motivo que el fraude a la administración está extendido por doquier y enraizado en la mentalidad popular, no habiendo más no porque falte el deseo sino porque falta la ocasión. El problema es que como el dinero público es lo que sirve para financiar los proyectos públicos, que son de beneficio para todos, su detrimento solo puede ir en perjuicio del conjunto de la población.
El fraude a la administración se puede clasificar en dos categorías: El que está hecho desde fuera de ella y el que está hecho desde dentro de ella. El primero es el realizado por ciudadanos particulares, el segundo es el realizado por funcionarios públicos.
El primer caso consiste en la omisión, mediante falseamiento, de la responsabilidad personal que se tiene hacia lo colectivo;
el segundo consiste en aprovecharse de la administración de lo colectivo para beneficio ilícito personal. Probablemente de este binomio de picardía proceda la frase tan española "el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón", ya que como el ladrón siempre es el otro, está justificado y hasta bendecido engañarlo.
De este modo el patrimonio material común se va empobreciendo, a la vez que la fibra moral individual y social se degrada, hasta llegar a un pozo sin fondo donde no se hace pie. Así hemos llegado a la situación en la que estamos actualmente, cuya perspectiva futura verdaderamente es más que sombría.
Hace 3.500 años ese libro, por algunos denostado y por muchos más olvidado, ya nos enseñó cómo debía ser el manejo de las cuentas públicas, habiendo una palabra que podría resumirlo todo: transparencia.
Cuando se acometió aquel gran proyecto, que era toda una empresa para un pueblo que acababa de dejar atrás más de cuatro siglos de esclavitud, como era
la construcción del tabernáculo, hubo dos grupos de personas que colaboraron en el mismo. Estaba, por un lado, la mayoría, cuya aportación consistió en la donación voluntaria de materia prima para la obra; por otro lado, estaba una minoría escogida de especialistas, que tenía como misión trabajar con los materiales acumulados para darles forma, sentido y belleza.
Todo podía haberse realizado dando por sentado la buena fe en estos empleados públicos y asumiendo que su honradez e integridad personal eran suficiente garantía. Sin embargo, para que la cuestión no quedara en una mera suposición o teoría,
se efectuó una contabilidad objetiva, hecha no por los mismos que habían trabajado con aquellos materiales, sino por otras personas, a las que se les encomendó la tarea de verificar la limpieza del proceso. Aquí tendríamos el germen de la idea moderna de auditoría, que sirve para comprobar la nitidez y corrección de la gestión económica.
La frase que da comienzo a la relación de los pormenores sobre los materiales usados es la siguiente: 'Estas son las cuentas del tabernáculo...'(1)Aquí hay una contabilidad por escrito, de acceso público y realizada mediante unos controles fiables. Esas cuentas públicas pregonan fehacientemente, con datos concretos, que la integridad de aquellos funcionarios públicos, llamados Bezaleel y Aholiab, no era solo una cuestión supuesta o subjetiva, sino real y objetiva, lo cual era una tranquilidad para ellos mismos y también para los demás.
Cuando siglos después a ese mismo pueblo le fue devuelto el patrimonio común que se le había confiscado al ser llevados cautivos al exilio, la devolución se hizo contablemente. Unas cuentas que quedaron registradas, con el número exacto de utensilios que fueron devueltos(2). Todo se hizo con limpieza y por escrito. La sensibilidad de un funcionario público, llamado Sesbasar, hacia su propio pueblo, que acababa de pasar por una experiencia traumática, no podía dejar de expresarse más que haciendo las cosas de modo que nadie pudiera tener la mínima sospecha sobre el manejo de lo que era patrimonio de todos.
El dinero público es importante y su administración también; de hecho es más importante que el privado, ya que el mal uso de éste solo repercute en el daño de su poseedor, mientras que el de aquél acaba perjudicando a toda una comunidad de personas.
Si quieres comentar o