Si se pretendía reformarla mediante
el poder secular, aducían que el poder secular debía estar sometido al eclesiástico. Si se recurría a
las Escrituras argumentaban que nadie, sino el papa, podía interpretarlas correctamente. Y si se echaba mano de
un concilio respondían que nadie puede convocar un concilio salvo el papa. De esta manera las armas que podían servir quedaban, por definición, embotadas para ese propósito de reforma. En la obra mencionada Lutero desmontó esas tres argumentaciones.
Pero he aquí que las fuerzas de oscuridad, que tienen muchas cabezas, se han manifestado en nuestro tiempo en la forma de secularismo y laicidad. Y al igual que ocurriera en el pasado con la Iglesia católica ocurre ahora con éstas y con los dirigentes que en España y en otras partes del mundo las promueven. Porque ante cualquier intento de hacerles entrar en razón para que abandonen sus insensatas propuestas sobre la familia, el matrimonio y la vida humana, se escudan en que ellos no están bajo el mandato de ninguna ley divina, sino solo bajo el de aquellos consensos a los que los hombres puedan llegar. Y de esta manera, blindados detrás de esa muralla, hacen y deshacen a su antojo, jactándose además de su coherencia con sus propios postulados y acusando de incoherencia a los cristianos, por no ser capaces de vivir de acuerdo a los suyos propios. Y
así como la Iglesia católica se hizo irreformable en el siglo XVI, el secularismo y la laicidad se han vuelto también irreformables en el XXI.
Hay cristianos que, ante el supuesto poder argumentativo de la muralla secular y laicista, han asumido las mismas posiciones, claudicando así ante el avance de estas fuerzas anticristianas. La timidez con la que proponen las ideas judeo-cristianas es tan acomplejada y la osadía de las fuerzas enemigas imponiendo las suyas es tan atrevida, que el resultado de esa confrontación es el que se podía esperar: La entrega vergonzante de las más preciosas verdades, a cambio de recibir su aprobación al decir: ¡Qué buenos chicos son estos cristianos!
Pero como todo en esta vida tiene su flanco débil, también la muralla secular y laicista la tiene. Porque si hay una grieta por la que puede ser derribada es esta:
La contradicción que sus impulsores manifiestan entre lo que dicen y lo que hacen, cuando los medimos por los propios parámetros que ellos mismos han establecido. Y ya se sabe que si alguien contradice con su conducta lo que dice con sus palabras ha perdido la autoridad moral que pretendía tener y hasta se le podría calificar de simulador. Es una sencilla regla de tres que no solo ha de aplicarse a los cristianos, sino que ha de ser válida también para los que no lo son.
Hace poco Wikileaks sacaba a la luz pública algunos trapos sucios que ponían en evidencia a ciertos dirigentes e instituciones. Claro que ante lo insostenible que podía ser la situación para más de uno se ha optado por la vía expeditiva: Silenciar al difusor de tales informes y dejarlo inoperante. De esta manera muchos podrán seguir respirando tranquilos.
Pero ¡oh calamidad! he aquí que, sin que los expertos en relaciones internacionales ni los servicios secretos lo sospecharan,
una parte del mundo musulmán se ha puesto en pie de guerra contra algunos de sus dictatoriales dirigentes. Unos dirigentes que hasta hace unas semanas eran recibidos, considerados, agasajados y solicitados por otros dirigentes de naciones occidentales democráticas [Por cierto, nunca entenderé por qué unos dictadores son abominables y otros son afables].
Así pues, ahora que algunos pueblos repudian a sus mandatarios, los dirigentes seculares y laicistas occidentales se apresuran, en este preciso momento, a condenarlos. Durante años les han hecho el juego, les han seguido la corriente, han hecho tratos con ellos, han cerrado los ojos y han guardado silencio, aun sabiendo que en sus países no había libertad de conciencia, ni de religión, ni de asociación, ni de información.
No obstante y
aún con todas las revueltas actuales, esos dirigentes corren desesperadamente en busca de auxilio de las dictaduras autocráticas de Oriente Medio, para que nos ayuden a salir del agujero económico y financiero en el que estamos metidos, para que nos refinancien la deuda y para que nos garanticen el suministro de petróleo o gas que nos son tan vitales; en una palabra, para que nos den oxígeno. Y así, los mandatarios seculares y laicistas occidentales hacen cola para llamar a las puertas de los palacios y mendigar ante los sátrapas, que son la negación de lo secular y lo laico. Patético.
Así pues, estos supuestos campeones de la coherencia y la integridad quedan en evidencia no por discursos ni razonamientos, sino por sus hechos.
Es la incoherencia de los que se presentaron como coherentes. Rafael Alberti escribió un poema que decía:
‘…Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas,
qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua…
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.’
¡Qué gran farsa ideológica de palabras es la que han fabricado los secularistas y laicistas! No se sostiene a sí misma, porque sus propulsores son incapaces, cuando llega la hora de la verdad, de asumir sus consecuencias últimas.
Por eso, el saber que estoy siguiendo a alguien que fue coherente hasta el final, incluso al coste de su propia vida, me da la seguridad de comprobar que estoy en la senda correcta.
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