Afirmar a estas alturas que vivimos tiempos peligrosos para los cristianos en Occidente ya no resulta nada novedoso, porque la realidad se va imponiendo gradualmente y los casos de hostigamiento, pleito, amenazas y marginación se multiplican. Muy atrás han quedado ya aquellos días en los que orábamos e intercedíamos, desde nuestra privilegiada posición viviendo en democracia, por los cristianos que vivían en difíciles condiciones, bajo determinadas dictaduras ideológicas. Nosotros teníamos garantizado el derecho a expresar nuestra fe, anunciar el evangelio públicamente y adorar a Dios conforme a nuestra propia conciencia. Nos sentíamos, en comparación con ellos, especialmente favorecidos, al vivir en sistemas en los que la libertad de pensamiento era uno de los puntales que sostenían la estructura de nuestras sociedades.
Pero aquellos tiempos están quedando relegados cada vez más al pasado, porque,
dependiendo de lo que digas y de lo que proclames, así tu mensaje será consentido o no. Con lo cual nos hallamos frente a la misma premisa que cuando se vive bajo cualquier dictadura del tipo que sea: Si te mantienes dentro de los límites definidos de expresión no tendrás ningún problema; pero si te sales de ellos estarás transgrediendo la norma y tendrás que asumir las consecuencias.
Es por este motivo por el que hay siempre dos posturas frente a cualquier dictadura: La de los que afirman que nunca han tenido dificultades para vivir en ella y la de los que denuncian sus atropellos y arbitrariedades. Los primeros son los que se mantienen dentro de las coordenadas establecidas; los segundos los que se niegan a someterse a las mismas.
En diversos viajes que realicé en los años setenta y ochenta a ciertos países donde los cristianos estaban siendo hostigados en maneras variadas, pude constatar que dentro de tales países había algunas iglesias que no compartían nuestra manera de ver las cosas, ya que al plegarse a las exigencias de las autoridades no experimentaban ninguna restricción y por lo tanto nada había de denunciable en esos regímenes. El problema, según tales iglesias, no estaba en las autoridades ni en el sistema de gobierno, sino en aquellos que se empeñaban, quién sabe sirviendo a qué oscuros intereses, en ir más allá de lo estipulado. Pero al lado de tales iglesias oficiales había otras que podían relatar con pelos y señales su complicada existencia, por los sistemáticos obstáculos a las que eran sometidas.
Me parece que
algo así empieza a ocurrir en los países democráticos occidentales, donde hay cristianos que no se sienten incómodos, o al menos no lo manifiestan públicamente, con las líneas maestras del pensamiento secular y anti-cristiano que se está volviendo hegemónico, pero donde también hay cristianos que están dando la voz de alarma de que algo muy peligroso ya se ha puesto en marcha, con las consiguientes represalias que ello puede acarrearles.
Esto último es lo que le ha ocurrido al activista cristiano pro-vida y pro-familia brasileño
Julio Severo, por atreverse a publicar sus ideas acerca de la familia y el matrimonio, que se apartan de la enseñanza oficial que ahora quiere imponerse. Al hacerlo, ha soliviantado a esa dictadura ideológica que procura por todos los medios reducir al silencio a quien se pronuncie de manera diferente. Si alguien todavía no se había enterado, o no quería enterarse, de que estamos en una guerra total y abierta en la que está en juego el derecho a la libre expresión de las ideas, que no es más que la vieja aspiración por la que aquellos antiguos padres de la democracia lucharon, el caso de Julio Severo lo ilustra perfectamente. Aunque todavía puede haber quien se pregunte: ‘¿Guerra?, ¿qué guerra?’
El miedo a las represalias, a los boicots y a las denuncias de la nueva dictadura en Occidente hace que incluso grandes corporaciones y entidades se sometan a sus presiones y expulsen de su seno a quienes han sido señalados como insumisos.
Julio Severo escribe en una publicación digital que se sostiene mediante las aportaciones económicas que se realizan a través de PayPal; pero esta compañía ha decidido privar a Severo de sus servicios, al haber recibido presiones del grupo homosexual “All Out”que lo denuncia como instigador de “odio” y “extremismo”.
Naturalmente, PayPal, en su justificación a Julio Severo para darle de baja del servicio, no alude a esas razones, sino que esgrime ambiguos argumentos de tipo general. Es decir, que PayPal ni siquiera tiene la honestidad o la valentía de admitir las auténticas razones que le han llevado a estrangular la publicación de este cristiano. Así pues, el resultado de dictadura por un lado e hipocresía por otro es la aniquilación del derecho a la libertad de expresión.
Ante este panorama, caben varias actitudes. La de la capitulación, dejando el terreno libre, para no complicarse la vida, a los que parecen manejar los hilos y tienen muchos poderes de su parte. La de la auto-censura, por la que, aunque privadamente se piense una cosa contraria a lo establecido, nunca se expondrá de forma abierta en público, para no levantar sospechas. La de la proclamación pública, que conlleva un alto precio personal y unos enormes riesgos. Julio Severo ha optado por esta última.
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