Las sacudidas económicas que los mercados nternacionales están experimentando estos días se parecen a esos embates que agitadas olas en un océano tempestuoso provocan en una embarcación que ha quedado a su merced. El piloto y el comandante de la nave, por más pericia que tengan, están desbordados por la descomunal tempestad que, lejos de amainar, arrecia cada vez con más fuerza amenazando con hundirla.
La duda en los expertos consiste en decidir qué es lo que se puede salvar, dado que a estas alturas ya se sabe que es imposible pretender salvarlo todo. Aunque en realidad hay que preguntarse si los expertos tienen todavía la capacidad de decisión en sus manos, porque la impresión que se percibe es que están totalmente superados por las circunstancias.
En estos zarandeos cada semana se habla de un ‘lunes negro’ o un ‘viernes negro’, evocadores de aquellos auténticos ‘jueves negro’ y ‘martes negro’ del tristemente famoso crack de 1929, cuando todo aquel castillo de naipes que se había levantado sobre fundamentos engañosos se vino abajo, llevándose consigo todo lo que había por delante.
En los años setenta se cantaba en algunas iglesias evangélicas en España una melodía que se hizo muy popular y que llevaba por título ‘Agárrate a la Roca’. Era una de aquellas breves, sencillas y pegadizas tonadas, de autor anónimo, que alegraban el tiempo de alabanza y que reflejaban bien lo que había sido la experiencia salvadora de muchos. En medio del desastre, la Roca, que es Jesucristo, había sido nuestro agarradero seguro de salvación.
Me parece que habría que recuperar aquella canción, no por la canción en sí, sino por el mensaje que tiene, ya que
en los días que vivimos, cuando tantos proyectos se están viniendo abajo, cuando tantos fundamentos han demostrado estar carcomidos, cuando tantos expertos y sabios están confundidos y perdidos, es más necesario que nunca tener una Roca a la cual agarrarse para no hundirse en este naufragio colectivo.
Las rocas que parecían inamovibles y sólidas han demostrado ser un fracaso. Sus valedores, defensores y promotores han quedado avergonzados y humillados, de manera similar a como le sucedió a aquel pueblo que se llamaba Edom, cuya capital estaba fundada sobre una montaña que tenía por nombre Sela (hebreo, roca) y que a ellos les parecía inexpugnable.
Aquella confianza en Sela les había llevado a pensar que nunca serían abatidos, que jamás serían conquistados. La conciencia de morar sobre una roca tan elevada generó un sentimiento de auto-confianza y de arrogancia que les cegó para no ver lo limitado del valor de la roca en que se apoyaban. Y mientras ellos pensaban que nadie ni nada podría derribarlos, he aquí que ya se estaba pronunciando la palabra de sentencia que anunciaba su ruina. Una sentencia inapelable que venía desde el cielo
[1].
David conoció de primera mano lo que una roca puede significar. Cuando leemos algunos de sus escritos enseguida nos damos cuenta de que el término ‘roca’ es uno de los que más usa. Se trata de una ilustración favorita suya para describir lo que proporciona refugio, estabilidad y salvación. En sus muchas eventualidades peligrosas por las que pasó a lo largo de su vida, cuando la mano de sus enemigos declarados se alzó contra él y cuando la mano de hasta sus más íntimos quiso hacerle daño, él encontró su seguridad y protección en las rocas físicas
[2], que le fueron de ese modo una muestra de la verdadera Roca.
Pero en lugar de suponer, como habían hecho los de Edom, que esos logros procedían de sus propios recursos, habilidad, sabiduría o poder, David siempre supo que solamente había una Roca que verdaderamente podía proporcionarlos. Y, cuando tras una larga vida llena de vicisitudes, le llegó el momento de ceder el testigo y dejar este mundo, incluso en sus últimas palabras, que son como su testamento espiritual, aparece el nombre de Roca aplicado a Dios
[3].
Pero no fue el único; otros hombres que conocieron bien a Dios, en sus últimos momentos también emplearon ese nombre para referirse a él. Así Jacob, hombre curtido por la experiencia, en su legado a las doce tribus, evoca a Dios como su Roca, la Roca de Israel
[4].
También Moisés, antes de morir, compuso un cántico, en el que una y otra vez, hasta cinco veces, nombra a Dios con ese apelativo de Roca
[5].
Cuando todo se resquebraja, cuando lo que parecía tan consistente resulta que no lo es, qué bueno es saber que hay una Roca inmutable, confiable e inexpugnable.Una Roca que cualquiera que edifica su vida sobre ella resistirá las embestidas del temporal
[6]. Una Roca que es el fundamento sobre el que se está edificando el único proyecto que saldrá adelante: la Iglesia de Jesucristo
[7].
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