De ahí que haya para Freud una oposición irreconciliable entre naturaleza humana y civilización, que nunca podrá ser resuelta ni siquiera por los mejores sistemas de convivencia. De tal oposición surge ese malestar que da título a su obra.
Pero
independientemente de lo que pensemos sobre lo acertado o desacertado del diagnóstico sin solución de Freud, es evidente la presencia de un malestar en la cultura, entendida ésta en el sentido de civilización, en términos absolutos. Es decir, que tal malestar no es exclusivo de un tipo determinado de civilización, sino que es congénito a cualquiera. Y no solo en términos de espacio geográfico, sino también de tiempo, de modo que da igual donde nos desplacemos en el espacio y en el tiempo, siempre constataremos la presencia de dicho malestar.
Una prueba de ello sería el incesante estado de perturbación que se traduce en guerras, levantamientos, revoluciones y sublevaciones que, aquí y allá, entonces y ahora, salpican el curso de la historia de la humanidad. Tales estallidos abruptos son en realidad la manifestación patente de un malestar latente que, en un momento dado y bajo unas circunstancias específicas, llega a un punto de no retorno. Es decir, que hay un terreno preparado y abonado por el malestar inherente para que la humanidad nunca pueda llegar al estado que Thomas More (1478-1535) describió en
Utopía.
Ese malestar podría ser también la explicación de un fenómeno de relativamente reciente aparición como es el terrorismo.Ante las condiciones que un conjunto de individuos estiman insoportables, deciden recurrir a ese método para destruir lo que las genera. Aquí estamos ante un recurso extremo, probablemente el más extremo, ya que no es una guerra convencional donde dos ejércitos profesionales, tras una declaración oficial del estado de guerra, se enfrentan, sino que se trata de una guerra en la que todo vale, con tal de aniquilar al adversario.
El atroz acto en Noruega realizado por Anders Breivik daría la razón a Freud, en el sentido de que incluso las sociedades más desarrolladas y donde el estado del bienestar ha alcanzado cotas nunca logradas, no pueden eliminar ese estado de malestar.Que una tierra como Afganistán sea caldo de cultivo de grupos terroristas es entendible, ya que desde la perspectiva occidental se trata de gentes primitivas, viviendo en un entorno abrupto y controladas, desde la cuna hasta la sepultura, por una religión totalitaria que bendice el uso de la violencia para su expansión. Lo increíble es que una nación modélica, que vez tras vez aparece en los primeros puestos en las listas de los organismos internacionales, como espejo de lo que otras naciones deberían ser, sea escenario de algo más propio de Afganistán. Si los partidarios de establecer la teocracia están en un estado de malestar permanente, el caso de Breivik muestra que en una democracia ideal también hay un estado de malestar, hasta el punto de que él lo ha expresado en la peor forma posible.
El movimiento del 15-Mque en España ha surgido recientemente es una expresión del malestar no hacia tal o cual partido político, sino hacia el propio sistema democrático actual. Posiblemente los descontentos sepan mejor qué es lo que no quieren que qué es lo que quieren, pero el hecho del malestar está ahí. Es aquel malestar que, nada más comenzar la II República española, resumiera Ortega y Gasset en aquella frase: ‘No es esto, no es esto.’
Freud tenía razón, al afirmar que ninguna sociedad, por más avanzada que pueda ser, podrá eliminar ese estado de malestar. Ni siquiera la mejor democracia. Lo cual hace de Freud o bien un pesimista irredento o bien un realista con los pies en el suelo. Pero en lo que estaba equivocado radicalmente es en su conclusión, de que no habrá nunca una alternativa capaz de presentar un estado de cosas que satisfaga los más profundos anhelos del ser humano.
Los cristianos no somos ajenos al malestar en la cultura; al contrario, en una manera más pronunciada que los demás lo experimentamos, sabiendo que mientras estemos aquí abajo no pasaremos nunca de ser extranjeros y peregrinos que van de paso hacia la patria celestial.
Ahora bien, en un extranjero y en un peregrino hay un permanente estado de malestar, por estar donde está y por no estar donde quisiera estar, esto es, en esa patria y esa ciudad que Dios ha preparado donde todo es perfecto y que en su comparación lo mejor que se pueda construir en este mundo se queda corto. Si Anders Breivik y todos los terroristas molestos con el actual estado de cosas encauzaran su malestar en esa dirección estarían dando en el blanco, pero al hacerlo como lo hacen su malestar sólo añade más malestar al malestar ya existente.
Cada ser humano experimenta el malestar en la cultura, hasta los noruegos, porque es resultado de la pérdida del bienestar original que se produjo por causa del pecado. Pero Cristo vino precisamente para que podamos ser librados de la férrea ley del malestar y llevarnos al auténtico bienestar.
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