Encontró eco incluso en otras ciudades del mundo donde había españoles viviendo. La palabra que lo definía era indignación y la consigna indígnate. Aunque eran jóvenes quienes eran el alma de la protesta, a ellos se unieron gentes de toda edad que por sus circunstancias hallaban un vínculo identificador con los insurgentes y tenían también sus razones para indignarse. Sin trabajo, sin expectativas, sin poder acceder a una vivienda que no suponga una carga insoportable, el movimiento alcanzó su punto álgido los días previos a las elecciones, siendo los banqueros y los políticos, especialmente, el blanco de la indignación de los concentrados.
Claro que
pronto comenzaron a aparecer las primeras voces de indignación contra los indignados, a causa de los perjuicios que estaban ocasionando al haber ocupado un espacio público, apropiándose del mismo. De modo que la indignación provocaba una contra-indignación. Y si la primera era entendible, también lo era la segunda.
A su vez, los contra-indignados se indignaban también contra las autoridades, por permitir que algo así estuviera ocurriendo en un lugar que es de todos, no haciendo nada por resolverlo como sería su obligación.
Y de este modo hemos llegado a la situación actual, en la que todos estamos indignados contra alguien en particular, bien sean los primitivos indignados contra banqueros y políticos, bien sean los comerciantes de la zona indignados contra los indignados, bien sean los ciudadanos indignados contra el Ministerio del Interior por su pasividad ante los indignados. Y todas estas indignaciones, contra-indignaciones y sobre-indignaciones tienen un fundamento razonable.
Es interesante constatar que el lugar donde están acampados los indignados, uno de cuyos lemas es ¡Democracia real, ya!, ha sido durante varios años escenario donde diversos grupos, de la más variada índole, se han situado para proclamar a los viandantes sus ideas. Desde los denunciantes de la persecución contra los seguidores del Falun gong en China hasta los enemigos de las hamburguesas de McDonald, porque se matan terneros para elaborarlas, cada cual tenía su sitio en la Puerta del Sol.
También los evangélicos hemos venido usando ese espacio durante años para anunciar el evangelio. Sin embargo, hace unos días, cuando el equipo de Kilómetro Cero, el grupo que ha estado predicando diariamente allí y con el que quien esto escribe colabora, quiso hacer lo que venía haciendo por tanto tiempo, se encontró con la indignación radical de los indignados allí acampados, hasta el punto de que antes de que las cosas fueran a más se optó por dejar el lugar, llevándose a cabo en las últimas semanas la predicación del evangelio en lugares cercanos a la Puerta del Sol, pero no allí mismo, para no provocar la indignación de los indignados.
Aunque pensándolo bien su indignación hacia nosotros también podría ser motivo justificado de nuestra indignación hacia ellos, ya que todos tenemos derecho a publicar nuestras ideas.
Que seamos capaces de indignarnos ante la indignidad es una buena señal, ya que indica que nuestro discernimiento moral está despierto y alerta.De no ser así la indignidad sería hegemónica y acabaríamos siendo como aquellos animales resignados de la granja de George Orwell.
Pero el hecho de que seamos tan hábiles para denunciar la indignidad en otros y tan incapaces de reconocerla en nosotros, significa que ese discernimiento moral está trastornado, porque es altamente agudo en una dirección y totalmente obtuso en otra. Lo cual indica que tenemos un grave problema de percepción en nuestra indignación. Ante lo cual se nos puede aplicar perfectamente aquella palabra: ‘Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?’
[1], que parafraseándola podría ser puesta así: ‘Tú, pues, que te indignas contra otros, ¿no te indignas contra ti mismo?’.
La Bibliatambién habla de indignación, solamente que con la diferencia de que no se trata de una que está trastocada, sino de una que está bien enfocada y es equilibrada. Y esa es la indignación de Dios. Menos mal que él es lento para la indignación, porque de lo contrario este planeta, con todos sus habitantes, hace ya mucho tiempo que habría sido reducido a pavesas.
Esa tardanza para la indignación no es un síntoma de debilidad, sino más bien una señal de su paciencia y benevolencia.Pero hay más. Viendo que la única actuación ante la dignidad que habíamos quebrantado era descargar su indignación sobre nosotros, buscó una solución mejor. Él mismo se hizo hombre y, tras vivir de manera digna en el sentido absoluto del término, asumió sobre sí todas nuestras indignidades y también la indignación que merecían, padeciendo una muerte indigna. Allí, en el Calvario, Jesús experimentó la indignación de unos y otros, pero especialmente la indignación de Dios, no porque él la mereciera, sino porque estaba asumiendo la justa indignación que nuestras indignidades merecen.
Así pues, vengamos humillados y agradecidos a quien hemos ofendido y provocado a indignación, dado que ha preparado una tan magnífica y amorosa solución para que podamos quedar libres de las consecuencias de nuestra indignidad.
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