Ahora que andamos de cabeza por culpa de la economía, sería bueno que alguien competente nos enseñara ya no sólo como salir del atolladero en el que estamos metidos, sino sobre todo qué hacer para no volver a meternos de nuevo en el hoyo.
Porque si logramos salir del agujero pero todo lo que hemos aprendido ha sido nada más que cómo salir, no habremos aprendido lo esencial. De la misma manera que hay una medicina preventiva que es mejor que la curativa, hay también una economía previsora que es mejor que la provisoria.
Aunque la Biblia no es un manual económico, sin embargo tiene mucho que enseñarnos sobre la materia y tal vez pudiéramos aprender algo útil si prestáramos atención a lo que tiene que decir. No en vano uno de los personajes más destacados que aparecen en sus páginas fue un hombre que desempeñó un papel crucial en un momento crítico en la vida de una nación, hasta el punto que podemos decir que la salvó del desastre.
La palabra economía es un compuesto de dos palabras griegas: oikos y nomos. La primera significa casa y la segunda ley, de manera que economía significaría la norma por la que una casa se rige o administra. Por casa podemos entender la unidad más pequeña, como es la familia, o un colectivo más grande, como es una nación. El término economía tiene, pues, un sentido amplio, ya que al estar compuesta una casa de personas, la administración de la misma incluye mucho más que el manejo de los aspectos puramente materiales. No son cosas meramente, sino personas y cosas lo que tiene entre sus manos el administrador. Por lo tanto, la economía incluiría la gestión que tiene en cuenta la dimensión humana en todas sus facetas. Esto es primordial que se entienda, porque de lo contrario reduciremos la economía al mercantilismo, que no está alejado del materialismo.
Es evidente que
del propio término administración surge la idea de planificación, ya que una administración no planificada, que se ensaya a medida que surgen las eventualidades, está abocada al desastre. Como dice el dicho: "El que fracasa en planificar, planifica fracasar." Ahora bien, para planificar, en cualquier aspecto de la vida, es preciso moverse de acuerdo a unos principios que sean sólidos y no meramente válidos para tal o cual coyuntura. ¿Dónde encontrar tales principios? Porque los hechos muestran que los que tienen algunos gobernantes y expertos económicos actuales han sido causa de ruina generalizada. ¿Quién nos dará unas lecciones básicas, pero duraderas, a fin de que podamos administrar bien lo que tenemos? Mi tesis es que la Biblia tiene suficiente enseñanza al respecto como para que podamos extraer de ella jugoso provecho.
Uno de los grandes principios económicos, que es un hilo conductor que atraviesa ese libro de principio a fin, es el de la honradez. Esto nos lleva a considerar que la economía tiene una dimensión ética o moral. En el momento que pretendamos separar lo uno de lo otro es seguro que estaremos cavando nuestra propia fosa.
La honradez es una de esas cuestiones intemporales, cuyo valor no depende del que nosotros le queramos dar, sino del que tiene en sí misma.
Al revés de lo que ocurre con el dinero, que tiene un valor intrínseco (lo que vale el papel o metal del que está hecho, que no es mucho) y otro extrínseco (el que convencionalmente le otorga el Banco Central del país), el valor de la honradez no está sometido a convenciones humanas. No depende de gustos, ni de épocas; tampoco de mayorías, ni está sujeta al capricho o la moda humana. Es un principio que se sostiene a sí mismo, sin necesitar ayudas externas o reconocimientos de fuera.
Es decir, la honradez no es algo optativo sino imperativo, si es que queremos que nuestra economía funcione. En otras palabras, no tenemos la libertad para redefinir ni mover las líneas que delimitan lo que es la honradez y si así lo hacemos no es la honradez la que sufrirá las consecuencias, sino que el perjuicio lo pagaremos nosotros. Esto es cuestión de sensatez y sentido común.
Todo esto significa que la economía está limitada a una máxima de subordinación moral, por la que ineludiblemente debe estar a las órdenes de esa categoría superior que se llama honradez. Es precisamente la falta de subordinación a la honradez lo que está en el fondo del desastre que amenaza al euro, ya que la entrada de Grecia en dicha moneda se hizo falseando las cuentas de esa nación, a fin de que cuadraran con los requisitos exigidos.
La honradez se ordena en la Biblia: "No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica."
[i] Y lo que es verdad para las transacciones comerciales más pequeñas, también es cierto para las grandes, pues en definitiva las unas y las otras se mueven por los mismos parámetros.
Aunque he afirmado que la honradez es independiente y se sostiene a sí misma, eso es en relación a la aprobación humana; pero la honradez tiene un fundamento teológico sobre el cual se sostiene, siendo tal fundamento la aprobación que Dios le da. Es decir, en última instancia la honradez es buena no porque nosotros decidimos que lo sea, ni porque comprobamos su beneficio, sino porque procede de Dios, fuente de todo lo que es digno y bueno.
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