El nivel de descontento ha llegado a un punto de no retorno y la explosión popular es como una marea difícil de contener, aunque en algunas de esas naciones la represión es tan férrea que logró abortar los conatos de cambio que la población intentaba (como es el caso de Irán, donde las movilizaciones del año pasado por el fraude electoral fueron finalmente aplastadas).
En otras es mejor que no ocurra nada, dado que los intereses económicos y estratégicos que tiene el mundo occidental con ellas son tan grandes que cualquier alteración supondría un terremoto de impredecibles consecuencias. Por tanto, aunque sus sistemas de gobierno sean totalitarismos ideológicos y religiosos, su suministro de petróleo o su alianza militar son razones lo suficientemente poderosas como para no denunciarlos demasiado.
Esos levantamientos populares son la expresión evidente de que los pueblos necesitan gobiernos y que éstos sean justos.Es decir, que los seres humanos estamos necesitados no solo en la esfera individual, por causa de nuestras carencias personales, sino también en la colectiva, dada la dimensión comunitaria que llevamos dentro.
Que el evangelio tiene respuesta tocante a la dimensión individual es algo que todo cristiano sabe perfectamente, siendo ésa precisamente una de las características de nuestra predicación.La salvación personal y la relación personal con Dios son señas de identidad que la enseñanza evangélica no se cansa de proclamar, dado que la simple pertenencia nominal a determinada institución, aunque se llame iglesia, no es base suficiente para que alguien pueda ser contado como hijo de Dios. Del mismo modo la mera identificación con una tradición eclesiástica, por muy venerable y prestigiosa que sea, tampoco puede sustituir al arrepentimiento y la fe viva y personal que son imprescindibles para ser salvos.
Pero ¿tiene el evangelio algo que decir sobre el aspecto colectivo? Por supuesto que sí, ya que la noción de reino de Dios tiene un lugar prominente en la Biblia, siendo de hecho una de las líneas maestras que la recorren de principio (Génesis) a fin (Apocalipsis). Ahora bien, si esto es así significa que nuestro fracaso no es únicamente individual, sino que se extiende también al plano de nuestra capacidad para gobernarnos y ser gobernados. Es decir, si Dios ha tenido que diseñar la existencia de ese gobierno es porque nuestros gobiernos (hombres y sistemas a la vez), incluso los más óptimos, no dan la talla, ni son la solución. Lo cual significa que están necesitados de redención. Así pues, al igual que la caída se extiende a la esfera individual y a la social, la redención ha de abarcar a ambas.
Los egipcios, y otros pueblos, aspiran a un sistema o un gobierno mejor que el que han tenido. Es lógico. Occidente les presenta la democracia como la mejor de todas las soluciones posibles. Seguramente es mejor que lo que han tenido y tienen. Aunque otra cosa es que en terreno musulmán pueda construirse y funcionar una democracia. Pero en el caso muy remoto de que así fuera ni siquiera ese sistema sería la respuesta final y definitiva a los anhelos más profundos que el ser humano tiene en su dimensión colectiva. Y los que vivimos en democracia sabemos por experiencia que es así, ya que después de todo se trata de un sistema humano que tiene todas las carencias y deficiencias que los humanos tenemos. Es decir, que también la democracia está necesitada de redención.
Una antigua profecía, pronunciada por el patriarca Jacob, habla de un gobernante alrededor del cual un día se congregarán los pueblos[1]. Es un anuncio en el que ya se nos dan atisbos indicadores sobre la identidad y oficio del personaje en cuestión. Su linaje: de la tribu de Judá. Su posición de autoridad: el cetro. La extensión de la misma: los pueblos. Es la primera mención a la función gubernamental que el Mesías ejercerá universalmente. El único gobierno que, desempeñado por un hombre, no será cosa de hombres, ya que es designio de Dios. El único gobierno que verdaderamente exhibirá la justicia en toda su intensidad. Justicia salvadora, para aquellos que desechando su propia justicia reciban la justificación por la justicia imputada del Mesías. Y justicia punitiva, para aquellos que al aferrarse a la suya propia quedarán convictos de injusticia.
Es un gobierno que no puede ser reproducido ni anticipado por los esfuerzos humanos, pues la historia es testigo de los estruendosos fracasos de quienes aquí y allá intentaron hacerlo. Es demasiado sublime para que nosotros podamos ponerlo en marcha. Es demasiado perfecto para que lleguemos, ni de lejos, a su nivel. Solamente hay Uno que podrá hacerlo.
Solo ese gobierno debe ser digno de nuestra expectativa y nuestro anhelo, aunque nosotros no somos dignos de él. Mi deseo y oración es que en estos días de crisis y confusión en Egipto haya muchos que vuelvan sus ojos a Jesucristo, el gobernante supremo cuyo reino perfecto no tendrá fin.
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