Se trataba, en definitiva, de la ley del péndulo, por la que la tendencia a irse a un extremo ayuda a que nazca una fuerza de tendencia contraria, que terminará venciendo a la primera. Resulta una paradoja, que lo extremo dé a luz lo extremo de signo contrario, pero ésa parece ser la ley de la historia.
Tal vez los seres humanos estemos abocados a la ley del péndulo, lo cual significaría que estamos sometidos a una dinámica que no podemos eludir. Claro que si nos fijamos en los relojes de péndulo llegamos a descubrir que su funcionamiento se debe precisamente a eso, al desplazamiento de extremo a extremo de ese eje que es el que proporciona al reloj la energía cinética que le hace funcionar.
A medida que ese desplazamiento sea menor, el reloj tenderá a pararse. Y cuando llegue el momento en que el péndulo ya no se mueva, el reloj se habrá parado del todo. De manera que la vida del reloj depende de los extremismos a los que está sujeto su péndulo, sin los cuales esa vida no es posible. ¿Será entonces lo mismo con nosotros? ¿Que necesitamos irnos constantemente a los extremos para estar vivos; unos extremos que, al mismo tiempo, son fuente constante de perturbación e inseguridad?
El secularismo es uno de esos tantos extremismos históricos, cuya contraparte había sido la cosmovisión religiosa medieval. Uno de sus postulados es que la existencia humana está dividida en dos compartimentos estancos: uno de los cuales es el religioso, que debe quedar reservado para la esfera íntima, y el otro es el secular, con proyección en todas las facetas de la vida. De manera que el primero no debe influir en el segundo, que es autónomo en sí mismo.
Cuando se traslada ese principio a la esfera ética se nos dice que existen igualmente dos compartimentos estancos: el de nuestros deberes para con Dios y el de nuestros deberes para con nuestros semejantes. El primero es una opción personal y no necesaria; el segundo es un imperativo personal y colectivo necesario. Al ser estancos no hay relación entre uno y otro y en el caso de que alguien pretenda que exista, la primacía la tendrá el segundo sobre el primero.
Si este principio secular de separación absoluta lo aplicamos a la noción ética que en la Biblia está resumida en los diez mandamientos, necesariamente llegaremos a la conclusión de que entre las dos tablas de la ley no hay relación alguna. Y que lo que importa, por encima de todo, es el contenido de la segunda tabla, es decir, la que tiene que ver con nuestra responsabilidad hacia nuestros semejantes. Da igual lo que creas sobre Dios; si existe o no, si debe ser adorado o no. Eso es una cuestión privada, sin mayor repercusión, contenida en la primera tabla. Lo que importa es lo otro, lo que hagamos o dejemos de hacer con nuestro prójimo, que es el contenido de la segunda tabla. Esta es la propuesta -¡qué digo propuesta!- la exigencia que por todos los medios nos presentan como la más razonable, tolerante y hasta la única posible.
Claro que cuando nos fijamos detenidamente en la segunda tabla de la ley no parece que algunos de los principios éticos en ella contenidos sean del agrado del secularismo actual. Por ejemplo, el que tiene que ver con la honra de padre y madre por parte de los hijos, no es precisamente un valor demasiado subrayado, dando la impresión a veces de que lo contrario es verdad. El de no matarás, sí tiene vigencia para el secularismo, aunque con matices. Si se trata de abolir la pena de muerte a criminales la tiene, pero si se trata de abolirla para inocentes, el aborto, no la tiene. El mandato de no cometer adulterio ha quedado obsoleto y la promiscuidad es santo y seña del secularismo actual. En cambio el mandato de no hurtar sí lo considera válido. Igualmente el que tiene que ver con la calumnia. En cuanto al último, la codicia en cualquiera de sus formas, como se trata de una disposición del corazón, no entra en su campo de estimación, que es solamente la conducta. Aunque evidentemente entre la intención y la conducta hay una relación de causa y efecto.
Así pues,
si hacemos caso al secularismo, resulta que de los diez mandamientos nos quedamos con dos y medio. Lo demás o es optativo o es directamente perjudicial.
Pero ahora nos encontramos con que algunos de los impulsores en España de un secularismo llevado al extremo, como es el laicismo militante, no son coherentes con su propia posición. Me refiero a los que habiendo prometido guardar y hacer guardar la Constitución, que es una norma secular en la que no aparece referencia alguna a Dios, están tratando de soslayarla o directamente negarla. Lo cual significa que lo que nos presentaban como lo más idóneo, razonable y tolerante, llegado el caso, ellos mismos, no lo cumplen, traicionando así su propio credo.
De ahí que sea mejor, más seguro, coherente y razonable seguir reteniendo el valor de los caminos establecidos en aquellas dos tablas de la ley, que cubren las dos facetas de la ética, pero que están indisolublemente unidas entre sí, porque proceden de un solo Autor, emanando los mandatos de la segunda tabla de los de la primera.
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