Se debió a la imposibilidad de hacerlo normalmente, debido a la coacción de los manifestantes, y las imágenes han dado la vuelta al mundo. Las agresiones, el hostigamiento y los insultos, fueron el recibimiento que esperaba a los representantes de la soberanía popular. Nunca en los años de democracia en España se había visto algo así, si se exceptúa el intento de golpe de Estado de 1981, y el temor era que el efecto contagio se trasladara a Madrid, donde el Congreso de los diputados quedó fuertemente custodiado ante el peligro de que pudiera producirse una irrupción violenta por parte de los concentrados.
Se abre una etapa de incertidumbre en España no ajena a las convulsiones que están teniendo lugar en otras partes de Europa y que tienen un denominador común: la agitación ante el muy posible derrumbe de un estatus económico y social que parecía, no hace mucho, más sólido que la propia Tierra.
Los partidos políticos se han visto superados por la rapidez y difusión de los acontecimientos, hasta el punto de que el liderazgo en cuanto a las ideas no está en el parlamento sino en la calle.
No ajena a esta rebelión popular en España es la decepción ocasionada por las esperanzas que se habían puesto en quien se presentó como garante de la honestidad, autenticidad y veracidad, al constatarse que, después de todo, no había correspondencia entre lo predicado y lo practicado. Es decir, que estábamos ante una mentira, no solo por la desastrosa gestión de la crisis económica, sino por la propia traición a los ideales proclamados. De hecho, la palabra mentira podría resumir perfectamente lo que se respira en el aire de la nación. Los mismos sindicatos, en los que se supone que está la quintaesencia del movimiento obrero, no están al margen de esa farsa, al estar subvencionados económicamente y por tanto tener hipotecada su independencia en manos de sus acreedores.
La mentira, igual que un gas letal que se expande inexorablemente, ha intoxicado a los medios de comunicación que, habiendo perdido todo pudor, descaradamente se han lanzado en una frenética carrera de parcialidad, en la que lo que importa es, por encima de todo, la promoción del favorito y el descrédito del adversario, al precio que sea.
Pero la mentira también se ha hecho hegemónica en el mundo mercantil y de los negocios, donde la ganancia ya no es solo el legítimo resultado de las transacciones comerciales, sino el fin a conseguir por cualquier medio. Una mentira que no se queda circunscrita a las grandes operaciones financieras, sino que ha echado raíces en la mentalidad de la gente corriente, al buscarse el máximo beneficio económico con la mayor rapidez y el menor trabajo posible. El escándalo del meteórico ascenso del precio de la vivienda en los últimos años, lo pone de manifiesto. Personas que habían comprado su vivienda a un determinado valor la vendían a precios abusivos y desorbitados, en una vorágine de escalada por ver quién sacaba más tajada de la momentánea situación de bonanza económica.
‘Sabroso es al hombre el pan de mentira; pero después su boca será llena de cascajo.’
[1] Es lo que dice ese libro verdadero, con el que mejor nos iría si le hiciéramos un poco de caso.
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, ante los graves sucesos acaecidos con los parlamentarios catalanes dijo que los manifestantes habían traspasado ciertas “líneas rojas”, en referencia a la violencia de la que habían echado mano. Tiene razón el presidente al afirmar que hay determinadas “líneas rojas” que no se deben cruzar, so pena de entrar en una senda de consecuencias impredecibles.
Pero ya que hablamos de “líneas rojas” que no deben rebasarse, sería bueno hacer un balance de lo que en los últimos años se ha hecho.
Hay “líneas rojas”, señaladas por el sentido común, que se han violado.Hay “líneas rojas”, señaladas
por la ley natural, que se han traspasado. Hay “líneas rojas”, señaladas
por la Constitución, que se han transgredido. Y quienes han cruzado esas “líneas rojas” no han sido un grupo de exaltados callejeros, sino algunos trajeados caballeros y señoras que se sientan en las instituciones desde las que se legisla y gobierna a la nación.
Leyes han sido elaboradas y aprobadas que son un atentado contra los mismos fundamentos de una sociedad que quiera construir un proyecto sólido. Leyes cuyo propósito es dinamitar toda una concepción del ser humano, del hombre y de la mujer, que ese libro verdadero, al que nos vendría bien hacer más caso, nos ha enseñado. Leyes que ponen en peligro un delicado equilibrio, que esa entidad llamada España necesita para poder salir adelante.
“Líneas rojas” traspasadas. Ése es nuestro problema.Aunque mirándolo con más profundidad no es solo el problema de España, sino el de cualquier nación; más aún, el de cualquier ser humano. De ahí proceden todos nuestros males. De unas “líneas rojas” que nuestro Hacedor estableció para nuestro bien y que nosotros nos hemos empeñado en transgredir vez tras vez.
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