Ya está aquí, ya ha llegado. Un año más, fiel a su cita como todos los años en esta época. Es el Adviento, con sus luces que nos recuerdan la inminente llegada de la Navidad.
La palabra significa venida e inmediatamente nuestras mentes se dirigen hacia aquella primera venida, que tuvo lugar hace dos mil años. Pero más allá de todo lo que rodea a esta época del año, se trata de una gran ocasión para que realicemos
una triple mirada:
1.
Una mirada al pasado (retrospectiva).
2.
Una mirada al futuro (prospectiva).
3.
Una mirada hacia dentro (introspectiva).
1. La mirada retrospectiva.
El cristiano es alguien que mira hacia el pasado. No porque sea un nostálgico, ni porque piense que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino que mira hacia el pasado porque sabe que allí está el fundamento de lo que ahora es y de lo que se le ha prometido que será.
El pueblo de Dios a lo largo de las generaciones ha mirado hacia el pasado, porque Dios mismo, una y otra vez, ha establecido ciertos puntos de referencia históricos, a los cuales hay que remitirse una y otra vez para saber de qué hemos sido rescatados, la manera en la que tal rescate se ha efectuado y el artífice que lo ha hecho posible. El mismo calendario de fiestas de Israel tenía como propósito dirigir su atención hacia los grandes acontecimientos del pasado, porque dicho pasado histórico explicaba las claves de su identidad como nación. Y para saber quiénes somos es imprescindible conocer nuestro origen.
Pues bien,
Adviento nos remite a aquella primera Navidad que marcó el comienzo de lo que hasta entonces solo había sido un anuncio, o como mucho una sombra de lo que a partir de entonces sería la realidad. ¿Cómo pasar por alto algo tan magnífico? Si así lo hiciéramos, estaríamos negando nuestra propia identidad. Pero la mirada retrospectiva de Adviento nos proporciona seguridad.
2. La mirada prospectiva.
Pero si el cristiano mira hacia el pasado, igualmente también mira hacia el futuro. Si solamente tuviera la primera mirada, sería un retrógrado anclado en el tiempo; si solamente tuviera la segunda, fácilmente podría caer en el delirio o el ensueño. Pero vive en un equilibrio, en una sana tensión entre lo que pasó y lo que ha de suceder, constituyendo lo primero la garantía y certeza de que lo segundo se cumplirá también.
Así pues,
si hay alguien que mira con esperanza hacia el futuro ése es el cristiano, porque ese futuro está delineado de acuerdo a un plan que no va a fallar. Un plan maestro en el que habrá un punto de desenlace y otro de inauguración. Este mundo que tiene fecha de caducidad se disolverá para siempre y un mundo nuevo, nutrido con la cualidad indestructible de la justicia, será creado. Por tanto, lo que espera el cristiano no es un parche más, ni otro remiendo para ir tirando, sino un cielo nuevo y una tierra nueva. Nada más y nada menos.
Adviento es portador de ese mensaje, porque
el segundo advenimiento de Jesús a esta tierra será el preludio que dé comienzo a esa nueva era, que no será sustituida por ninguna. Un advenimiento estremecedor, en el que las mismas partículas elementales constituyentes de esta creación serán destruidas; cuánto más todas las obras que los seres humanos hemos fabricado. Frente a la incertidumbre que se cierne sobre Europa y el mundo, Adviento nos trae un mensaje de esperanza, pero de una esperanza basada en algo mejor que los débiles planes humanos.
3. La mirada introspectiva.
Mientras que las dos anteriores miradas tienen que ver con el ayer y el mañana,
esta tercera mirada tiene que ver con el ahora. Y si las otras dos van dirigidas hacia afuera, ésta va dirigida hacia dentro. Es decir, que estamos ante una mirada que es actual y personal. Juan el Bautista confrontó a su generación con esta mirada, en vista de lo que era inminente. De ahí que les exhortó a no poner su confianza en engañosos fundamentos, sino en el único que tiene verdadero valor ante Dios:
un arrepentimiento genuino, una vuelta de corazón a sus caminos y una puesta en práctica concreta de la voluntad de Dios, de acuerdo al estado y ocupación de cada uno.
Podemos mirar hacia atrás y hacia adelante, pero no podemos olvidar que el pasado y el futuro demandan de nosotros en el presente una determinada manera de vivir. Es por ello que el examen escrutador, que la investigación de la conciencia hace falta para ponernos en sintonía con lo que Dios manda.
Adviento nos recuerda eso. Que los valles se alcen, que los montes se bajen, que lo torcido se enderece y que lo áspero se allane.
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