No hace mucho comenzaba sus actividades en España una empresa dedicada a la crionización de cadáveres humanos, en la esperanza de que llegará un día cuando la ciencia habrá avanzado tanto que podrá reanimar al muerto y devolverlo a la vida otra vez.
Según la filosofía de esta empresa la muerte en realidad se puede considerar un tipo de enfermedad, sólo que hasta el presente no hemos dado con las claves para su solución, pero, al igual que ha pasado con otras enfermedades que durante mucho tiempo fueron irreversibles y ahora tienen solución así llegará el día en el que sabremos cómo manejar y vencer lo que ahora es irrecuperable.
Ya se sabe que el frío tiene propiedades de conservación, razón por la cual ahora que se acerca la Navidad muchas amas de casa comprarán el cochinillo o el cordero a precios más asequibles, manteniéndolo en el frigorífico intacto hasta que llegue la fecha señalada. Claro que una cosa es mantener un cadáver congelado durante treinta días o sesenta días y otra cosa es mantenerlo indefinidamente con plenas garantías de mantenimiento íntegro.
Indefinidamente puede significar milenios, porque si la evidencia muestra que durante todo ese tiempo la humanidad no ha podido vencer a la muerte es lógico pensar que necesitemos el mismo plazo de tiempo que ha transcurrido hasta ahora para encontrar la solución. Aunque como ‘hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad’ tal vez el plazo esté mucho más próximo y no haga falta esperar tanto y tengamos la respuesta a la vuelta de la esquina.
Pero ¿y si el problema es tan peliagudo que, a pesar de todos nuestros avances, el tiempo pasa y corren los siglos y los milenios y no llega la solución?¿Podrán los cadáveres crionizados aguantar esos plazos tan enormes de tiempo?
Y aquí es donde se presenta el problema de la contingencia. La contingencia es por definición lo impredecible y forma parte de la existencia humana.
Si no existieran las contingencias nosotros seríamos los dueños de nuestro destino, pero su existencia una y otra vez nos recuerda que somos limitados y que incluso los más fuertes, los más sabios y los más capaces se ven sobrepasados y sorprendidos por la fuerza de su aparición arrolladora.
Una demostración muy reciente del poder de una contingencia es Japón, una de las naciones más fuertes, seguras y prósperas del mundo, que en cuestión de dos minutos se vio sacudida hasta los cimientos. Las mismas soluciones que se habían tomado para asegurar un buen funcionamiento de la central nuclear de Fukusima al construirla a la orilla del mar y así conseguir mejor refrigeración, resultaron ser letales ante el no previsto tsunami que provocó el terremoto. Es decir, que podemos prepararnos para terremotos, hasta cierto punto, y resulta que aparece un tsunami que no entraba en nuestros cálculos.
¿Quién puede garantizar que, ante un hipotético descubrimiento futuro de una solución para la muerte, los cadáveres crionizados se mantendrán en perfecto estado de conservación?¿Nunca en las cámaras refrigeradoras se producirá un corte de electricidad, aunque sea de unos pocos minutos, que dé al traste con todo el proceso? Si hasta las empresas más fuertes tienen sus altos y bajos y grandes corporaciones que en un momento dado parecían inexpugnables al hundimiento han desparecido sin dejar ni rastro, ¿quién se atreverá a pronosticar que la empresa crionizadora no se verá jamás afectada ni por un momento por una crisis económica, una carencia de personal cualificado o vete a saber qué otra contingencia que la haga desaparecer? ¿Nunca en el decurso del tiempo se verán sujetos a un imponderable que los supere? Sería la primera vez en la historia de la humanidad que algo así sucediera.
Hay que ser muy crédulo o muy tonto para tragarse el anzuelo de esta empresa.
Es decir, estamos ante una pretensión que pertenece al reino de la fábula, toda vez que los propios responsables de ella están sujetos al mismo proceso contingente que el resto de los mortales. ¿Cómo dar a otros lo que uno mismo no tiene? ¿Cómo prometer a los demás un horizonte que está más allá de lo que uno puede controlar? ¿Cómo ponerse en manos, para obtener una supuesta inmortalidad, de quienes son mortales? Todo esto no puede tener sino una motivación última: la de hacer mercadería y aprovecharse de la condición humana, algo tan viejo como la propia humanidad. Se trata de una falsa promesa, basada en falsas premisas, alimentada por falsas expectativas.
Me quedo con el evangelio de la resurrección de los muertos. Es más lógico esperar que quien creó el mundo de la nada, es capaz de resucitar sin necesidad de crionización. Es más razonable pensar que si él mismo experimentó la muerte y resucitó, es poderoso para resucitar a otros. Tiene más fundamento creer que quien controla y dirige todas las contingencias y no está sometido a ninguna, tiene la palabra final incluso sobre el enemigo más temible del ser humano.
No pondré mi confianza insensatamente en lo que ciegos, débiles y malvados puedan prometer, sino que sensatamente me fío de quien no miente, todo lo puede y es bueno. Del que dijo ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.’
[1] Esa palabra sí tiene credibilidad.
Si quieres comentar o